17 noviembre 2008

La Realidad

Domingo, 16 de noviembre. Una fecha en apariencia anodina, vulgar. Los domingos son días tristes, de tensa espera a lo que acontecerá a partir del lunes. Un día en el que los movimientos se ralentizan a la mínima expresión y el mejor plan -calaveras aparte- incluye película y palomitas.
No creo en el destino. A lo largo de muchos años encomendándome a un sino que jamás se vio cumplido he podido comprender que el único camino es el que uno mismo recorre. Pero reconozco que, en ocasiones, la casualidad y los hados se confabulan para transmitir un mensaje, evocar un pensamiento, crear una idea.
Algo así ocurrió anoche, domingo 16 de noviembre.

La receta: dos películas. Sírvase la primera en frío y en solitario. Que tenga amplias dosis de moralina, una pizca de fantasía new age a lo Golden Dawn y una banda sonora acojonante. La segunda requiere centrase exclusivamente en temas que no vemos a diario pero que están muy presentes en nuestra realidad, mal que nos pese. A ser posible, que incluya teoría de la geopolítica y sistemas de resolución de conflictos.
Para la primera elegí La joven del agua, la penúltima película de M. Night Shyamalan, una adaptación de un cuento hecho por él mismo a sus hijos. No, no es El Señor de los Anillos.
La película supuso un fiasco en su carrera que la crítica destrozó sin piedad, probablemente no sólo por un guión demasiado complejo y una historia demasiado poco clara, sino también porque el personaje odioso -y torpe- del filme es, nada más y nada menos, un crítico de cine.
Pese a todo lo anterior, las veces que la he visto siempre ha conseguido transmitirme algo. Quizá sera por la banda sonora, que te atrapa y consigue remover algo en el interior, o quizá sea por la frase pronunciada por uno de los personajes que resume el leit motiv de la historia: "quiero creer, necesito creer, ¡quiero volver a ser un niño!".
Reteniendo esa frase en la mente, pasamos a otra sesión de cruda realidad-ficción: Red de Mentiras. La última de Ridley Scott, otro director que ha conocido mejores épocas pero que sigue haciendo buenas películas capaces de transmitir un mensaje, el de la ya no tan eficiente inteligencia norteamericana en el actual contexto político del mundo, ese en el que el enemigo a batir se camufla entre masas anónimas y no forma ejércitos ni combate en campos de batalla.

En la historia de La joven del agua la trama principal se basa en cómo una ninfa debe comunicarle a un escritor frustrado que su última obra tendrá repercusiones a nivel mundial. De cómo dicha obra, una supuesta crítica al sistema político mundial y a algunos de sus líderes, provocará su asesinato y, como consecuencia de ello, que un niño -que será presidente, ahí es nada- crezca escuchando y leyendo el libro. Un libro que considerará fundamental para el desarrollo de sus ideas, unas ideas -según la ninfa- que promoverán un salto adelante en la evolución social de la raza humana.
El planteamiento de base no es necesariamente una idea de pelota. Que sepamos, hasta nuestros presidentes leen. Y ninguno es tan presuntuoso como para creer que todas las ideas que tiene las ha parido él solito. Bueno, quizá Aznar. Pero, salvo él, todos nacemos, crecemos y nos desarrollamos escuchando y comprando ideas que otros han tenido antes. Algunos simplemente las acoplan a su pensamiento. Otros, seleccionan sólo aquello que les interesa y niegan el resto.
Los pocos, conciben esas ideas como un primer paso para el desarrollo de nuevas ideas más elaboradas. Precisamente, con esta última premisa en la cabeza estuve viendo Red de Mentiras, una película en la que el servicio de inteligencia jordano demuestra ser mucho más competente y efectivo que la otrora todopoderosa CIA.

El trasfondo revela la inquietud general por un problema nuevo para el que sólo tenemos soluciones antiguas. El llamado terrorismo islámico no es sino una guerra no declarada por un país que no existe y cuyo ejército está disperso por todo el mundo.
La mayoría del mundo occidental cree, por lo vivido en los últimos tiempos, que todo se debe a la política americana de financiación de insurgentes allá por el siglo pasado: no en vano, el archiconocido Ben Laden recibió dinero y suministros americanos cuando estuvo con los talibanes en Afganistán -a los que ahora también combaten- durante la guerra contra la URSS. Saddam Husein, al que ahorcaron hace no tanto, fue antes muy amigo de Reagan, al menos mientras guerreó contra los ayatollahs. Aparentemente a los yankees les crecen los enanos. Digo aparentemente porque no conocemos a nuestro "enemigo". Al no conocerlo, nunca podremos vencerlo, y esto nos lo podemos aplicar todos los que nos consideramos occidentales.
Hace ya varios años, mucho antes de que se sucedieran los atentados que costaron tantas vidas aquí y allí, ya había oído hablar de la teoría del Gran Califato Unido. Un único país que abarcaría desde Marruecos hasta Irán y Pakistán, desde Nigeria y Sudán hasta Turquía. Que no se haya llevado a cabo ya no es por falta de voluntad de unos cuantos, sino por la falta de voluntad de otros cuantos más poderosos -sin salir del mundo musulmán- enfrentados entre sí por credos e ideas contrapuestas. Wahabistas, ismailitas, sunníes, chiíes, sufíes, jariyíes... cada uno con su idea y con la intención de imponer su visión al resto.

España es un país que debe buena parte de sus raíces a la cultura musulmana. Aquí floreció uno de los califatos más poderosos de la historia islámica y pervive en el recuerdo de aquellos que desean volver a ver los grandes días de antaño. Nosotros, españoles, no somos un enemigo. Somos un objetivo. Con o sin Alianza de Civilizaciones.
Ah, por supuesto, este apartado hay que cogerlo con pinzas y sin ningún tipo de parafernalia conspiranoica. Muchas cosas, demasiadas, tendrían que suceder para que la amenaza se convirtiera en una situación posible. Tendría que hundirse el "imperio" americano y que su influencia y poder perdiera muchos enteros. Al mismo tiempo, aquellos países que viven del petróleo y, por tanto, se muestran más receptivos al mundo occidental tendrían que ver sustancialmente mermados sus ingresos para tener que recurrir a otras opciones de subsistencia. A su vez, esta situación de precariedad económica tendría que encauzarse hacia la solución "juntos mejor que separados" para la formación del Gran Califato, idea irredentista que no es una excepción de la zona.

Así pues, la combinación de ambas películas y situaciones, la idea de un futuro revolucionario que cambiará el rumbo de los hombres y la situación geoestratégica actual a la que hay que añadir la crisis económica y financiera, forman un conjunto de lo más interesante, por no decir estimulante.
Porque las cosas no tienen por qué derivar necesariamente a un escenario rechazable. Porque no tiene por qué persistir la idea que lleva mucho tiempo en mente acerca del clima que se está formando y que terminará desembocando en la III Guerra Mundial, ya preconizada.
Porque muchos creen que la llegada de Obama a la Casa Blanca es el primer síntoma de un cambio que no será el único.
Porque asistimos al embrión de los futuros Estados Unidos de Europa, lo que relajará muchas tensiones actuales y creará retos nuevos.
Porque ya se está comentando la idea de una especie de Gobierno Mundial, aunque personalmente creo que eso aún está por ver. No estamos preparados para algo de tanta entidad.
Pero enfrentémonos a la realidad. Al hoy, aquí y ahora.

Mientras todo esto tiene lugar, hay gente que sólo es capaz de preocuparse de lo que sucede en su casa. Mentes provincianas que sólo piensan en lo suyo. Personas como nosotros -no me libro- estancados en un relativismo moral en el que nuestra única preocupación es ganar dinero para poder gastarlo y disfrutar de su poder. Tan es así, que pese a que la crisis nos impele a ahorrar, sabemos que al hacerlo sólo la empeoramos más: si todos gastamos menos, todos ganamos menos y todos terminamos perdiendo. Algo falla en una generación que lo tiene todo y apenas disfruta de nada. He ahí el problema, el quid de la cuestión: no se han conocido casos anteriores de circunstancias como las actuales que hayan persistido con éxito. La Teoría del Caos y la del Péndulo juegan en nuestra contra. Y ni todos los mensajes agoreros -éste podría serlo, aunque no lo concibo como tal- servirán porque nuestras costumbres y nuestro estilo de vida superan con creces cualquier advertencia.
Ah, la realidad. Bendita realidad.
Maldita la que nos puede esperar.

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