25 mayo 2012

Una verdad tuerta

El mundillo ideológico es fascinante. Observarlo, si quieren con cara de circunstancias, podría ser revelador para los muchos opinadores que vuelcan sus frustraciones a través de la política. Verán, les contaré de qué va esa fascinación.
Piensen en un tipo normal, como usted o yo (si es que puede imaginarme como a alguien normal). Definamos esa normalidad tal y como debemos entenderla para este propósito: usted no cobra de un partido político de ninguna de las maneras imaginables. No está bajo su manto protector pero, por el mismo motivo, tampoco se ve obligado a darle la razón si no la tiene o a trabajar para que la tenga. Ahora imagínese que tiene delante a otro tipo normal, como usted y yo, que piensa de una manera muy diferente a como pensamos usted o yo. Para hacerlo más contrastable, imaginémosle filoetarra.
Pero el juego tiene truco, por supuesto: usted no sabe que esa persona piensa de un modo fascistoide. No la primera vez, al menos. En esa ocasión tiene la oportunidad de verle y oírle. Nada en él sugiere compromiso activo y militante. Es simplemente una persona normal. Quizá más adelante, cuando la confianza de los vinos se hace presente, le confiese que mató a alguien una vez hace mucho a cuenta de no sé qué opresión colonizadora. Pero no ahora, ahora mismo es sólo otro tipo más del montón con el que se cruza en su vida. Usted no sabe nada de su opinión sobre algo relacionado con presos de un tal Euskal Herría o la internacionalización de un conflicto. Usted está mirando a un tipo que se toma una caña en una barra de bar y que cuenta buenos chistes, que quizá hable un poco a gritos pero nada que no sea especialmente grave. Su intuición, esa que aún no conoce del todo a quien tiene delante, le dice que ese tipo le cae bien.
Y ahora piensen en Esperanza Aguirre. Bum.

Ni usted ni yo conocemos a Esperanza Aguirre. La llamamos Espe, pero no sabemos si la llaman así en casa. Espe no nos cae bien porque piensa de un modo que no es el nuestro. O quizá sí nos cae bien. O quizá nos cae a medias según lo que diga.
Ahora pensemos en Santiago Espot. Santiago Espot no es un tipo conocido pero se hace querer, el buen hombre. Santiago Espot es catalán, de la parte más agreste de la montaña leridana. Santiago Espot es independentista. Santiago Espot es tan independentista que presume de haber denunciado a 3.000 comercios en un mes por no tener su rótulo escrito en catalán. Santiago Espot es tan independentista militante que es el que ha organizado la pitada contra el himno en la final de la Copa del Rey.
Tampoco conocemos a Santiago Espot.

Esperanza Aguirre y Santiago Espot tampoco se conocen entre sí. No sabemos si se caerían bien. Pero entre los dos han montado el mayor espectáculo de humo y espejos de estas últimas semanas en un cocido lento y espeso. Política pura y dura al servicio de la Gran Broma de nuevo. Les necesitamos.

A vueltas con el himno
La cronología de los hechos, uno a uno, resalta la tozudez de la realidad de tal manera que no es necesario andar con muchos comentarios. Atención a las fechas:
7 y 8 de febrero de 2012: El Barcelona y el Athletic se clasifican para la final de la Copa del Rey tras eliminar al Valencia y al Mirandés, respectivamente.
13 de febrero: ambos clubes piden a la Federación Española de Fútbol que la final se juegue en el Santiago Bernabéu. Se esgrimen motivos de capacidad y neutralidad nada desdeñables: en el Bernabéu caben 80.000 personas y la distancia de Madrid entre Barcelona y Bilbao es pareja. No se añaden otros motivos más sentimentales pero las sensaciones apuntan a que las hay. Como mínimo, en Madrid.
14 de febrero: Florentino Pérez aduce obras programadas para el final de temporada para "rechazar" la opción. Dirigentes del Barça y el Bilbao dicen que qué faena, con las ganas que tenían. Un político del PP vasco incluso pide en Moncloa que el Bernabéu acoja la final. La política empieza a meterse de por medio desde el lugar más insospechado. Insisto: son hechos.
2 de marzo: reuniones para decidir día y lugar para la final. Barcelona quiere Madrid sea como sea. Bilbao se inclina por Sevilla. ¿Sevilla? Sevilla.
6 de marzo: Tras varias reuniones, la Federación escoge el 25 de mayo como día de la final y el Vicente Calderón, en Madrid, como sede.
14 de marzo: Santiago Espot, presidente de la plataforma independentista Catalunya Acció, en una tertulia radiofónica de PuntoRadio, anuncia la organización de una acción independentista en Madrid y la proposición de silbar el himno español. Esait, plataforma pro selecciones deportivas vascas, se suma a la idea. Recuerden esta fecha. Estamos aún en marzo, dos meses antes de la celebración de la final.
15 de abril: semana horribilis para la monarquía que culmina con la foto del Rey con el elefante que acaba de matar en Botswana, viaje en el que se cisca la cadera. Tres días después tiene que salir a pedir disculpas. Esto es importante, como se verá luego.
6 de mayo: Rodrigo Rato dimite como presidente de Bankia.También será importante.
18 de mayo: Amaiur, ERC y BNG presentan en el Congreso una acción pro selecciones propias programada para la semana de la final.

Queda una semana para el día de la final. Lejos quedan ya las proclamas identitarias de Espot, el Madrid ganó la Liga y tanto éste como el Barcelona se quedan sin la final de Champions. Pero el ruido zumba por otros temas más acuciantes: la crisis se agudiza, Moody's baja a Cataluña y Murcia al rango de bono basura (LOGSE: no devuelven ni la hora, mejor no dejarles ni el mechero) y en el País Vasco se debate dar la opción de votar en las autonómicas a los de la Diáspora (LOGSE: unos judíos que se fueron hace mucho a todas partes y ninguno se quedó en casa, en este caso aplicado a los que preferían no tener un etarra detrás) y el bipartito social-popular se ha roto, pidiéndose elecciones anticipadas. En Madrid, la nacionalización de Bankia y el desastre generalizado que ha sido meter a viejos elefantes de la política en las cajas pasa factura. Bancos y políticos son la diana más jugosa.

21 de mayo: La foto de los parlamentarios reclamando selecciones propias. En el acto, se pide que la final de la Copa del Rey sea una acto reivindicativo. Pacífico, por supuesto. En Madrid, pero pacífico. Faltaría más. Pero sin politizaciones, ¿eh? Que es fútbol. Bueno, un poco de politización. Pero sólo un poco, la puntita nada más.
22 de mayo, 9am: El incidente de Espe. Pánico. Absoluto.
22 de mayo, entre las 10 y las 12am: El programa El Món a RAC1, emisora de Barcelona, llama a varios políticos. Montse Surroca (CiU) ya pensaba que era una noticia de El Mundo, por esperable. No sabe nada de que se haya organizado una pitada. Aitor Esteban (PNV) piensa en libertad de expresión y maniobras de distracción de la lideresa por lo de Bankia. Alfred Bosch (ERC) se sorprende y comenta que Espe es una "pirómana". También niega que nadie, y mucho menos Santiago Espot (que en realidad son los padres), organizara una pitada al himno. Añade que "queremos jugar y que nuestra selección esté representada". Creyendo que se pedía el cierre preventivo del estadio y la suspensión del partido porque sí, la toma por loca. No la escuchó decir lo que dijo ni falta que hacía. Xavier Mikel Errekondo (Amaiur) también se quedó flipando. Tampoco sabe nada de silbidos al himno, tan sólo pedía "el reconocimiento de las selecciones propias a la misma altura de competición que España" y que "los seguidores vascos y catalanes animaran esta reivindicación llevando senyeras e ikurriñas" en el estadio el día de la final. Pero no entiende, dice, por qué Espe se mete a politizar un partido de fútbol. Es decir, por qué no les dejan politizar a ellos solitos.
22 de mayo, poco después: de nuevo Alfred Bosch, en el Congreso de los Diputados, pregunta al Ministro del Interior si no tomará medidas contra la "ultrasur number one" y "hooligan" y sugiere, como dice la canción, que "Madrid se va a quemar, se quema Madrid". Pero él no es forofo, ¿eh? Es sólo una cancioncilla que cantan los del Barça. A veces. Cuando gana. En Madrid.
22 de mayo, por la tarde: Durán Lleida (CiU), Pere Navarro (PSC), Idoia Mendia (PSE) critican a Aguirre, recuerdan el derecho a expresarse libremente y piden que no se politice el partido. A estas alturas. En serio.
22 de mayo, todo el día: Tanta repercusión genera Espe que en el PP se ponen de perfil y dicen que no la conocen ni saben quién es.
22 de mayo, en algún momento: Santiago Espot de nuevo compara a Espe con Primo de Rivera (LOGSE: dictador malérrimo antes incluso que Franco) y piensa que la pitada al himno será aún mayor de lo que esperaba, gracias a ella. Pero nadie dijo nada de pitarlo, recuerden.
22 de mayo, a eso de las 13h: Gerard Piqué, jugador del FC Barcelona, opina.
22 de mayo, a la hora de la siesta: Sandro Rosell, presidente del FC Barcelona, pide libertad de expresión. Para los barcelonistas. Para algunos de los barcelonistas.
23 de mayo, desayunando: La prensa es un hervidero. Los partidarios por un lado y los detractores por otro. Ninguno se deja las palabras de Espe y las reacciones suscitadas aunque, obviamente, resaltan más las del contrario.
Esto ocurre tres días antes de la final. Tres días pueden dar para mucho y es notorio, por lo que:
24 de mayo: Iñigo Urkullu, presidente del PNV, quiere mantener la llama encendida mientras pueda. Lo que dice es del todo irrelevante.
24 de mayo: Espe dice que se raja y no asistirá a la final. Patxi López, presidente del País Vasco, le manda una carta pidiéndola que retire sus palabras, que nadie ha dicho nada de ir a Madrid a liarla y que sea buena. Aguirre manda su respuesta en apenas un suspiro: dice "tururú".
Como prólogo a veintisiete segundos que durará el himno no está nada mal.

El análisis sucinto, hasta aquí. Espe cae mal si no vives en Madrid y peor si vives en Madrid. A varios de los políticos independentistas les pillaron con el carrito de la pitada y negaron la mayor, no vaya a ser que les acusen de antiespañoles. Con lo divertido que fue Valencia '09. De la sensación de alegría y rechifla por pasar un día más por el aro reivindicativo pasan a estar todos aterrorizados con la idea de no ver el partido en el palco, con la de entradas que habían regalado a compromisos. Esa fue la sensación que provocó tanta respuesta apresurada y furibunda: pavor. Horror a que se tomara por lo drástico el vandalismo de unos pocos (a los que nadie había intentado reconvenir). Terror a imaginar que las pequeñas tonterías que organizan de cuándo en cuándo para hacer rabiar al resto se agrandaran hasta tener que hacerse responsables de ellas de una vez por todas. Así que tiraron de victimismo, su mejor baza, y estiraron el cinismo y la hipocresía hasta el chiste: "Deja la politización a los que saben, chata".

Porque la verdad, damas y caballeros, es tuerta. Es invisible si nos apetece y bien visible otras veces. Así, hasta Segurola (en Italia, eso sí, aquí no se ha atrevido) puede decir que la única culpable de que la final se haya podrido es culpa de Espe y de nadie más. Porque recuerden, la verdad es siempre la que queremos que sea y no la que realmente es. Así, podemos decir tranquilamente que Santiago Espot no es nadie. Que no existe ni representa a nadie. Que sus proclamas y sus ínfulas de patriota provinciano no llegan más lejos que su empeño en proyectar una sombra alargada y gris. Que todos los que se presentan con ikurriñas y senyeras no lo hacen al calor de las peticiones de los políticos de la cosa sino por pura espontaneidad sana y apolítica. Que lo ocurrido el día antes en las puertas del Congreso no fue nada más que parte de un guión previsible y anodino, producto de una mala interpretación de lo que significa ser coherente y honesto con uno mismo. Que pitarán cuatro gatos porque así se espera que sea. Que nada de todo eso es politización porque, a fin de cuentas, ninguno es Esperanza Aguirre.
Y, al mismo tiempo, podemos estirar al máximo unas declaraciones e inventarnos lo que no se dijo para acomodar lo que hubiéramos querido que se dijera. Y remarcar, cuantas veces haga falta, que sólo ella ha politizado la final y nadie más.
La verdad es que Espe se ha lucido. La verdad es que le ha venido bien la palabrería para darse un respiro de tres días a cuenta del escándalo bankiano. Pero la verdad también es que dijo lo que dijo y nada más. No me cae bien la señora Aguirre. Pero dijo su verdad.

Y el partido sin jugar.

16 mayo 2012

Profecia autocumplida

Se dice que una profecía (LOGSE: decir algo que va a pasar más tarde) basada en fundamentos realistas puede llevar a un cambio de actitud que termine por convertir en realidad lo que hasta entonces sólo fue teoría, desembocando en el cumplimiento de la profecía.

A Aquiles le profetizan que si va a la guerra de Troya no verá crecer a su hijo pero será recordado por generaciones. Algo así como decir "chato, si vas y lo das todo serás el amo pero morirás allí". Y guerreó, claro. Y fue el amo, claro. Y murió, claro. Pero no murió porque una profecía lo había impuesto. Murió porque estaba el primero en todas las batallas, quería matar a los peces más gordos y desafió a todo el que se le puso tonto. Quizá conocer esa profecía por su propia madre influyó algo en su ánimo.

Paul Krugman, nóbel de Economía en 2008, profetiza que Grecia saldrá del euro y que España será un corralito a la argentina, y eso sólo para empezar. Al margen de su verdadera capacidad para hacer esta clase de pronósticos, suponemos (debemos suponer) que Krugman es un hombre influyente. Que algunos le hacen caso o al menos se paran a pensar si no tendrá razón el hombre. No sería mucho de extrañar que esos mismos que le hacen caso se pongan manos a la obra y saquen las zarpas de España o, los más, apuesten directamente en su contra.
Inciso: porque sí, damas y caballeros, en el mercado actual es posible apostar en contra de algo o alguien basándose nada más y nada menos que en chuparse el dedo y esperar a que el viento sople. Se les llama opciones.
Con semejantes premisas es relativamente fácil que una profecía se cumpla.

Ahora bien, las cosas pueden complicarse un poco más cuando dejamos a un lado la influencia y el nombre y simplemente tiramos de lugares comunes para tratar de profetizar algo.
Supongamos ahora un movimiento civil pensado, motivado y movilizado por una causa lo bastante evanescente como para incluir a todo el mundo. Lo mismo puede ser "la crisis" que "los políticos" o "el Madrid ganó por fin". Gente anónima con el corazón a la izquierda o la derecha. Tan es así que desde el principio se renuncian a símbolos que pudieran excluir a alguien.
Aquí la profecía autocumplida viene de lejos. A los conservadores no les gustó el 15-M. La sociología y la psicología antropológica intentan decirnos que mientras el de izquierdas es activo y militante, el de derechas es pasivo y expectante. Casos aislados aparte.
Los columnistas más reacios no tardaron en ver motivos por el que espantar a los derechistas, que en ningún momento fueron malvenidos. Primero dijeron que la acampada se hacía en Sol, donde está la sede de la Comunidad de Madrid (PP) y no en otra parte donde hubiera socialistas. El argumento es flojo, ¿verdad? También lo pensaron ellos, que rápidamente fueron a buscar a los comerciantes que tienen sus tiendas en Sol. Tener la plaza abarrotada de gente no es positivo para las ventas, decían, si éstos sólo están ahí protestando en lugar de comprar. Así que protestan por los protestones y se quejan de la ruina que supone para ellos que, día sí y día también, los accesos a sus tiendas estén colapsados de gente. Parece que nadie les explicó el concepto de márketing, pero eso a los que estaban en contra de las protestas les daba igual: ahora tenían dos argumentos que explotar. Y pronto le añadieron un tercero, el de que el movimiento de los indignados no era otra cosa que un hatajo de perroflautas, vagos y maleantes. Izquierda pura y dura.

Pero, ¿por qué iban a estar los derechistas en desacuerdo con el 15-M en pleno gobierno socialista? ¿Por qué iban a estar en desacuerdo si los motivos del 15-M eran asumibles por cualquiera? No lo estaban. Pero la profecía autocumplida hizo su labor:
a. El derechista se desahoga desde casa o el trabajo. No se va a pasar frío o calor a la calle pudiendo decir lo mismo en un foro de internet o una columna de periódico.
b. El derechista temía que el movimiento fuera acaparado y explotado por la izquierda.
a+b. El derechista no se presenta en Sol y le deja todo el espacio a la izquierda.

¿Quiere esto decir que los columnistas tenían razón? No, pero al igual que Aquiles o Paul Krugman se aseguraron de tener razón: un año después las imágenes de las concentraciones son otras. Ya no se da la misma espontaneidad y heterogeneidad de doce meses antes. El imaginario colectivo ha aceptado la tesis de que el 15-M es (y por tanto se presume que siempre fue) de izquierdas. Porque:
a. El izquierdista gusta de expresarse en la calle, sea pasando frío o calor, además de decir lo mismo en un foro de internet o una columna de periódico.
b. El izquierdista temía que el movimiento fuera aceptado y bienvenido por la derecha.
a+b. "El 15-M es y será de izquierdas. No queremos a la derecha en él".

Asumimos que parte de un movimiento estará formado por extremistas, porque los hay en cualquiera. Y asumimos que a esos extremistas se les llama así por su condición de llevar ideas y actos al extremo de lo aceptable.
Un extremo de lo aceptable podría ser, por ejemplo, que hubiera policías infiltrados en las manifestaciones, concentraciones o grupos de cotorras "para montar follón" y darles una excusa a los antidisturbios para disolver a porrazos, algo nada imposible dada la propia naturaleza de la guardia, intocable e ininsultable, altiva y arrogante.
Inciso2: la lógica intenta explicarnos que un policía tiene que tener un rango ligeramente superior al de un civil para que su autoridad sirva para hacer su trabajo. La misma lógica explica que esa condición afecta a la propia percepción que el madero tiene de sí mismo, haciéndole creer el amo del cotarro aunque todos tengamos un jefe: él te puede llamar de todo menos bonito. Tú a él no.
Así las cosas, cualquiera que en un momento dado tenga ganas de armarla en una concentración donde se reúne lo mejor y lo peor de cada casa es, por definición, "un policía infiltrado". Esto tiene que ser así por dos razones:
1. Dada la condición de alguno de los miembros del movimiento, es mejor vendar la herida antes: si montas alguna bronca te llamaremos policía, lo que significará que te echamos del grupo, lo que significará que eres de los nuestros siempre que no te salgas del guión.
2. Pero al mismo tiempo, y conocida la naturaleza de los más extremistas, libera de toda responsabilidad a los reunidos: cualquier violento es madero. Aunque no lo sea.

Desde el otro lado las perspectivas tampoco mejoran. Si la Policía teme que algún exaltado empiece a liarla y tienen instrucciones de mantener el orden público (tratar de diseccionar este concepto da para otra entrada), estarán tensos y a la que salta en cualquier ocasión, sea cierta o no. Y además dan por sentado que cualquier detenido dirá que es inocente aunque no lo sea. Y si lo es, "estabas en el momento equivocado y en el lugar equivocado, pero vas a comisaría igual. Será injusto, tal vez, pero esto es lo que hay y te jodes porque no pienso comerme el marrón por ti y te denunciaremos igual". Y además liberarán tensiones y adrenalina. Profecía autocumplida: se temen disturbios y la misma Policía los agrava.

Y así hemos llegado a este punto crítico. ¿Tal es la fuerza de algunos que pueden influir tanto en los demás? La práctica dice "sí" aunque la teoría diga "no". ¿Por qué entonces las profecías autocumplidas se cumplen? Porque suponen el deseo de muchos: en el caso de Krugman el deseo es la ganancia de dinero rápido y fácil apostando por lo mismo que apuestan unos cuántos. En el caso de los derechistas es victimizarse de lo poco que les quieren. En el caso de los izquierdistas es reivindicarse con algo que se les da bien. En ambos, además, está el pavor a mezclarse unos con otros.

Autocúmplanse ustedes también.