18 mayo 2011

Podemos cambiar las cosas

Si queremos que lo que pasa en la Puerta del Sol llegue a alguna parte tenemos que hacer algo más que quedarnos ahí sentados. Tenemos que proponer ideas. Ideas capaces de convencer a todos, no sólo a unos pocos. Ideas sin ideología. Se trata, me parece a mí, de cambiar el país sin contar con los que mandan. Nos han demostrado que no sirven.
Eso implica responsabilidad. Eso implica entender que el romanticismo y el extremismo no tienen cabida.
Si se quiere cambiar toda una forma de hacer las cosas, hay que empezar por los cimientos. Muchos van por el tejado, pero se les caerá la estructura en cuanto sople una brisa.

¿Y qué cimientos son esos?
El sistema político en su más pura esencia. No, no hablo de monarquías o repúblicas, de izquierdas o derechas. Hablo de algo mucho más serio y en lo que todos estamos de acuerdo: la división de poderes.
Deberíamos clamar por jueces que estén donde estén sin un político que los haya nombrado. No, ahora mismo no es así. El poder Judicial no es independiente, y así nos luce el pelo. La mitad (sólo la mitad, pero más del doble de lo que debería ser) están a dedo por partidos políticos, eso supone que se sientan en la obligación de obedecer sus dictados.
Estamos hablando de algo muchísimo más serio que unas consignas ideológicas.
Pero en el sistema hay más ramas. Están el Ejecutivo (eso que llamamos Gobierno por no llamarlo otra cosa) y el Legislativo, que elegimos de una sentada una vez cada cuatro años. También deberíamos separarlos y exigir que, como en USA, haya dos elecciones distintas para el Ejecutivo y el Legislativo: queremos que sea esta gente la que mande y esta otra (sean del mismo grupo o no) los que hagan leyes. No queremos que el cortoplacismo de un líder y sus cálculos para seguir chupando del bote comprometa todo un país.

¿Y el Cuarto Poder?
Los medios de comunicación se precian de ser el Cuarto Poder. En realidad, desde hace algún tiempo sólo son los altavoces de los grupos que les pagan los sueldos vía publicidad o favores. Se acabaron los periodistas comprometidos con la verdad, y los pocos que existen (ejemplo neutro: Antonio Salas) se buscan la vida por su cuenta y viven de sus libros, no de sus periódicos. Sería una buena idea suprimir la opción del Gobierno de elegir a qué medio favorece más o menos. No, no es que haya una ley que se lo permita: es que no hay una que se lo prohíba. Así funcionamos aquí.

Ellos no lo harían
Seamos serios. Le dices al político de turno que estos cambios son lógicos, racionales y que sirven para que las cosas funcionen mejor y en el mejor de los casos el tipo te escucha con cara de póker mientras reflexiona:
_Este mindundi me está diciendo que quiere que se me acabe el chollo, que deje de tener a los jueces atados para que me saquen las castañas del fuego si meto la mano en la caja y a los medios controlados para que la gente sólo sepa lo que me interesa cuando me interesa, al menos los que mi grupo controla.
Le explicas que sólo pretendes que tu estúpido país funcione algo mejor y él te sigue la corriente, te da una palmadita en la espalda y corre a reunirse con los suyos a reírse de ti.
_¡Pues no va y me habla de separación de poderes! Pobre paleto.
Por ese motivo, estos cambios jamás los harán ellos. Por ese motivo, sólo nosotros podemos hacerlo.

El sistema parlamentario
Se supone que un congresista o un senador es un representante electo de un determinado lugar. Se supone que ese político responde ante sus electores de las decisiones tomadas. Se supone que esos mismos electores pueden ponerse en contacto con él y exigirle responsabilidades. La realidad es otra: esa persona es un representante de su partido, y sólo responde ante él. Durante cuatro años es inaccesible y no hay forma de pedirle cuentas de su gestión. Hay que cambiar eso: hay que conseguir que si alguien es elegido para un puesto de poder sea consciente que trabaja para alguien más que un partido y que pueden echarle.

¿Y el Senado?
Olvidemos la polémica de la representación proporcional por un momento. Supongamos que no hay partidos nacionalistas con representación inflada que, por ello, se han convertido en los únicos con todas las llaves y que con sus continuas reclamaciones lastran la capacidad de atención y acción de todo un país. Olvidemos por ahora que otros partidos con muchísimos más votos tienen muchísima menos representación.
¿Por qué? Porque no estaríamos todos de acuerdo. A ellos ya les gusta que sea así.
El Senado es importante. Allí se da permiso (o se niega) a que una ley sea aprobada o no lo sea. La única razón original de su existencia era convertirlo en la pista de aterrizaje de los partidos territoriales (no sólo nacionalistas, también regionalistas, cantonalistas, autonomistas...) y ser la voz de las provincias en contraposición a la estatal, que teóricamente era el Congreso, para así poder ser escuchadas y tenidas en cuenta.
Como no es así y están todos en el Congreso, su función actual es ser simplemente una fotocopia borrosa. Todos estaríamos de acuerdo en que se aplique la idea original y sea una Cámara de representación territorial o se suprima definitivamente.

Pero espera, ¿eso no fomenta el bipartidismo? ¿No es precisamente de lo que estamos más hartos?
Creo que de lo que estamos hartos es de políticos inútiles. De gente muy poco preparada para gobernar un país, de personas que no son más que fachada y consignas. El bipartidismo no deja de ser la consecuencia más lógica de la existencia de dos corrientes mayoritarias. No importa cuántos partidos políticos existan, al final siempre hay dos caminos: uno y otro. Izquierda y derecha.
Creo que todos estaríamos de acuerdo con que no basta con ser cualquiera para ser Presidente. La teoría es buena, pero también decían lo mismo del comunismo o del maquiavelismo.
A mí me puede gustar más o menos una ideología, pero si gana la opción que no es la mía al menos quiero pensar que el tipo que está a la cabeza es competente y puede hacer un buen trabajo. Pero para que eso sea posible antes tiene que haber pasado algo que no pasa: que la educación sea otra.

La educación
No se concibe la educación como algo que te servirá en el futuro para ser útil en algo. Ahora mismo pretende ser simplemente un filtro. No importa si aprendiste algo o no.
Como tampoco importa que los libros que tienes que leer en la edad más crítica para tener un criterio propio sean sean auténticos ladrillos infumables [¡alguien tenía que decirlo!], escritas por gente que acumula polvo en sus tumbas. ¿Pedro Páramo? ¿La Colmena? ¿Luces de Bohemia? ¿Un libro del siglo XVI? ¿¡En serio!? Pero me da que el motivo es evidente: dar a entender a la gran mayoría un mensaje:
_¡Leer es un coñazo!
Si leer es un coñazo, dejas de hacerlo. Si dejas de hacerlo, dejas de hacerte preguntas. Y si no preguntas, no protestas.
Oh, pero todos leemos. Al menos, sabemos hacerlo. Nadie puede decir que vivimos en un país analfabeto. Pero lo somos en cierto modo. Se nos inculca que el pensamiento crítico sólo puede ir alineado con un político. Que si estás con ellos estás contra nosotros. Que aquí no dimite nadie así se caiga el mundo. Que no podemos ponernos de acuerdo (pero ellos, tras las cámaras, sí). Se nos enseña a no reflexionar, a no pensar, a dejarte llevar por la moda del momento. Se nos machaca con la idea de ser productivos pero no se nos enseña a serlo.
Luego llegan los suecos y se ríen de nosotros. ¿Cómo no van a hacerlo? Se lo ponemos en bandeja.
Tampoco me parece de recibo dejar en manos locales la decisión de qué se estudia, en qué contexto y bajo qué premisas. Así nos luce a todos el pelo luego: que cada uno defiende una idea opuesta y no sabe ni entiende por qué el de enfrente habla de otra cosa, si vienen del mismo país. Obviamente no hablo de matemáticas, porque aún no se ha encontrado el modo de moldear a alguien al capricho de los números. Al tiempo.

Estas son sólo ideas genéricas y de trazo gordo. Estoy convencido que todos vosotros tenéis algo que decir. No quiero creer que no tenéis vuestra propia idea. Demostrad que podemos y sabemos estar de acuerdo sin ayuda de nadie.
Demostrad que podemos cambiar las cosas y que sabemos hacerlo mejor.

16 mayo 2011

Pecados Nacionales VI

Ayer un terremoto sacudió Lorca, un pueblo de Murcia, patria chica del imprescindible Yepes y de una conocida mía. Nueve muertos, cientos de heridos, casi todo el pueblo dañado.
De por sí la noticia es terrible, un trágala infame que de cuándo en cuándo la tierra nos receta sin que podamos hacer gran cosa por evitarlo.

En España ha habido terremotos desde que la Península es península, es decir, dos días antes del nacimiento de Fraga. La lista de terremotos es corta, pero cuajadita de desastres [1][2]. Lorca no es menos, si acaso añade una nueva triste entrada.

Aquí la tierra tiembla a menudo, pero casi siempre de forma que casi ni nos damos cuenta. A veces, por desgracia, la sacudida es lo bastante fuerte para que haya que lamentar pérdidas irreparables.
En el mapa de aquí a mi siniestra se exhiben las 'zonas calientes' de temblores, lo que demuestra que no es una novedad.

Se ve que alguien ya avisó de que algo así podía ocurrir, no hace ni tres meses. El problema es que no se puede hacer más de lo que se ha hecho: nada.
Como podemos ver el cielo, somos capaces de predecir -con mejor o peor exactitud- el tiempo que va a hacer y prevenir en lo posible. Gracias a las fases de la luna también podemos calcular con precisión las mareas del mar y plantear alternativas. Pero lo que hay debajo... eso es otro cantar.
Lo ocurrido en Lorca es muy triste. Se puede describir con más palabras, pero con el mismo resultado.
Nueve muertos son demasiados. Sobran nueve.

Para variar, los hay que sólo saben aprovecharse de este tipo de desgracias, cada cuál de un modo distinto pero igualmente amargo, desde mi modesto punto de vista.
Vivimos en unos tiempos en los que la inmediatez impone sus normas, y son duras y crueles.
El papel de la clase política, cuando pasa una desgracia, es el de representar el dolor común. Para eso están donde están y ganan lo que ganan. Podremos discutir el modo en que expresan ese dolor, habrá opiniones en muchos sentidos, pero nadie pondrá en duda que lo hacen de corazón. ¿Nadie?
Es difícil sostener esa idea si ves a unos cuántos sonriendo a la cámara en pleno minuto de silencio. De acuerdo, estamos en campaña. ¿Todo vale?
Convenimos todos - o casi - en que el gesto de salir a las puertas de cada Ayuntamiento y quedarse ahí parados un minuto es mejor que ninguno, pero eso no quiere decir que no se pueda hacer mejor. Creo que no es difícil aceptar que nada se puede hacer por quienes acaban de dejarse la vida en algo que no han provocado, ni han querido, ni se han buscado, ni nada que pueda dar lugar a cualquier cuchicheo socarrón. Precisamente por eso la tragedia es tanta. Nada menos que una bonita muestra de solidaridad, ese es el mínimo exigible. Pero incluso en esas tienen que hacerlo a su manera: convocando a los medios. Que nadie se quede sin saber que tal o cual político estuvo firme y silencioso.

No quiero criticarles hoy. No a ellos, no viendo a otros peores: los medios.
En serio, no aprenden.
Terremoto en Lorca. Muere gente, edificios derruidos o seriamente dañados. Cobertura impecable y puntual de cualquier pormenor. Quien puede, emite morbo. Quien no, lo describe. Hasta ahí, lo acostumbrado.
Los hay que creen que su forma de informar transmite cercanía con los afectados y el resto, se sienten el nexo de conexión y gozan con ello. No era esto, pero se admite a falta de nada mejor.
El problema es otro y viene después, cuando la inmediatez impone que, pasado el terremoto y pasadas las imágenes, haya que recurrir a algo más para exprimir el tema. Es la hora del alarmismo fácil.
Unos atizan al de enfrente, porque no sólo los políticos están en campaña. Basta cruzar una mínima línea y ninguno se priva de hacerlo. ¡Aprovechemos el momento sensible para meter nuestra mierda del día! ¡Mirad a ese o a esa, lo que han hecho! Les seguimos el juego publicándolo, pero... ¡ah, qué horror!

Pero incluso eso entraría dentro de lo razonable, o al menos no por novedad.
Tampoco es novedad lo que hacen otros: sacar el alarmismo a pasear en cuanto creen que eso servirá para vender más caros los anuncios. Varios informativos le han echado minutos a expandir la sensación de miedo.
¡Terremoto en Lorca! ¡Muertos, desastre, pueblo arrasado! ¡Podría pasarle a usted!
Podría pasarle a usted. ¡Suenan las alarmas! ¡Que panda el cúnico y la histeria se desboque doquiera! Si usted, avispado lector, vive en un edificio de más de treinta años, ¡desespérese! ¡Dé rienda suelta a su miedo! ¡No repare en gestos y palabras! Quéjese ante alguien, métase con alguien más bajito que usted, lanze algo o simplemente llore a gusto, porque... ¡desde ayer su vida corre un inmenso peligro!
Nadie hasta ahora se había dado cuenta de ello. Antes de ayer el concepto 'terremoto en España' era algo etéreo, irreal, una cosa que sólo sucedía en sitios muy lejanos como Japón o Californa. Por eso, nadie había tenido nunca ningún problema por vivir en edificios de más de treinta años. Es más, solían ser más apreciados cuanto más antiguos fueran hasta que se han convertido en el nuevo coco. Que pasados muchos años sigan en pie debería decir algo a su favor, y que aquí no abuden los terremotos desastrosos tampoco pero... ¿dónde estaría la noticia, entonces? ¡Un terremoto puede devastar un pueblo! ¡El suyo!
Así que déjenos cambiar su perspectiva y permítanos meterle miedo en el cuerpo. Deje de sentirse a salvo en su propia casa vieja, plantéese comprar uno nuevo -y de paso sea patriota-, monte gresca en el Ayuntamiento, concéntrse en la pueta del Colegio de Arquitectos. Si puede ser, júntense muchos y todos al mismo tiempo, eso sería aún mejor: así tendremos más cosas que sacar en los próximos informativos.

09 mayo 2011

Quiero ser banco

A nadie le gusta sentirse el perdedor en una historia de finales agridulces. Si alguien señala con el dedo al responsable de un mal, éste tenderá a defenderse o a echar a su vez la culpa a otros en una espiral sin fin que, precisamente, es lo bueno que tiene: que de tanto mirar para otro lado al final no paga nadie el pato.
Los perdedores de mi primera paja mental en dos años son todos aquellos que se metieron en hipotecas a partir de 2007. Mucha gente que en su fuero interno tienen cara de primo y, precisamente por ello, luchan como fieras por librarse del sambenito (para los de la LOGSE: era un traje especial que hacían ponerse a los malos cristianos cuando les pillaban, lo de San-Benito-todo-junto es otra historia).
Se habla mucho de 'especulación', y a mí, como me divierte toda palabra que tenga un culo, me da la risa floja cuando tantos y tantos alzan sus voces contra los 'especuladores' [pfff] que han causado la 'burbuja inmobiliaria' a causa de las 'recalificaciones del suelo' promovidas por 'grupos de presión' hacia 'elementos municipales presuntamente imputados por cohecho y apropiación indebida' que...
¿Lo veis? Es muy fácil perder el hilo. ¡Mire mi dedo, mírelo bien, qué bonito es mi dedo!

¿Qué pasa con los pisos?
Según el Instituto Nacional de Estadística, el INE para los iniciados, en 2010 el número de hipotecas constituidas (LOGSIANOS: gente que no tenía pasta para un piso y pidió prestado al banco) para cualquier tipo de casas era de... tachán tachán...
_¿Cero?
_¿Menos mil?
Casi. Novecientos cincuenta y seis mil ciento veintisiete. Vedlo en números, que impresiona todavía más: 956.127 hipotecas nuevas.
¿Pero no habíamos quedado en que el precio de la vivienda en España estaba sobrevalorada desde hacía tiempo? ¿No se supone que está todo el mundo (toooodo el mundo) gritando cosas como 'los bancos', 'los especuladores', 'los mercados' y 'que la vivienda baje ya, coño'?
Asegurémonos. Todos estamos de acuerdo con que "la crisis" empezó formalmente desde 2008, que es cuando a ZP se le escapó por primera vez ese palabro.
Dicho esto, en 2009 se constituyeron 1.082.587 hipotecas nuevas. En 2008, año de pánico y crujir de dientes, 1.283.374.

Teniendo en cuenta, siempre según el dichoso INE, que el precio medio de vivienda en España está en 1.825,5 leuros el metro cuadrado (un precio muy alto), ¿debemos entender que, según el INE, hay más de 3 millones de gilipollas? La respuesta, amigos míos, es un rotundo no: en España hay 14.722.533 gilipollas, que son los que pagan el impuesto por ser persona física. Para ser un país de casi 50 millones, aquí hay mucho golfo suelto que, en lugar de pagar al Estado, le paga al constructor, ¿y extraña que incluso con crisis y los pisos sobrevalorados haya gente que los compre?
_Será que no hay mucho donde elegir y por eso los pisos son caros.

El inmenso erial (céntrico, muy luminoso, exterior, preciosas vistas, mejor ver)
En 2001 (no encuentro datos más recientes) había 3,1 millones de pisos vacíos. El 80% de la costa de España, desde un kilómetro atrás del litoral, está ocupado por viviendas. Eso, amigos, es más de 2500 kilómetros de casa. A mí me huele un poco a chamusquina.
Supongamos (ingenuamente) que la construcción de estos últimos diez años ha ido al mismo ritmo que la compra de pisos y que todo piso que se ha construido ya tenía comprador. Olvidemos Seseñas y Valdeluces y metámoslas en el saco de paparruchas imaginarias para asustar a los niños. Seguiría habiendo 3 millones de viviendas deshabitadas.

¿Qué pasó?
Supón que tienes un dinerillo y eres amigo de un alcalde de pueblo costero. Has leído que muchos guiris invaden España en busca de un retiro dorado al más puro estilo (cutre) de Florida o Atlantic City sin casinos pero con bingos. Te has enterado de un terreno a diez kilómetros del mar (o de la ciudad) que se vende por cuatro perras porque no vale ni para sembrar (todos los terrenos más cercanos a la playa, repito, todos, ya están cogidos). Coges al alcalde y le prometes un diez por ciento. El tipo te lo recalifica en urbanizable en lo que tarda en decir 'qué hay de lo mío'.
Has oído que los costes de construcción se reducen cuanto más gordo sea el proyecto (y más sacas al mismo tiempo), así que en lugar de hacerte una casita con jardinazo versallesco, que valdría un millón, decides hacer una macrourbanización de 60.000 viviendas a 300.000 la unidad. Echas cuentas y la cifra te produce micro-orgasmos oculares. Mentalmente ya tienes el megayate, el jet privado y el palacio en los Hamptons.
Te pones a construir, por fuera muy vistoso pero con los materiales más baratos posibles. No terminas de verlo vendible. Ya hay mucha urba, mires donde mires hay casas, has puesto mucho dinero en juego y todo esto lo estás haciendo para forrarte, no lo olvides. Lees en alguna parte que un campo de golf, por cutre que sea, revaloriza las viviendas un 20% sólo por el hecho de que haya verde alrededor. Si además difundes que lo ha diseñado un golfista profesional, aunque sea el número 800 del mundo, la cosa se dispara. Visualizas una isla en el Índico y tú clavando un cartel con "Propiedad Privada" escrito en él.
La acabas. Cóctel de inauguración, señores traje oscuro, señoras traje largo, SRC. Un famosete de animador y un par de fulanas repartiendo puros para caldear el ambiente. Un par de periodistas a sueldo te cubren el evento, tus manos están desolladas de tanto frotártelas... vas a forrártela de oro, ¿qué podría salir mal?

Lo que no sale en los periódicos hasta que es demasiado tarde
Escoge la opción que prefieras:
a. Alguien de la oposición se ha enterado del chanchullo y, como no ha pillado cacho, se ha ido de la lengua. El alcalde está imputado (presuntamente), no coge el teléfono y se ha paralizado la concesión de las cédulas de habitabilidad.
b. Un informe de impacto medioambiental que nadie había querido leer llega a manos de un periodista con síndrome de Woodward y te monta un circo mediático. El alcalde no se pone ni en el despacho. El Ministerio de Medio Ambiente interviene con la UME. Greenpeace saca sus ballenas. Oyes las máquinas de derribo llegando en la distancia.
c. No vendes ni un triste bajo. La competencia te la tiene jurada y te las clavan todas. El alcalde se ha vendido a otro y te ha borrado del messenger. Los proveedores hacen cola con garrotas. No tienes ni para el autobús.
d. Se te acaba el dinero antes de acabar las obras. Incluso con lo que has ganado vendiendo sobre plano estás seco (obviamente, en lo que respecta a la legalidad). Amarras con lo que puedes y te fugas con la secretaria pechugona. Tiras el móvil al mar y que le den por culo al alcalde.
e. Todo era un pufo pensado para llevarte cuanto más, mejor. Te lo montas para que los estafados sean todos hijos de la gran Bretaña. Le dejas el marrón a un Ministro y que el alcalde se las apañe como pueda. No tenías teléfono ni lo tienes ahora. Te vas a la República Dominicana.

¿Resultado? Una panzá de casas que no sirven ni de adorno y unos cuántos campos de golf que merecen trasvases, broncas y unas cuantas bofetadas que se llevan hasta los que no tienen culpa. Y es que, ocurra lo que ocurra, al final siempre aparece un señor de Murcia.

Aquí pringamos todos
Venga, hablemos como adultos. Aquí hubo mucho listo que quiso subirse a la cresta de la ola cuando venía crecida y esperaba convertir el barro cocido (ladrillo) y la arena solidificada (cemento) en oro. Vieron la oportunidad y montaron inmobiliarias, constructoras y demás y esperaron la lluvia de maná en metálico. Se volvieron locos (¡más ladrillo, es la guerra!) y de pronto se dieron cuenta que se habían pasado un poco, pero sólo un poco: había más casas que gente. Así que se inventaron un bulo ("Comprar es invertir. La vivienda nunca baja. En España hay cultura de compra, no de alquiler") y se aprovecharon que Trichet (un tipo que sólo decide cuánto vale el dinero) estaba en plan generoso para que todo quisque presumiera de metros cuadrados, zonas comunes, acabados de lujo, memorias de calidades y domótica en el baño.
¿Cuántos borregos balaron al mismo tiempo y corrieron a su inmobiliaria más cercana? ¿Tú, astuto lector, fuiste uno de ellos? No te preocupes, no te vamos a tirar huevos. Por no hacer, ni siquiera te vamos a dar una palmadita en la espalda. A fin de cuentas, tú también querías ser un listo. No podías quedarte con la sensación de que podrías haber ganado un dineral por poner tu firma en un par de escrituras, la de compra y la de venta, y no haberlo hecho. Tú también querías dinero fácil. Los malos, todos lo sabemos, son los bancos.

¡Ah, el Eje del Vil Metal! ¡Sus et aellos!
Ellos te obligaron con cantos de sirena, ofreciéndote incluso más de lo que necesitabas, incitándote a que con ese dinero compraras muebles, ¿y por qué no un coche? ¿Y unas buenas vacaciones después? Oh, qué odiosos.
Los bancos. Yo de mayor quiero ser banco: cojo, hago lo que me sale de los huevos, utilizo dinero que no es mío y juego con él a mi entero capricho, me dejo timar pese a mis cuatro másteres y posgrados por otros bancos que quieren quedárselo todo, lo pierdo en un visto y no visto y, ¿qué hago? Pido más.
'Rescate financiero' al canto, pánico desatado e histeria colectiva. Es que vivir sin bancos suena taaan siglo XIX...
Pero lo mejor, lo más genial de todo esto, ¿sabéis qué es? Que no pasa nada ni va a pasar nada.

Ir pa' ná es tontería
Sí, mucho twitteo nervioso, algún grupo en Facebook, estas mismas líneas apresuradas... pero aquí se acaba. Nadie irá a protestar, ni a retirar sus ahorros, ni a exigir penas de cárcel. Y al próximo que se prejubile con un bonus de nuestros millones, le desearemos externamente lo peor mientras internamente desearemos ser él y tener un momento para preguntarle sin ocultar nuestra admiración:
_Tío, en serio, ¿cómo lo haces?

Y así funcionan las cosas. Unos pocos que tienen mucho y unos muchos que tienen poco. Equilibrio comercial, lo llaman.
No todos lo aceptan sin más, claro. El lenguaje ultra-progre está trufadito de expresiones grandilocuentes como 'redistribución', 'comercio justo', 'altermundismo'. Piensan que con sus palabras (sus actos no siempre son congruentes) moverán conciencias y apelarán a la generosidad del mundo occidental. Pero la base del problema no está en si la gente es más o menos generosa: ya sabemos que no lo es, y que la tendencia, por sistema, es arañar cuanto más, mejor. Ellos los primeros.
El lenguaje liberal (o neo-liberal, en función de a quién pregunte) está igualmente plagadito de mensajes inspiradores [oooh!] como 'libertad de mercado', 'supresión de barreras comerciales' o 'globalización de los mercados'. Éstos apelan a la otra parte de la conciencia, la avaricia, porque otra cosa no, pero de eso no se conoce aún el límite. Si alguien tiene mucho, la norma es que quiera más porque gasta más y necesita más en una espiral interminable. Luego, cuando has traspasado la frontera de lo grotesco y estás entre los diez tipos más ricos del mundo, te puedes permitir gestos como donar la mitad de tu inagotable fortuna, comprar una mina de plata porque te apetece hacer algo por tu pueblo o montarte ONG's. Pero para eso, tienes que haber ansiado amasar y amasar y amasar dinero. Y conseguirlo.
El canon (LOGSE: lo normal) dice que los que buscan algo parecido a justicia representan el Bien y los que sólo miran por ellos y están dispuestos a todo para lograrlo, el Mal. Pero el canon también dice que el Bien siempre gana.
¿Y quién gana siempre? La banca.