13 junio 2013

El origen de los nombres de los meses y los días



Se tarda un segundo en pronunciar la palabra ‘segundo’. Pruébenlo. ¿No es increíble?
El tiempo es el nombre que pusimos a la magnitud en continuo avance. Pero hicimos algo más que ponerle nombre al concepto. Lo fraccionamos. Lo acotamos desde su mínima expresión hasta cantidades más propias de imaginación que de medición perceptible. Nanosegundos. Era. Eón.

Y aunque podría ser interesante dedicar el próximo trío de miles de palabras en hablar del tiempo, no somos tan ingleses.

Algunos de ustedes se habrán detenido en la palabra segundo. La habrán leído un par de veces, pensativos. Y se habrán hecho la misma pregunta que me hice yo: ¿por qué llaman segundo a lo que va primero?
La respuesta la heredamos como todas las demás acotaciones de lo que llamamos tiempo.
Hoy es lunes 15 de abril. Para explicar por qué llamamos así los días y los meses hay que remontarse a los tiempos en que los hombres dejaron de tirarse excrementos los unos a los otros y se olvidaron de desparasitarse. Cuando miraron las estrellas y uno de ellos comprobó que éstas se movían y volvían cada cierto tiempo exacto. Los primeros cálculos prometían, ahí tienen los Stonehedge de Inglaterra o Gagal Refaim de Siria, pero tenían que ser los egipcios, que montaban pirámides como urbanizaciones costeras, los que se dieran cuenta de cuánto duraba un año y cómo debían dividirlo.

Somos la suma de pequeñas partes sumerias, griegas, hebreas y romanas. Cada una de ellas empezó contando con los dedos, y ese sistema à la vieille fueron los orígenes de los sistemas decimal y sexagesimal que aún utilizamos hoy. Para los profanos como yo, explicar estos sistemas puede hacerse recurriendo a lo fácil: cuenten sus dedos de las manos y obtendrán el por qué del sistema decimal. Palpen con el pulgar las tres falanges de los cuatro dedos restantes de su mano de escribir y comprenderán por qué usamos también el sistema sexagesimal con múltiplos de seis y doce.
Centrados en el cálculo del tiempo, imagínense con bonetes en la cabeza y barbas hasta el pecho y que se llaman Hammurabi o Nabucodonosor. Son ustedes babilonios, nietos de los sumerios, y acaban de calcular la duración de un año en trescientos sesenta días fijándose en el movimiento del sol y las fases de la luna.
Los babilonios tenían por esclavos a unos cuantos pueblos de los alrededores que luego se establecerían por su cuenta. Entre ellos a unos que venían de un sitio llamado Judea y que volvieron a casa con la lección aprendida. Esto será importante más adelante cuando, a la hora de contarles los cuentos a sus hijos, dijeron que Dios creó el mundo en una semana y que su mesías nació el último día del año oficial, un 25 de diciembre.
 Los egipcios también habían pasado por ese yugo, pero gracias al Nilo, y sus crecidas puntuales como un reloj, comprendieron que los años babilónicos tenían un desfase de cinco días y los añadieron al final de año empezando desde lo que hoy llamaríamos 25 de diciembre.

Mientras tanto los primeros griegos, los mismos que disfrutaban llamando Estado a su granja, pensaron por su cuenta. No parecía dárseles mal. Siendo Grecia una región montañosa, la agricultura era un bien escaso y precioso.  Su idea fue basar el cómputo del tiempo en lo que les daba de comer, dividiendo su año en tres estaciones de cuatro meses. Sus cálculos habían partido el año en doce meses alternando uno de veintinueve días con otro de treinta. Si se fijan, verán que faltan días. Ellos también se dieron cuenta y, en lugar de cambiar la duración de cada mes, prefirieron complicarse la vida intercalando un mes extra de cuándo en cuándo.
Y aquí es donde entran los romanos en escena.

Estos tipos tenían el clásico cacao de culturas y tradiciones propio de quienes preferían que inventaran otros. Hasta a sus dioses. Así, se apropiaron del calendario griego basado en la agricultura y lo adornaron con lo que habían oído que hacían los egipcios, más precisos. Pero había algunos matices que no encajaban.
Para empezar, porque los romanos habían crecido basando su cálculo del tiempo en las fases de la  luna y pretendían copiar sistemas basados principalmente en el movimiento del sol. A partir de ahí, el caos.
Les costó seiscientos años adaptarse a la semana. Ellos contaban los días de una forma mistérica y de a ocho, siendo el octavo día el de mercado, que lo llamaban día nueve (dies nundina) para hacerse los graciosos. Además, tenían un pavor malsano a las supersticiones. Desde la palabra amor (inverso de Roma, considerada tabú) a los números pares. Treinta es número par y hasta ahí podían llegar. A esos meses les añadieron un día. Pero habían olvidado los dichosos cinco días extras de jolgorio que usaban los egipcios y con el paso del tiempo se vieron con un mes de diciembre en pleno otoño.

Ahora es cuando se pone interesante. El año comenzaba en marzo, herencia griega del inicio de la siembra, que los romanos adoptaron bien por aquello de que era más fácil invadir a otros con buen tiempo. Hasta que un poblacho llamado Numancia les hizo planteárselo mejor. Si se preguntaban por qué el año empieza en enero, la culpa es de Soria.
Los cargos electos duraban un año natural. Debido a la inexactitud de su planteamiento, el año natural lo determinaban los augures añadiendo o quitando días a capricho. Un cónsul con bastante influencia, digamos un Julio César, podía alargar sus años de mandato sine die.
Julio César es, precisamente, básico en esta historia. En el año 46 a.C. tenía un poder absoluto que comenzaba a ser motivo de conspiraciones. No necesitaba alargar años para cumplir mandatos y, libre para hacer y deshacer, decidió acabar con aquel sindiós.
Lo hizo bastante bien, teniendo en cuenta cómo todos los calendarios anteriores tenían varios días o incluso meses bailando: el nuevo calendario juliano tenía un desfase de sólo once minutos al año.
Pero un Papa de Roma creyó que once minutos era cosa de herejes. Algo de razón tenía, no se crean, puesto que, con el paso de los siglos, esos once minutos hicieron que el mundo conocido fuera diez días por delante de lo que debería.
Gregorio XIII (1502-1585) aprovechó la jugada para retocar los días que le tocaban a cada mes y ajustar lo que conocemos como años bisiestos. De un día para otro se pasó del 4 de octubre de 1582 al 15 corrigiendo el desfase. Ya estaban otra vez a buenas con el universo. Y así nos llegó el calendario gregoriano, el que usamos hoy en día.
Lo que no hizo Gregorio, ni ninguno de sus sucesores, fue cambiar los nombres de los meses ni de los días de la semana, algo que le agradezco porque así puedo contarles el origen pagano de todo este tinglado.

Se podría separar los nombres de los meses en tres grandes apartados: los originales con carga simbólica, los que fueron cambiados o quisieron cambiarse y los que simplemente marcan el ordinal que les correspondía desde tiempos remotos.
En el primer apartado están los seis primeros meses del año.

Enero era el mes de Jano [januariusjanero – enero]. Jano era un dios raro hasta para los romanos. Como los demás dioses, no fue cosa suya aunque tampoco vino importado de Grecia. El dios de las dos caras era dios supremo de la guerra de los etruscos, las primeras víctimas de los romanos. El problema es que no encajaba con Ares-Marte, el guerrero oficial. Temerosos de desencadenar la ira de cualquiera de los dos, no fuera a ser, decidieron reciclarlo y convertirlo en el dios de la transición y los cambios. Sin embargo, a pesar del cambio, nadie quiso enfurecerle por si las moscas, y eran las puertas de su templo, no las de Marte, las que debían permanecer abiertas mientras durara una guerra.
Cuando Soria provocó el cambio del inicio del año, pareció el mes más adecuado para ser el primero en celebrar el Año Nuevo.
Febrero se llamó así por ser el mes en el que se celebraban las Februa [februariusfebrario – febrero]. Las Februa eran rituales anuales para purificarse por todas las acciones cometidas durante el año. El misticismo y las ganas de explicarse inventarían un dios Februo a toro pasado por pura superchería: a los romanos no les hacía mucha ilusión la idea de bautizar el mes en que moría el año con el dios del inframundo Hades-Plutón.
Marzo fue dedicado a Marte [martiusmarcio – marzo] y podría considerarse la versión original de ponerle una vela a Dios y otra al Diablo. Marte probablemente se sentiría satisfecho teniendo el mes en que las nieves se retiraban y se podía invadir mejor. Con marzo comenzaban las campañas militares, la razón de ser de Roma no sólo por prestigio y expansionismo, sino algo mucho más mundano. Su estilo de vida les llevó a necesitar el oro de los botines de guerra para sobrevivir. ¡Están locos, estos romanos!
A pesar de la cantidad de dioses que tenían para bautizar meses, a los romanos no se les ocurrió ninguno gracioso para el mes en el que se abren las flores, así que en un alarde de creatividad lo llamaron 'el mes en el que se abren (las flores)' [aprilisabrile – abril].
Mayo ofrendaba sus días a los ancestros [maiorismaius – mayo]. El mos maiorum era el código de conducta fundamental de la sociedad romana, basado en la costumbre de los ancestros. Si a los romanos no les apetecía inventar lo que podían copiar de otros, tampoco iban a ser muy originales con las costumbres. De este término podría provenir el de mayoría, puesto que eran pocos e insignificantes los que no seguían los rectos principios morales que se aplicaban en Roma. Como los romanos no daban puntada sin hilo, el por qué de llamar así a este mes también se podía superponer con la puesta en marcha de los ejércitos hacia el lugar del mundo que habían decidido subyugar, liderados por los maiores, es decir, los grandes de la república.
En cambio, junio era mes de los pequeños [iuniorisiunius – junio]. En disputa con Juno-Hera, madre de dioses, que no pintaría nada en un mes veraniego, aunque sí lo harían los juniores, los pequeños, no siempre niños, que no tenían edad para servir en las legiones y que aprovechaban el principio del verano para salir a pillar cacho y casarse. Eran otros tiempos, claro. Raro era el que llegaba a abuelo y había que espabilar.

Pasado junio, los demás meses tenían por nombre el ordinal que ocuparon originalmente. Pero algunos fueron cambiados e incluso a otros les conoceríamos por otro nombre si no hubieran sido promovidos por los personajes menos adecuados.

Julio fue conocido anteriormente como quintilis, el quinto. Marco Antonio, encaprichado de Cleopatra, lo cambió a julio para que César no se enfadara mucho, cosa que él celebró pasando olímpicamente del asunto, demasiado ocupado en morir apuñalado.
Octavio Augusto fue el primer emperador de Roma, y por si eso no fuera bastante, además era sucesor del propio Julio, su sobrino-nieto y fue adoptado por él en sus últimos años. Fue divinizado y el amo absoluto. Sin embargo, también fue él mismo quien bautizó sextilis como agosto, movido por un ataque de celos y de rivalidad con su antecesor. Iniciaba sin saberlo la moda de rebautizar meses de nombres intrascendentes por emperadores machos.
El problema era que los encargados de esculpir los nombres de los meses en las tablillas tenían cosas mejores que hacer como, por ejemplo, no morir ajusticiados por cualquier tirano de los que se hicieron con el poder:
Tiberio, sucesor de Augusto, llamó a septiembre tíber, pero como no le aguantaba nadie se cambió a su muerte.
Calígula, sucesor de Tiberio, también quiso probar suerte. Como su antecesor abusó de la costumbre de matar, llamó germánico a tíber-septiembre. A su muerte, como había sido aún más odiado que Tiberio, también se quedó con un palmo de narices.
Nerón, sucesor del sucesor de Calígula, tonteó con la idea de bautizar meses tal y como lo hicieron sus antecesores (y como haría también Domiciano años después). Pero nada, que no había manera de que a la gente les gustara eso de ponerles más nombres a los meses.
Y así, tras el vergonzoso intento de Domiciano de llamar domicio a octubre (septiembre estaba muy quemado con tanto cambio y la gente estaba mareada) la decadencia de Roma se hizo más patente cuando dejaron de intentarlo y ni siquiera se molestaron en actualizar los ordinales de los meses, aunque esto probablemente se deba más a la dichosa superstición romana, muy de capa caída, de dejar las cosas que funcionan como están.
No pocos debieron verlo patente el Año de los Cuatro Emperadores. Pero esa es otra historia.

Noviembre y diciembre son hoy en día el remanente de lo que antaño fuera el viejo sistema de medición del año, desfasado pero aún así vigente.


Los días de la semana tuvieron un origen ligeramente diferente. En ellos se puede observar la profunda división que provocaron las invasiones bárbaras. Debemos tener en cuenta que la semana de siete días no logró imponerse en Roma hasta la era de Constantino, ya en el siglo IV, y pronto convertidos al cristianismo como religión oficial del Imperio. Entretanto, la expansión cultural había hecho mella en los pueblos germánicos, que adaptaron la semana a su manera y con sus propios nombres cuando lo creyeron oportuno.
Es importante apuntar que el cristianismo se expandió con relativa lentitud en Europa, mucho más de lo que cabría pensar a estas alturas, pues aunque todo el Imperio Romano se bautizó porque no les quedaba otra, en Escandinavia tuvieron otros cinco siglos de mitología nórdica hasta San Olaf. Los noruegos tuvieron mucha culpa en la propagación de sus propios mitos y dioses en cada drakkar que navegaba mares y ríos. Saqueaban que daba gusto verles.

Lunes. Día de la luna en (casi) todas partes [dies Lunaelunae(di)es – lunes].
Lunes, lundi, lunedi, monday, montag... todos significan lo mismo: día de la luna. En otros tiempos era el segundo día de la semana. Lo prueban los portugueses, soberbios ellos, que lo llaman segunda-feira.

Martes. Día de los dioses de la guerra, Marte para nosotros [dies Martimarti(di)es – martes].
Martes, mardi, martedi, tuesday, dienstag... recuerdan al dios de la guerra. En los países del norte a Marte se le conocía como Tyr y las mil variantes de los orgullosos hablantes de lenguas que quieren ser nación: cada uno tenía la suya y de ahí que no se entiendan unos a otros cuando dicen martes. En Portugal, en cambio, se decidieron por el coqueto terça-feira por aquello de no molestar y tal.

Miércoles. Día de Mercurio para los latinos [dies Mercuriimercurii(di)es – miércoles], día de Odín para los vikingos y sus pobres víctimas [Wodens-daeg/wednes-day/Wednesday].
A los noruegos se les ocurrió pensar que su todopoderoso Odín, padre de dioses, era mucho más macho que un diosecillo con pies alados que huía como una nenaza del combate, por lo que se olvidaron pronto de él y se quedaron con su tuerto barbudo. En Lusitania, por no variar la costumbre, es quarta-feira.

Jueves. Día de Júpiter para los sureños [dies Iovisiovi(di)es – jueves], día de Thor para los bárbaros [Thures-daeg/Thurs-day/Thursday].
La razón por la que unos y otros dedican este día a dioses aparentemente distintos (Júpiter siendo el pez gordo de los dioses, Thor un rubito cachas con un martillo que vuela) es debido a que ambos utilizan rayos y truenos. Afortunadamente para los portugueses, a ellos su quinta-feira les suena menos lluvioso.

Viernes. Día de Venus [dies VenerisVeneris(di)es – viernes], que a los germánicos les dio por rebautizar como Frigg o Freya [Freyyas-daeg/Fri-day/Friday] porque su diosa del amor estaba más buena y machacaba cráneos como era debido y no peleaba como una chica, con grititos y tirones de pelo. Lo que pasa es que los lusos se quedaron en sexta-feira y así les va, de fado en fado y tiro porque si no me enfado.

El fin de semana es especial. No sólo por lo que a días libres se refiere, el que los tenga, sino por su propia denominación. En este punto nos olvidamos de todo lo dicho anteriormente y damos un salto evolutivo en ambos casos. Los cristianos del sur modificaron los nombres dados originalmente y los convirtieron en conmemoraciones religiosas, mientras que los nórdicos se adaptaron a las antiguas denominaciones romanas y las tomaron para sí. Un curioso salto multicultural que, por cotidiano, no llama mucho la atención.

Sábado. Día de descanso [del hebreo SabbathSabato – sábado] para los mediterráneos, el día de Saturno para todos los demás [dies Saturni /Saturn-day/Saturday]
Hasta los portugueses se olvidan de sus feiras y se suben al carro del buenrollismo con su sábado.

Domingo. Día del Dominador (dies DominicusDominicusDomin(cu) – domingo), día del Sol para todos los que prefirieron seguir con la moda romana [dies Solis/Sonn-daeg/Sun-day/Sunday], 'día en el que no se trabaja' en países eslavos.
Cuando Constantino instauró la semana y poco tiempo después decidió cambiar el día del culto al sol (demasiado parecido a Mitra, que se parecía demasiado a un tal Cristo) por el día de lo que podríamos llamar Dominador, teniendo en cuenta que los esclavos llamaban dominus a sus amos y que de ahí vienen los don que interpretamos como prefijos de cortesía para los nombres propios, nos haríamos una idea de lo mucho que le había afectado. Tanto meterse con los partos, 'esclavos del Divino Rey', para acabar igual. Por eso los nórdicos pasaron de Constantino y, en cambio, los portugueses no.

La próxima vez hablaremos de Soria.

10 junio 2013

Enric Juliana

Leo en Jot Down una entrevista muy interesante a Enric Juliana, un peso pesado del periodismo catalán y catalanista al que, cuando leía La Vanguardia, seguía siempre que podía. La entrevista es profunda y variada, muy rica en matices y datos, muy interesante y culta. Y mansa. Juliana dice muchas cosas que más allá de su epicentro no pueden comprenderse. El entrevistador no hace mucho por aclarar esas cosas, parece dispuesto a que sea el propio Enric Juliana el que se dé cuerda a sí mismo y se explaye a gusto. Se me quedó corta, cosa que siempre me pasa con los artículos de esa gran revista, pero en esta ocasión por algunas de las frases que pronunció el entrevistado. Como éstas:

¿En Madrid te has tenido que justificar por escribir en un diario demasiado soberanista?
(...) Sí, en Madrid hay mucha gente, y gente de círculos políticos, económicos, profesionales… que consideran que La Vanguardia ha hecho una incursión demasiado profunda en el campo del catalanismo, y no lo entienden.

Porque, más allá del cariz de la consideración, La Vanguardia ha hecho bandera del soberanismo. Incluso rozando límites desconocidos hasta ahora. Otra cosa es que se pueda entender mejor o peor en según qué círculos, pero no iremos ahora a negar las portadas o los editoriales. Lo que yo no termino de entender es quiénes son los que dicen que es poco soberanista, y por qué. ¿Cuál es el fiel de la balanza de un mucho o un poco soberanista?

¿Te consideras catalanista?
Sí. Si me tuviera que definir de alguna manera me definiría catalanista.
¿Y cómo declinas tú ese catalanismo?
Bueno, es difícil. Yo creo que esto del catalanismo es un estado del alma. En Madrid a veces intento explicar que un catalán se puede levantar casi independentista e irse a dormir federalista, dependiendo de lo que pase a lo largo del día. (...) En el mundo español —y cuidado porque aquí podemos caer en los arquetipos— esto no se entiende muy bien: “al pan, pan, y al vino, vino”. Y si hemos decidido que somos una cosa, somos una cosa, dos cosas a la vez no puede ser. Pero por nuestra mentalidad se puede ser un poco dos cosas a la vez. (...) Y Cataluña es bastante así. El catalanismo es un poco esto: es un estado del alma, es una predisposición a tener el país como centro y referencia principal, pero es una cosa que se puede ir moviendo, puedes ir graduando las intensidades en función de cómo van evolucionando las cosas y en función también de lo que a ti mismo te pueda interesar. Pero claro, esto funciona bien cuando todo va bien. Cuando esto entra en un terreno más complicado, que es en el que estamos ahora, inmediatamente surge la gente que dice: “Escuche, esto no sirve, porque estamos siempre en el mismo sitio”. Y entonces es cuando aparecen corrientes de opinión, como está pasando ahora en Cataluña, que dicen “Esto del catalanismo es una gilipollez”. Ahora te diré algo que puede ser problemático: hay una corriente digamos catalana castellanizada: en este punto hay un cierto componente castellano que dice “al pan, pan y al vino, vino”. Pero lo dice en catalán. “Deixem-nos de collonades, aquí no hay otra solución que esta. Y además dictaminamos que la solución es esta y no tiene revisión”. Esto es muy castellano.
 
A fuer de ser sinceros, quizá habría que advertir al lector que, si yo tuviera que definirme de algún modo, podría decirse que soy españolista. Pero debo añadir el matiz (importante) descreído y cínico del que se dice anacionalista: no me remito a pasados gloriosos y polvorientos, no idolatro a españoles ilustres por el hecho de nacer en esta tierra, no los comparo con otros de otros lugares y les encuentro mejorías o exclusividades. No creo que mi país se distinga hoy por algo notable, ni hago bandera de ello, ni lo antepongo especialmente a los demás. Podría hacerlo. Podría usar los muchos argumentos mínimos que utiliza cualquier nacionalismo para remarcar sus loas y disminuir sus mueras. Pero elijo no caer en eso. Es decir, para entendernos, soy como el común del español. Ese que, para Juliana y sus arquetipos (en los que no quiere caer, aunque cae a gusto) gusta decir eso de "al pan, pan; y al vino, vino". Ese que impone (¡"dictamina", "sin revisión"!) por no saber hacer otra cosa mejor. No se me escapa que toda la parrafada anterior viene a explicar el confuso síntoma de ser y sentir del catalanismo, que no sabe ni de dónde viene ni hacia dónde va. No lo digo yo con gratuidad y buscando enfadar a nadie: alguien que se levanta independentista y se acuesta federalista (por no ir más lejos, que alguno habrá) no sabe lo que quiere. Lo que no necesariamente es malo, o negativo, o disminuye la importancia de su idea. Pero, desde luego, eso no va a convencerme de que sea mejor, o más fino, o con mayor sintonía con el alma que la de un español que no ha nacido en Cataluña ni la siente como su nación. Ni tampoco me convence el lado oscuro e impositor del que, no teniendo demasiado (o sí, según el caso) aprecio por la cosa común, al menos prefiere dejar las cosas como están. Que ese, que por no ser no es ni inmovilista, sea un carácter castellano.

Y entonces dice que el catalanismo "es un estado del alma" como quien es feliz o se siente amargado. Pero, atención, que "puedes ir graduando en función de lo que a ti mismo te pueda interesar". Lo ha dicho él, no yo, y de todos modos bien dicho está.
Puedo adivinar el sentir de algún paisano que no haya conocido esa tierra: eso parece decir que tiene más cara que espalda, que nos movemos por puro interés y que no escatimamos en procurar dolores de cabeza (o de corazón) si el interés nos lleva a hacerlo. Independentismo ahora porque interesa, quizá cuando escampe ya no interese tanto y entonces diremos que todo era un juego de presiones, y que sin rencores o si no diré que no me quieres.
Ah, el no nos quieren. También graduable, parece ser que dice.

De este modo, dada la diferencia, por definición, entre lo catalán y lo español (que, para él, es el mismo en Andalucía que en el País Vasco o en Baleares), el sentimiento catalanista es intrínsecamente superior al resto. No lo ha dicho así, por supuesto, y no porque no haya querido deslizar algún comentario que algún mal pensado pudiera definir como racista o supremacista (como la corriente catalana que, a fuer de querer imponer su visión, es castellanizada y, por lo tanto, menos catalana).

Hablemos de tu aportación a la “deriva soberanista”. ¿Es cierto que eres uno de los dos autores del famoso editorial conjunto de la prensa catalana de noviembre del 2009?
Sí, esto es algo que ha circulado tanto que no tiene demasiado sentido ponerse aquí a negarlo. A pesar de que tengo que repetir —ya lo he dicho alguna vez— que los editoriales son obras colectivas. El autor de un editorial es el diario que lo hace, en este caso los diarios que lo hicieron. Ahora, siempre hay algunas personas que tienen que poner la música, que lo tienen que poner en papel.
Aquel editorial fue un momento simbólico de inicio del actual momentum del soberanismo. ¿Era así como tú o el diario lo habíais pensado o se puede decir que se os fue un poco de las manos?
De vez en cuando vuelvo a leer el editorial, para saber dónde está todo, e incluso para saber dónde estoy yo mismo. Yo creo que aquel editorial era un editorial en el que básicamente había una advertencia hacia el mundo español de decir: escuche, esto está entrando en una fase que puede complicar mucho las cosas. (...) Y por lo tanto creo que el editorial tuvo impacto por dos motivos: primero que expresaba bastante bien el estado de ánimo realmente existente en Cataluña y segundo porque hizo que una parte del mundo español embistiera. Y el mundo español, cuando embiste, embiste de verdad. (...) Y los mecanismos de opinión de Madrid son fuertes, ya lo sabemos, aquello no es una broma. (...) Es uno de los momentos estelares del género editorial en España [risa].
¿Crees que aquel editorial contribuyó a generar la oleada soberanista de después o solo la previó?
Insisto, creo que lo que dio mucho relevo al editorial fue la reacción de los medios de comunicación españoles y su agresividad. Una de las características del mundo catalán es que es bastante reactivo: basta con que desde allá te señalen para poner todo el mundo en guardia. Entonces, posiblemente la gente consideró aquello en una medida más alta por el hecho de haber provocado aquella reacción. Si la reacción por parte de los medios españoles hubiera sido más reflexiva, de decir “no nos gusta que ustedes se expresen de este modo, esto lo vemos discutible, esto de los editoriales conjuntos no sabemos si es la praxis adecuada, pero de todas maneras nos hemos leído lo que ustedes dicen y nos parece que…”. Una reacción, podríamos decir, cívico-europea. Pero aquí muy a menudo se imponen unas tonalidades africanas y está claro que, ante esta reacción, la opinión pública catalana no se sintió identificada.

El editorial conjunto. Por si no lo recuerdan, los doce (12) periódicos catalanes de mayor tirada editaron el mismo día, 26 de noviembre de 2011, un editorial conjunto que llevaba por título "La dignidad de Catalunya". Parece ser que Juliana fue coautor y, como tal, comprendo a la perfección que trate de defender su legado y su obra.
Pero si analizamos los hechos con la debida frialdad, nos sale un hecho sin precedentes: la supresión completa de la disidencia, ni siquiera por una coma, de toda la prensa generalista de relevancia en Cataluña. No ocurrió nada igual nunca en España (y no me atrevo a ir más lejos) y sin embargo, para Juliana el problema no está en que doce periódicos renuncien a su libertad de expresión para, todos a una, plegarse a una sola voz. Para Enric Juliana el problema estuvo en la reacción suscitada. Desproporcionada. Agresiva. Y, atención a este énfasis:
Una de las características del mundo catalán es que es bastante reactivo: basta con que desde allá te señalen para poner todo el mundo en guardia.
Una característica que, por lo visto, los demás españoles imitamos bastante bien: no fue sino esto mismo lo que ocurrió tras la publicación del editorial. Pero para Juliana esto no es así, lo que él quiere decir en realidad es que la reacción española debería haber sido más "cívico-europea". Que, aduce en silencios, es exactamente el tipo de reacción que tienen los catalanistas.

Y aquí me paro a pensar. De acuerdo, imaginemos que, efectivamente, los catalanistas tienen ese prurito europeo más desarrollado que el resto. Y hagámonos eco, con toda la literalidad de las letras, de la reacción cívico-europea que deberíamos haber tenido. “no nos gusta que ustedes se expresen de este modo, esto lo vemos discutible, esto de los editoriales conjuntos no sabemos si es la praxis adecuada, pero de todas maneras nos hemos leído lo que ustedes dicen y nos parece que…”. ¿Qué hemos leído? ¿De qué iba el editorial? De "La dignidad de Catalunya". No de los catalanes que votaron a favor del nuevo Estatuto. No de los catalanistas. De Catalunya. En mi suponer, imagino que es tanta la costumbre de tomar el todo por la parte que ya no saben cuándo parar. Y me pregunto si eso es civismo, y si eso es europeo. Si lo es, tal vez sea cierto que Europa empieza en los Pirineos.
Pero me he quedado en el titular, y el editorial fue algo más que eso. Fue una verdadera llamada de atención sobre, a grandes rasgos, la legitimidad de Cataluña (iba a escribir "de los catalanes") de cambiar no sólo su relación con España, sino España misma y sin preguntar al resto si les parece bien cómo lo plantean. Decían "España es una nación de naciones", "Estado plurinacional" y cosas así, sin esperar a ver si alguien más le secundaba o no. ¿Es esa la praxis adecuada? Trataron de imponer su visión de España para encontrar el encaje, lo que no me parece mal en absoluto por intentarlo, pero sí por no esperar a ver qué opinábamos los demás sobre redefinirnos como "nación de naciones". A mí me hubiera parecido más práctico y adecuado haber tratado de consensuarlo primero y encontrar adhesiones o fórmulas que contentaran a todos. Pero como soy impositor y de tonos africanos, quizá lo vea desde un prisma antieuropeo y poco cívico.
A los catalanistas no les gustaba el modo en que nos expresábamos con la palabra España y su definición y lo veían discutible. Con todo el derecho. Consideraban que la Constitución no estaba lo bastante solidificada en algunos aspectos (praxis adecuada), se la leyeron y les pareció que... debían decirles al resto cómo tendrían que ser y llamarse a partir de entonces, con el permiso de Cataluña.
Para entendernos: sobrepasaron todos los máximos que se imaginaron alguna vez y los convirtieron en los nuevos mínimos. ¿Civismo europeo? Pues tal vez, porque lo ocurrido entonces adquirió "tonalidades africanas". Ahí es nada, damas y caballeros.

Las tonalidades africanas fueron, para entendernos, las catilinarias que en Madrid se redactaron por cómo se estaba manejando el asunto de la reforma estatutaria. Puro cabreo exasperado con el que, por supuesto, "la opinión pública catalana no se sintió identificada". Como para estarlo. Especialmente Enric Juliana.
Es decir, estamos de acuerdo en que no podían reformar la Constitución aunque muchos creyeran verlo así. Pero también deberíamos estarlo en que aspiraban a tanto como encajar inconstitucionalidades o, al menos, que éstas fueran pasadas por alto para que los catalanistas no se sintieran defraudados y decepcionados. Ellos y sólo ellos, porque el resto de españoles no tenemos por qué defraudarnos o decepcionarnos con lo que hagan o digan. Porque están en todo su derecho. Y nosotros, no tanto. Sí, sé cómo suena eso. Pero es lo que parecen decirnos siempre.
Sea por tonalidades africanas, por escaso civismo europeo, o por no tener el españoleo incrustado en el alma, el caso es que nosotros no podemos defraudarnos o decepcionarnos con los catalanistas y, además, debemos hacer todo lo posible para que ellos no se defrauden ni se decepcionen.

Y claro, uno se pregunta cuánto de español tiene cuando se ha decepcionado con los mismos catalanistas que en otros tiempos miraba con sana envidia y respeto. Debe ser mi mitad franco-alemana.

¿La consulta resolvería todo esto?
(...) Ahora te haré un paréntesis, si me lo permites. Yo ahora estoy en Barcelona, he venido un par de días. Y hacía tiempo que no lo hacía, pero estuve mirando TV3: en Cataluña todo es con objeto de bien, incluso los anuncios del agua mineral. Estaba viendo los informativos, las series… todo tiene una finalidad moral, pero es que incluso los anuncios: había un anuncio de agua mineral que decía que si bebes esta agua mineral haces una contribución a… Toda la sociedad catalana está impregnada de esto, es una de sus particularidades. Evidentemente esto forma parte de sus atributos nacionales, pero a veces a mí esto me provoca un cierto sufrimiento. (...)
¿La consulta conllevaría aún más riesgo de riscaldamento?
No. Pienso que la consulta sería una salida. En estos momentos es la solución. Si hoy me preguntaran “Usted qué haría para poder encontrarle una solución a la situación”, sería esto.
¿Qué votarías?
Ah, esta es una buena pregunta. Pues te respondería con lo que te he dicho antes: un poco a la italiana. (...)
Además se han apropiado de eso que decía Ortega y Gasset de “España como problema, Europa como solución”.
Sí, pero bien es verdad que empiezo a escuchar voces en Cataluña que dicen “y si en Europa nos ponen alguna pega, a tomar por…”. ¡Hombre! ¿Y entonces qué haremos? ¿Una especie de Montenegro? (...) Y otro factor relacionado con esto que tenemos que tener en cuenta es que esto de Cataluña es mucho más importante que lo de Escocia. Solo hay que mirar un mapa. (...) Pero si tú te echas al mar en Escocia y vas nadando arriba solo hay mar. Lo primero que te encontrarás son bacalaos, y después las costas de Islandia. (...) Y una de las ciudades más importantes de esta área, junto con Roma y Atenas, es Barcelona. (...) La situación catalana, si miras el mapa, ves en seguida que es más complicada.

¿Se lo han leído entero? ¿Han llegado a una conclusión palpable? Si no lo han hecho, no se preocupen. No le ocurre nada a su comprensión lectora, es que Enric Juliana no quiere responder a la pregunta con respuestas directas y concisas. No quiere, porque no puede hacerlo. Porque ni él mismo conoce la respuesta. Por momentos parece incluso como si quisiera enterrar bajo losas de mármol todo este feo asunto del independentismo.
Y esta parte para mí es crucial:
en Cataluña todo es con objeto de bien, incluso los anuncios del agua mineral. Estaba viendo los informativos, las series… todo tiene una finalidad moral, pero es que incluso los anuncios: había un anuncio de agua mineral que decía que si bebes esta agua mineral haces una contribución a… Toda la sociedad catalana está impregnada de esto, es una de sus particularidades. Evidentemente esto forma parte de sus atributos nacionales
Etnocentrismo a raudales, oigo decir al fondo. "Todo tiene una finalidad moral" es un arma de doble filo peligrosa. Aún estoy buscándole el "objeto de bien" y la "finalidad moral" que tiene el simposio "España contra Cataluña" o doblar al catalán las películas españolas. Enfádense si quieren, damas y caballeros adalides del catalanismo, no voy a arrebatarles ese derecho. Pero alguien como yo (que, siendo de fuera, conoce bien el dentro) lee estas frases un par de veces y palabras gruesas se escapan sin querer de mi boca.
Es decir, no es sólo que todo esto (que "todo tiene una finalidad moral") forme parte de los atributos nacionales de Cataluña y toda la sociedad catalana está impregnada de esto y es una de sus particularidades. Es que además es evidente. Jo-der.
Tanta murga con la solidaridad. Tantas horas de texto y discursos sobre el expolio. España ens roba. Y resulta que no, que hasta las marcas de agua mineral hacen contribuciones a whatever y toda la sociedad catalana está impregnada de esto, y es precioso y maravilloso y somos especiales.
Y comprendo, porque lo comprendo, que no es lo mismo contribuir a algo que lo merece que contribuir a algo que lo merece, pero algo menos. Que del mismo modo que uno puede estar inclinado a compartir porque tiene más para dar, tampoco tiene por qué haber alguien que lo reclame y además se empecine en seguir sin conseguir más por su cuenta. Que tanto se da si se llama Andalucía o Extremadura como Lleida. En serio. Pero jo-der.
¿Dinamarca? ¿Massachussets? No, la Casa de la Pradera. Con razón se quieren independizar, si es que estamos privando al mundo del país más increíble que se haya podido concebir. Porque se quieren independizar, ¿verdad?
Bueno. Según. Depende.
Porque Europa ahora mismo no está en su mejor momento. Y a lo mejor de aquí a unos años la Unión Europea ya no es un buen invento ni interesa estar bajo su paraguas. Aunque a lo mejor sí.
Y lo que yo creo es que en estos momentos el planteamiento soberanista o independentista catalán tiene un problema, que es que no sé si responde bien a esta pregunta de fondo. Responde de una manera como reactiva e inmediata: “lo que está pasando no me gusta y tengo algunos datos que me permiten suponer que si nosotros fuéramos por nuestra cuenta algunas cosas nos irían mejor”.
Ya hemos acordado que el catalanismo (perdón, todos los catalanes) son reactivos. Pero como también se puede "graduar en función de sus intereses" y "todo es con objeto de bien y tiene una finalidad moral", la conclusión es que el Barça jugaría la Liga de la Península Ibérica. Y el ejército se podría reclutar del español o pedirle protección a Francia. Y que la Flota china se encargue de los asuntos del mar. Y que Cercanías pase a manos de SNCF. Son ejemplos reales que Enric Juliana no ha sacado a colación, pero eso no quiere decir que otros de igual o mayor calado no lo hayan dicho. Lo que Enric Juliana sí ha dicho es esto:
Es decir, que del África austral hacia arriba todo es una cadena de problemas. Y una de las ciudades más importantes de esta área, junto con Roma y Atenas, es Barcelona.
Con dos cojones.
Atenas, Roma, Barcelona. Aunque lo parezca, no son ciudades al azar. Atenas es la cuna de la civilización europea. Roma, la vieja Urbe Condita. Y Barcelona... bueno, es Ciudad Condal. Se parece a Condita.
Olvidémonos de los puertos. De Génova. De Valencia. De Marsella. De Algeciras. Olvidémonos del peso económico e industrial o el cultural. De Milán o Turín o de Lyon que, como Roma, tampoco tienen salida al mar. Por descontado, olvidemos Madrid. El eje es Atenas-Roma-Barcelona. Vale que Barcelona no es precisamente un poblacho y que su peso económico, industrial y cultural es inmenso. Nadie se atrevería a negar tal cosa, pero... ¿Atenas-Roma-Barcelona? ¿En serio?

Y, por supuesto, lo de Escocia y su particular búsqueda de independencia es una cosa menor, un asuntillo de familia entre britanos. ¿Qué tienen, los escoceses? ¿Peces? ¿Whisky? ¿Rocas? ¿Algo de petróleo? Por favor. Cataluña sí que es importante. Palabra de Enric Juliana.
La situación catalana, si miras el mapa, ves en seguida que es más complicada.
Que no le negaré la mayor y le restaré importancia a la región mediterránea, por supuesto. Pero da la sensación de que necesita concederle a Cataluña y su situación más crédito a costa de quitárselo a Escocia y el mar del Norte. Por si hiciera falta.

Con todo, lo que más me llama la atención es toda esa incerteza a la hora de deshojar la margarita de la secesión. Del dudo, quizá me atreva o tal vez no. Es indiscutible que este pensamiento es del todo razonable, pero no parece tener en cuenta la opinión de quien se pudiera sentir afectado por ella. Usando un símil parejil, vendría a ser el que no sabe muy bien si seguir con su pareja o separarse, en función de cuánto frío hace fuera o si tiene a alguien esperándole. Desde el punto de vista del que se plantea separarse tiene sentido y es moneda corriente. Desde el punto de vista del otro, es profundamente egoísta además de peligroso: al final suele ser éste quien acaba forzando la separación. No es una amenaza. Por no ser, ni siquiera es honorable. Pero sucede.

Una pregunta sobre el efecto de la crisis en la política de los diferentes países del sur de Europa: en Grecia ha aparecido Syriza (bueno, y Amanecer Dorado), en Italia el Movimento 5 Stelle. ¿Por qué en España no acaba de aparecer una alternativa política frente a la crisis del bipolarismo?
Tampoco ha salido en Portugal, por ejemplo, y Portugal está muy mal… (...) Aquí todavía hay mucha gente que cree que esto se puede arreglar. Y atención, el soberanismo catalán y el independentismo catalán participan de esto. A veces explico en Madrid que el soberanismo catalán es la rama más excéntrica del reformismo español. (...) Y esto hay gente en España que lo ha entendido. Pero claro, hay una parte importante que si les mencionas la cuestión catalana se ponen como una moto inmediatamente, eso está claro. Otros lo viven con dolor, y desde Cataluña también se tendría que reflexionar un poco sobre esto. Hay una parte de la sociedad española excitada por los medios de comunicación, por las facciones más irresponsables de la política, y cuando sale el tema de Cataluña, ya la hemos liado. Otra parte lo vive con dolor, porque le sabe mal, mal de verdad. No el solo hecho de que el país se pudiera fragmentar, sino porque el hecho de que haya una parte consistente de la sociedad catalana que quiere esto, que ha llegado a esta conclusión, los entristece. Porque en el fondo les hace entender que algo se ha hecho mal. Y a la vez porque supongo que también entienden que esto no es fácil de reparar, si es que no es directamente imposible repararlo. (...)

Para mí, esta es una de las partes más brillantes de Enric Juliana. Y en contra de mi habitual cinismo, lo escribo completamente en serio.
A veces explico en Madrid que el soberanismo catalán es la rama más excéntrica del reformismo español.
Brillante. Y cierto, lo es. Lo veo cuando es el independentismo el que se encarga de arreglar el país (España en este caso) diciéndonos cómo deberíamos organizarnos o qué tipo de gastos podríamos compartir. Con su prisma, claro. Y su etnocentrismo. Y todo el egoísmo del que puedan hacer gala, que a fin de cuentas se trata de arreglar el mundo, no de hacerlo realidad. Pero de aquellas perlas se sacan lecciones valiosas que pueden servir para llegar a un modelo de convivencia más convincente. Al menos, hasta que los habituales consideren que la etapa está consumida y escalen un peldaño más. Pero ya les conocemos. O deberíamos. O deberían ellos mismos. Porque, si de la independencia final se trata, quizá sería más honrado salir y decirlo sin ambages y sin complejo, tipo ERC, en lugar de amagando sin dar como (hasta ahora) hacía CiU o sigue sin hacer ICV o el PSC. Sí, he escrito PSC y lo he puesto en la categoría "partidos que podrían ser soberanistas... si saben cómo". Ya lo hablaremos otro día. Con un programa netamente independentista desde el principio, todos sabemos a qué atenernos.
Pero claro, hay una parte importante que si les mencionas la cuestión catalana se ponen como una moto inmediatamente, eso está claro. Otros lo viven con dolor, y desde Cataluña también se tendría que reflexionar un poco sobre esto. Hay una parte de la sociedad española excitada por los medios de comunicación, por las facciones más irresponsables de la política, y cuando sale el tema de Cataluña, ya la hemos liado. Otra parte lo vive con dolor, porque le sabe mal, mal de verdad. No el solo hecho de que el país se pudiera fragmentar, sino porque el hecho de que haya una parte consistente de la sociedad catalana que quiere esto, que ha llegado a esta conclusión, los entristece. Porque en el fondo les hace entender que algo se ha hecho mal. Y a la vez porque supongo que también entienden que esto no es fácil de reparar, si es que no es directamente imposible repararlo.
Algo se ha hecho mal, sí. Y podríamos pasarnos la noche haciendo listas de errores, malentendidos, desafecciones y deslealtades. Pero no puede culpar demasiado a los españoles de su torpeza, señor Juliana. Ustedes mismos han estado años regateando sus propias aspiraciones y ocultándolas del escrutinio público. Hasta anteayer, CiU jugaba el papel de pactista y Durán i Lleida quería ser ministro a toda costa. Y entonces llegó el Estatuto y el choque con la realidad: no fue sólo cosa de ustedes, no.
De pronto nos dimos cuenta, demasiado tarde, que nunca se darían por satisfechos. Que el problema catalán no era un problema de encaje, sino de plazos: cuándo se irían, cómo y en qué estado nos dejarían. Con la redacción del Estatuto quedó patente y nos asustamos.
Se hizo mal, pero ¿se pudo hacer mejor? Desde el punto de vista español, ¿se podía hacer otra cosa que lo que se hizo? Entiendo que puede ser difícil desprenderse del sentimiento macerado durante décadas y ponerse en la piel del otro en un momento dado, pero creo que llegado cierto punto de no retorno como parece que es el ahora, estará de acuerdo conmigo en que era bastante difícil haber hecho mejor las cosas dentro de lo peor que estaban.

Pero, don Enric, deberían ahondar más y mejor en algunas de las soluciones. Porque leo y escucho a algunos independentistas describir su próximo Estado de Europa y no termino de comprender en qué mundo creen que viven.
¿Es normal ese optimismo lindante con soberbia mal entendida?
No me malinterprete, no es que dijera nada en esa entrevista que me resultara extravagante. Pero debería conocer lo que furibundos independentistas de racó (o federalistas, según toque) intentan disponer, quizá como burla o incluso me atrevería a sugerir un punto de provocación, propio del que se siente con la sartén por el mango.
Le presento, con trazos gruesos, el caso del Fútbol Club Barcelona.
Como ya sabrá, Sandro Rosell dijo hace unos meses en plena resaca post-Diada, que el Barça jugaría la "Liga de la LFP" aún si Cataluña fuera independiente. No lo dijo un aficionado ansioso por no perderse los Clásicos, ni lo sugirió un empleado de la Federación Española de Fútbol. Lo dijo el mismísimo presidente del Barcelona. Y añadió, como ejemplo que sirviera de guía, el caso del Mónaco en Francia.
Como quiera que la reacción suscitada a cuenta de aquellas declaraciones restaban cualquier credibilidad al ansia independentista (y con razón, tendrá que admitirlo), el propio alcalde de Barcelona, Xavier Trías, despejó balones añadiendo Francia a la lista de entusiastas candidatos a acoger al Barcelona. Incluso hubo quienes barajaron otras ligas como la inglesa o la italiana. Puestos a soñar, por qué no a lo grande.
Y las preguntas se me acumulan. Si jugaran en Francia el AS Mónaco, el ejemplo al que se aferran, es un recién ascendido a la Ligue 1 que tendría que volver a Segunda para hacerle sitio al Barcelona. No creo que a los monegascos les apetezca quedarse en Segunda después de haber fichado a Falcao, ni que les utilicen como ejemplo si les van a perjudicar.
Podría ser que en Francia hicieran como en aquel año que la Liga tuvo 22 equipos, pero entonces el SM Caen, el cuarto clasificado en la Ligue 2, reclamaría no sin cierta razón que, puestos a ampliar el número de equipos, mejor los de casa primero. Ya conoce a los franceses.
Es que, claro, me imagino que el Barça no aceptaría jugar en otra liga si no es en Primera División, con los mejores, pero en todos los casos habría un equipo local que vería injusto ese privilegio.
Porque no van a hacer como el refundado Glasgow Rangers y empezar desde las divisiones más bajas. Que, por cierto, parece que han tenido una idea parecida a la del Barça. Y puestos a elegir entre Escocia y Cataluña, creo que a la Premier League no le quedarían muchas dudas. Claro que nunca se sabe.
Dan la sensación, tan típica de la euforia desmedida, de que cuando les inviten a jugar con ellos (porque algunos creen que lo harán, vaya si lo harán) ya casi les darán el título de campeón sin bajarse del autobús. Porque el Barça es un club histórico que, qué duda cabe, no merece jugar en una liga menor y poco competitiva como la que resultaría en una Cataluña independiente. Y yo me pregunto, ¿por qué no? ¿No es un poco paradójico? ¿No parece algo despectivo rechazar la liga propia como poco competitiva?


Lo sé, comparado con otros temas el del fútbol son minucias, momentos puntuales de pasión mal entendida. Pero si tengo que obedecer sus palabras, si todo tiene "un objeto de bien y una finalidad moral", entonces no he entendido el mensaje.
Quizá es que soy muy castellano.

Edición 12/06/2013: He recortado algunos fragmentos de la entrevista para aligerar el texto.