13 junio 2013

El origen de los nombres de los meses y los días



Se tarda un segundo en pronunciar la palabra ‘segundo’. Pruébenlo. ¿No es increíble?
El tiempo es el nombre que pusimos a la magnitud en continuo avance. Pero hicimos algo más que ponerle nombre al concepto. Lo fraccionamos. Lo acotamos desde su mínima expresión hasta cantidades más propias de imaginación que de medición perceptible. Nanosegundos. Era. Eón.

Y aunque podría ser interesante dedicar el próximo trío de miles de palabras en hablar del tiempo, no somos tan ingleses.

Algunos de ustedes se habrán detenido en la palabra segundo. La habrán leído un par de veces, pensativos. Y se habrán hecho la misma pregunta que me hice yo: ¿por qué llaman segundo a lo que va primero?
La respuesta la heredamos como todas las demás acotaciones de lo que llamamos tiempo.
Hoy es lunes 15 de abril. Para explicar por qué llamamos así los días y los meses hay que remontarse a los tiempos en que los hombres dejaron de tirarse excrementos los unos a los otros y se olvidaron de desparasitarse. Cuando miraron las estrellas y uno de ellos comprobó que éstas se movían y volvían cada cierto tiempo exacto. Los primeros cálculos prometían, ahí tienen los Stonehedge de Inglaterra o Gagal Refaim de Siria, pero tenían que ser los egipcios, que montaban pirámides como urbanizaciones costeras, los que se dieran cuenta de cuánto duraba un año y cómo debían dividirlo.

Somos la suma de pequeñas partes sumerias, griegas, hebreas y romanas. Cada una de ellas empezó contando con los dedos, y ese sistema à la vieille fueron los orígenes de los sistemas decimal y sexagesimal que aún utilizamos hoy. Para los profanos como yo, explicar estos sistemas puede hacerse recurriendo a lo fácil: cuenten sus dedos de las manos y obtendrán el por qué del sistema decimal. Palpen con el pulgar las tres falanges de los cuatro dedos restantes de su mano de escribir y comprenderán por qué usamos también el sistema sexagesimal con múltiplos de seis y doce.
Centrados en el cálculo del tiempo, imagínense con bonetes en la cabeza y barbas hasta el pecho y que se llaman Hammurabi o Nabucodonosor. Son ustedes babilonios, nietos de los sumerios, y acaban de calcular la duración de un año en trescientos sesenta días fijándose en el movimiento del sol y las fases de la luna.
Los babilonios tenían por esclavos a unos cuantos pueblos de los alrededores que luego se establecerían por su cuenta. Entre ellos a unos que venían de un sitio llamado Judea y que volvieron a casa con la lección aprendida. Esto será importante más adelante cuando, a la hora de contarles los cuentos a sus hijos, dijeron que Dios creó el mundo en una semana y que su mesías nació el último día del año oficial, un 25 de diciembre.
 Los egipcios también habían pasado por ese yugo, pero gracias al Nilo, y sus crecidas puntuales como un reloj, comprendieron que los años babilónicos tenían un desfase de cinco días y los añadieron al final de año empezando desde lo que hoy llamaríamos 25 de diciembre.

Mientras tanto los primeros griegos, los mismos que disfrutaban llamando Estado a su granja, pensaron por su cuenta. No parecía dárseles mal. Siendo Grecia una región montañosa, la agricultura era un bien escaso y precioso.  Su idea fue basar el cómputo del tiempo en lo que les daba de comer, dividiendo su año en tres estaciones de cuatro meses. Sus cálculos habían partido el año en doce meses alternando uno de veintinueve días con otro de treinta. Si se fijan, verán que faltan días. Ellos también se dieron cuenta y, en lugar de cambiar la duración de cada mes, prefirieron complicarse la vida intercalando un mes extra de cuándo en cuándo.
Y aquí es donde entran los romanos en escena.

Estos tipos tenían el clásico cacao de culturas y tradiciones propio de quienes preferían que inventaran otros. Hasta a sus dioses. Así, se apropiaron del calendario griego basado en la agricultura y lo adornaron con lo que habían oído que hacían los egipcios, más precisos. Pero había algunos matices que no encajaban.
Para empezar, porque los romanos habían crecido basando su cálculo del tiempo en las fases de la  luna y pretendían copiar sistemas basados principalmente en el movimiento del sol. A partir de ahí, el caos.
Les costó seiscientos años adaptarse a la semana. Ellos contaban los días de una forma mistérica y de a ocho, siendo el octavo día el de mercado, que lo llamaban día nueve (dies nundina) para hacerse los graciosos. Además, tenían un pavor malsano a las supersticiones. Desde la palabra amor (inverso de Roma, considerada tabú) a los números pares. Treinta es número par y hasta ahí podían llegar. A esos meses les añadieron un día. Pero habían olvidado los dichosos cinco días extras de jolgorio que usaban los egipcios y con el paso del tiempo se vieron con un mes de diciembre en pleno otoño.

Ahora es cuando se pone interesante. El año comenzaba en marzo, herencia griega del inicio de la siembra, que los romanos adoptaron bien por aquello de que era más fácil invadir a otros con buen tiempo. Hasta que un poblacho llamado Numancia les hizo planteárselo mejor. Si se preguntaban por qué el año empieza en enero, la culpa es de Soria.
Los cargos electos duraban un año natural. Debido a la inexactitud de su planteamiento, el año natural lo determinaban los augures añadiendo o quitando días a capricho. Un cónsul con bastante influencia, digamos un Julio César, podía alargar sus años de mandato sine die.
Julio César es, precisamente, básico en esta historia. En el año 46 a.C. tenía un poder absoluto que comenzaba a ser motivo de conspiraciones. No necesitaba alargar años para cumplir mandatos y, libre para hacer y deshacer, decidió acabar con aquel sindiós.
Lo hizo bastante bien, teniendo en cuenta cómo todos los calendarios anteriores tenían varios días o incluso meses bailando: el nuevo calendario juliano tenía un desfase de sólo once minutos al año.
Pero un Papa de Roma creyó que once minutos era cosa de herejes. Algo de razón tenía, no se crean, puesto que, con el paso de los siglos, esos once minutos hicieron que el mundo conocido fuera diez días por delante de lo que debería.
Gregorio XIII (1502-1585) aprovechó la jugada para retocar los días que le tocaban a cada mes y ajustar lo que conocemos como años bisiestos. De un día para otro se pasó del 4 de octubre de 1582 al 15 corrigiendo el desfase. Ya estaban otra vez a buenas con el universo. Y así nos llegó el calendario gregoriano, el que usamos hoy en día.
Lo que no hizo Gregorio, ni ninguno de sus sucesores, fue cambiar los nombres de los meses ni de los días de la semana, algo que le agradezco porque así puedo contarles el origen pagano de todo este tinglado.

Se podría separar los nombres de los meses en tres grandes apartados: los originales con carga simbólica, los que fueron cambiados o quisieron cambiarse y los que simplemente marcan el ordinal que les correspondía desde tiempos remotos.
En el primer apartado están los seis primeros meses del año.

Enero era el mes de Jano [januariusjanero – enero]. Jano era un dios raro hasta para los romanos. Como los demás dioses, no fue cosa suya aunque tampoco vino importado de Grecia. El dios de las dos caras era dios supremo de la guerra de los etruscos, las primeras víctimas de los romanos. El problema es que no encajaba con Ares-Marte, el guerrero oficial. Temerosos de desencadenar la ira de cualquiera de los dos, no fuera a ser, decidieron reciclarlo y convertirlo en el dios de la transición y los cambios. Sin embargo, a pesar del cambio, nadie quiso enfurecerle por si las moscas, y eran las puertas de su templo, no las de Marte, las que debían permanecer abiertas mientras durara una guerra.
Cuando Soria provocó el cambio del inicio del año, pareció el mes más adecuado para ser el primero en celebrar el Año Nuevo.
Febrero se llamó así por ser el mes en el que se celebraban las Februa [februariusfebrario – febrero]. Las Februa eran rituales anuales para purificarse por todas las acciones cometidas durante el año. El misticismo y las ganas de explicarse inventarían un dios Februo a toro pasado por pura superchería: a los romanos no les hacía mucha ilusión la idea de bautizar el mes en que moría el año con el dios del inframundo Hades-Plutón.
Marzo fue dedicado a Marte [martiusmarcio – marzo] y podría considerarse la versión original de ponerle una vela a Dios y otra al Diablo. Marte probablemente se sentiría satisfecho teniendo el mes en que las nieves se retiraban y se podía invadir mejor. Con marzo comenzaban las campañas militares, la razón de ser de Roma no sólo por prestigio y expansionismo, sino algo mucho más mundano. Su estilo de vida les llevó a necesitar el oro de los botines de guerra para sobrevivir. ¡Están locos, estos romanos!
A pesar de la cantidad de dioses que tenían para bautizar meses, a los romanos no se les ocurrió ninguno gracioso para el mes en el que se abren las flores, así que en un alarde de creatividad lo llamaron 'el mes en el que se abren (las flores)' [aprilisabrile – abril].
Mayo ofrendaba sus días a los ancestros [maiorismaius – mayo]. El mos maiorum era el código de conducta fundamental de la sociedad romana, basado en la costumbre de los ancestros. Si a los romanos no les apetecía inventar lo que podían copiar de otros, tampoco iban a ser muy originales con las costumbres. De este término podría provenir el de mayoría, puesto que eran pocos e insignificantes los que no seguían los rectos principios morales que se aplicaban en Roma. Como los romanos no daban puntada sin hilo, el por qué de llamar así a este mes también se podía superponer con la puesta en marcha de los ejércitos hacia el lugar del mundo que habían decidido subyugar, liderados por los maiores, es decir, los grandes de la república.
En cambio, junio era mes de los pequeños [iuniorisiunius – junio]. En disputa con Juno-Hera, madre de dioses, que no pintaría nada en un mes veraniego, aunque sí lo harían los juniores, los pequeños, no siempre niños, que no tenían edad para servir en las legiones y que aprovechaban el principio del verano para salir a pillar cacho y casarse. Eran otros tiempos, claro. Raro era el que llegaba a abuelo y había que espabilar.

Pasado junio, los demás meses tenían por nombre el ordinal que ocuparon originalmente. Pero algunos fueron cambiados e incluso a otros les conoceríamos por otro nombre si no hubieran sido promovidos por los personajes menos adecuados.

Julio fue conocido anteriormente como quintilis, el quinto. Marco Antonio, encaprichado de Cleopatra, lo cambió a julio para que César no se enfadara mucho, cosa que él celebró pasando olímpicamente del asunto, demasiado ocupado en morir apuñalado.
Octavio Augusto fue el primer emperador de Roma, y por si eso no fuera bastante, además era sucesor del propio Julio, su sobrino-nieto y fue adoptado por él en sus últimos años. Fue divinizado y el amo absoluto. Sin embargo, también fue él mismo quien bautizó sextilis como agosto, movido por un ataque de celos y de rivalidad con su antecesor. Iniciaba sin saberlo la moda de rebautizar meses de nombres intrascendentes por emperadores machos.
El problema era que los encargados de esculpir los nombres de los meses en las tablillas tenían cosas mejores que hacer como, por ejemplo, no morir ajusticiados por cualquier tirano de los que se hicieron con el poder:
Tiberio, sucesor de Augusto, llamó a septiembre tíber, pero como no le aguantaba nadie se cambió a su muerte.
Calígula, sucesor de Tiberio, también quiso probar suerte. Como su antecesor abusó de la costumbre de matar, llamó germánico a tíber-septiembre. A su muerte, como había sido aún más odiado que Tiberio, también se quedó con un palmo de narices.
Nerón, sucesor del sucesor de Calígula, tonteó con la idea de bautizar meses tal y como lo hicieron sus antecesores (y como haría también Domiciano años después). Pero nada, que no había manera de que a la gente les gustara eso de ponerles más nombres a los meses.
Y así, tras el vergonzoso intento de Domiciano de llamar domicio a octubre (septiembre estaba muy quemado con tanto cambio y la gente estaba mareada) la decadencia de Roma se hizo más patente cuando dejaron de intentarlo y ni siquiera se molestaron en actualizar los ordinales de los meses, aunque esto probablemente se deba más a la dichosa superstición romana, muy de capa caída, de dejar las cosas que funcionan como están.
No pocos debieron verlo patente el Año de los Cuatro Emperadores. Pero esa es otra historia.

Noviembre y diciembre son hoy en día el remanente de lo que antaño fuera el viejo sistema de medición del año, desfasado pero aún así vigente.


Los días de la semana tuvieron un origen ligeramente diferente. En ellos se puede observar la profunda división que provocaron las invasiones bárbaras. Debemos tener en cuenta que la semana de siete días no logró imponerse en Roma hasta la era de Constantino, ya en el siglo IV, y pronto convertidos al cristianismo como religión oficial del Imperio. Entretanto, la expansión cultural había hecho mella en los pueblos germánicos, que adaptaron la semana a su manera y con sus propios nombres cuando lo creyeron oportuno.
Es importante apuntar que el cristianismo se expandió con relativa lentitud en Europa, mucho más de lo que cabría pensar a estas alturas, pues aunque todo el Imperio Romano se bautizó porque no les quedaba otra, en Escandinavia tuvieron otros cinco siglos de mitología nórdica hasta San Olaf. Los noruegos tuvieron mucha culpa en la propagación de sus propios mitos y dioses en cada drakkar que navegaba mares y ríos. Saqueaban que daba gusto verles.

Lunes. Día de la luna en (casi) todas partes [dies Lunaelunae(di)es – lunes].
Lunes, lundi, lunedi, monday, montag... todos significan lo mismo: día de la luna. En otros tiempos era el segundo día de la semana. Lo prueban los portugueses, soberbios ellos, que lo llaman segunda-feira.

Martes. Día de los dioses de la guerra, Marte para nosotros [dies Martimarti(di)es – martes].
Martes, mardi, martedi, tuesday, dienstag... recuerdan al dios de la guerra. En los países del norte a Marte se le conocía como Tyr y las mil variantes de los orgullosos hablantes de lenguas que quieren ser nación: cada uno tenía la suya y de ahí que no se entiendan unos a otros cuando dicen martes. En Portugal, en cambio, se decidieron por el coqueto terça-feira por aquello de no molestar y tal.

Miércoles. Día de Mercurio para los latinos [dies Mercuriimercurii(di)es – miércoles], día de Odín para los vikingos y sus pobres víctimas [Wodens-daeg/wednes-day/Wednesday].
A los noruegos se les ocurrió pensar que su todopoderoso Odín, padre de dioses, era mucho más macho que un diosecillo con pies alados que huía como una nenaza del combate, por lo que se olvidaron pronto de él y se quedaron con su tuerto barbudo. En Lusitania, por no variar la costumbre, es quarta-feira.

Jueves. Día de Júpiter para los sureños [dies Iovisiovi(di)es – jueves], día de Thor para los bárbaros [Thures-daeg/Thurs-day/Thursday].
La razón por la que unos y otros dedican este día a dioses aparentemente distintos (Júpiter siendo el pez gordo de los dioses, Thor un rubito cachas con un martillo que vuela) es debido a que ambos utilizan rayos y truenos. Afortunadamente para los portugueses, a ellos su quinta-feira les suena menos lluvioso.

Viernes. Día de Venus [dies VenerisVeneris(di)es – viernes], que a los germánicos les dio por rebautizar como Frigg o Freya [Freyyas-daeg/Fri-day/Friday] porque su diosa del amor estaba más buena y machacaba cráneos como era debido y no peleaba como una chica, con grititos y tirones de pelo. Lo que pasa es que los lusos se quedaron en sexta-feira y así les va, de fado en fado y tiro porque si no me enfado.

El fin de semana es especial. No sólo por lo que a días libres se refiere, el que los tenga, sino por su propia denominación. En este punto nos olvidamos de todo lo dicho anteriormente y damos un salto evolutivo en ambos casos. Los cristianos del sur modificaron los nombres dados originalmente y los convirtieron en conmemoraciones religiosas, mientras que los nórdicos se adaptaron a las antiguas denominaciones romanas y las tomaron para sí. Un curioso salto multicultural que, por cotidiano, no llama mucho la atención.

Sábado. Día de descanso [del hebreo SabbathSabato – sábado] para los mediterráneos, el día de Saturno para todos los demás [dies Saturni /Saturn-day/Saturday]
Hasta los portugueses se olvidan de sus feiras y se suben al carro del buenrollismo con su sábado.

Domingo. Día del Dominador (dies DominicusDominicusDomin(cu) – domingo), día del Sol para todos los que prefirieron seguir con la moda romana [dies Solis/Sonn-daeg/Sun-day/Sunday], 'día en el que no se trabaja' en países eslavos.
Cuando Constantino instauró la semana y poco tiempo después decidió cambiar el día del culto al sol (demasiado parecido a Mitra, que se parecía demasiado a un tal Cristo) por el día de lo que podríamos llamar Dominador, teniendo en cuenta que los esclavos llamaban dominus a sus amos y que de ahí vienen los don que interpretamos como prefijos de cortesía para los nombres propios, nos haríamos una idea de lo mucho que le había afectado. Tanto meterse con los partos, 'esclavos del Divino Rey', para acabar igual. Por eso los nórdicos pasaron de Constantino y, en cambio, los portugueses no.

La próxima vez hablaremos de Soria.

10 junio 2013

Enric Juliana

Leo en Jot Down una entrevista muy interesante a Enric Juliana, un peso pesado del periodismo catalán y catalanista al que, cuando leía La Vanguardia, seguía siempre que podía. La entrevista es profunda y variada, muy rica en matices y datos, muy interesante y culta. Y mansa. Juliana dice muchas cosas que más allá de su epicentro no pueden comprenderse. El entrevistador no hace mucho por aclarar esas cosas, parece dispuesto a que sea el propio Enric Juliana el que se dé cuerda a sí mismo y se explaye a gusto. Se me quedó corta, cosa que siempre me pasa con los artículos de esa gran revista, pero en esta ocasión por algunas de las frases que pronunció el entrevistado. Como éstas:

¿En Madrid te has tenido que justificar por escribir en un diario demasiado soberanista?
(...) Sí, en Madrid hay mucha gente, y gente de círculos políticos, económicos, profesionales… que consideran que La Vanguardia ha hecho una incursión demasiado profunda en el campo del catalanismo, y no lo entienden.

Porque, más allá del cariz de la consideración, La Vanguardia ha hecho bandera del soberanismo. Incluso rozando límites desconocidos hasta ahora. Otra cosa es que se pueda entender mejor o peor en según qué círculos, pero no iremos ahora a negar las portadas o los editoriales. Lo que yo no termino de entender es quiénes son los que dicen que es poco soberanista, y por qué. ¿Cuál es el fiel de la balanza de un mucho o un poco soberanista?

¿Te consideras catalanista?
Sí. Si me tuviera que definir de alguna manera me definiría catalanista.
¿Y cómo declinas tú ese catalanismo?
Bueno, es difícil. Yo creo que esto del catalanismo es un estado del alma. En Madrid a veces intento explicar que un catalán se puede levantar casi independentista e irse a dormir federalista, dependiendo de lo que pase a lo largo del día. (...) En el mundo español —y cuidado porque aquí podemos caer en los arquetipos— esto no se entiende muy bien: “al pan, pan, y al vino, vino”. Y si hemos decidido que somos una cosa, somos una cosa, dos cosas a la vez no puede ser. Pero por nuestra mentalidad se puede ser un poco dos cosas a la vez. (...) Y Cataluña es bastante así. El catalanismo es un poco esto: es un estado del alma, es una predisposición a tener el país como centro y referencia principal, pero es una cosa que se puede ir moviendo, puedes ir graduando las intensidades en función de cómo van evolucionando las cosas y en función también de lo que a ti mismo te pueda interesar. Pero claro, esto funciona bien cuando todo va bien. Cuando esto entra en un terreno más complicado, que es en el que estamos ahora, inmediatamente surge la gente que dice: “Escuche, esto no sirve, porque estamos siempre en el mismo sitio”. Y entonces es cuando aparecen corrientes de opinión, como está pasando ahora en Cataluña, que dicen “Esto del catalanismo es una gilipollez”. Ahora te diré algo que puede ser problemático: hay una corriente digamos catalana castellanizada: en este punto hay un cierto componente castellano que dice “al pan, pan y al vino, vino”. Pero lo dice en catalán. “Deixem-nos de collonades, aquí no hay otra solución que esta. Y además dictaminamos que la solución es esta y no tiene revisión”. Esto es muy castellano.
 
A fuer de ser sinceros, quizá habría que advertir al lector que, si yo tuviera que definirme de algún modo, podría decirse que soy españolista. Pero debo añadir el matiz (importante) descreído y cínico del que se dice anacionalista: no me remito a pasados gloriosos y polvorientos, no idolatro a españoles ilustres por el hecho de nacer en esta tierra, no los comparo con otros de otros lugares y les encuentro mejorías o exclusividades. No creo que mi país se distinga hoy por algo notable, ni hago bandera de ello, ni lo antepongo especialmente a los demás. Podría hacerlo. Podría usar los muchos argumentos mínimos que utiliza cualquier nacionalismo para remarcar sus loas y disminuir sus mueras. Pero elijo no caer en eso. Es decir, para entendernos, soy como el común del español. Ese que, para Juliana y sus arquetipos (en los que no quiere caer, aunque cae a gusto) gusta decir eso de "al pan, pan; y al vino, vino". Ese que impone (¡"dictamina", "sin revisión"!) por no saber hacer otra cosa mejor. No se me escapa que toda la parrafada anterior viene a explicar el confuso síntoma de ser y sentir del catalanismo, que no sabe ni de dónde viene ni hacia dónde va. No lo digo yo con gratuidad y buscando enfadar a nadie: alguien que se levanta independentista y se acuesta federalista (por no ir más lejos, que alguno habrá) no sabe lo que quiere. Lo que no necesariamente es malo, o negativo, o disminuye la importancia de su idea. Pero, desde luego, eso no va a convencerme de que sea mejor, o más fino, o con mayor sintonía con el alma que la de un español que no ha nacido en Cataluña ni la siente como su nación. Ni tampoco me convence el lado oscuro e impositor del que, no teniendo demasiado (o sí, según el caso) aprecio por la cosa común, al menos prefiere dejar las cosas como están. Que ese, que por no ser no es ni inmovilista, sea un carácter castellano.

Y entonces dice que el catalanismo "es un estado del alma" como quien es feliz o se siente amargado. Pero, atención, que "puedes ir graduando en función de lo que a ti mismo te pueda interesar". Lo ha dicho él, no yo, y de todos modos bien dicho está.
Puedo adivinar el sentir de algún paisano que no haya conocido esa tierra: eso parece decir que tiene más cara que espalda, que nos movemos por puro interés y que no escatimamos en procurar dolores de cabeza (o de corazón) si el interés nos lleva a hacerlo. Independentismo ahora porque interesa, quizá cuando escampe ya no interese tanto y entonces diremos que todo era un juego de presiones, y que sin rencores o si no diré que no me quieres.
Ah, el no nos quieren. También graduable, parece ser que dice.

De este modo, dada la diferencia, por definición, entre lo catalán y lo español (que, para él, es el mismo en Andalucía que en el País Vasco o en Baleares), el sentimiento catalanista es intrínsecamente superior al resto. No lo ha dicho así, por supuesto, y no porque no haya querido deslizar algún comentario que algún mal pensado pudiera definir como racista o supremacista (como la corriente catalana que, a fuer de querer imponer su visión, es castellanizada y, por lo tanto, menos catalana).

Hablemos de tu aportación a la “deriva soberanista”. ¿Es cierto que eres uno de los dos autores del famoso editorial conjunto de la prensa catalana de noviembre del 2009?
Sí, esto es algo que ha circulado tanto que no tiene demasiado sentido ponerse aquí a negarlo. A pesar de que tengo que repetir —ya lo he dicho alguna vez— que los editoriales son obras colectivas. El autor de un editorial es el diario que lo hace, en este caso los diarios que lo hicieron. Ahora, siempre hay algunas personas que tienen que poner la música, que lo tienen que poner en papel.
Aquel editorial fue un momento simbólico de inicio del actual momentum del soberanismo. ¿Era así como tú o el diario lo habíais pensado o se puede decir que se os fue un poco de las manos?
De vez en cuando vuelvo a leer el editorial, para saber dónde está todo, e incluso para saber dónde estoy yo mismo. Yo creo que aquel editorial era un editorial en el que básicamente había una advertencia hacia el mundo español de decir: escuche, esto está entrando en una fase que puede complicar mucho las cosas. (...) Y por lo tanto creo que el editorial tuvo impacto por dos motivos: primero que expresaba bastante bien el estado de ánimo realmente existente en Cataluña y segundo porque hizo que una parte del mundo español embistiera. Y el mundo español, cuando embiste, embiste de verdad. (...) Y los mecanismos de opinión de Madrid son fuertes, ya lo sabemos, aquello no es una broma. (...) Es uno de los momentos estelares del género editorial en España [risa].
¿Crees que aquel editorial contribuyó a generar la oleada soberanista de después o solo la previó?
Insisto, creo que lo que dio mucho relevo al editorial fue la reacción de los medios de comunicación españoles y su agresividad. Una de las características del mundo catalán es que es bastante reactivo: basta con que desde allá te señalen para poner todo el mundo en guardia. Entonces, posiblemente la gente consideró aquello en una medida más alta por el hecho de haber provocado aquella reacción. Si la reacción por parte de los medios españoles hubiera sido más reflexiva, de decir “no nos gusta que ustedes se expresen de este modo, esto lo vemos discutible, esto de los editoriales conjuntos no sabemos si es la praxis adecuada, pero de todas maneras nos hemos leído lo que ustedes dicen y nos parece que…”. Una reacción, podríamos decir, cívico-europea. Pero aquí muy a menudo se imponen unas tonalidades africanas y está claro que, ante esta reacción, la opinión pública catalana no se sintió identificada.

El editorial conjunto. Por si no lo recuerdan, los doce (12) periódicos catalanes de mayor tirada editaron el mismo día, 26 de noviembre de 2011, un editorial conjunto que llevaba por título "La dignidad de Catalunya". Parece ser que Juliana fue coautor y, como tal, comprendo a la perfección que trate de defender su legado y su obra.
Pero si analizamos los hechos con la debida frialdad, nos sale un hecho sin precedentes: la supresión completa de la disidencia, ni siquiera por una coma, de toda la prensa generalista de relevancia en Cataluña. No ocurrió nada igual nunca en España (y no me atrevo a ir más lejos) y sin embargo, para Juliana el problema no está en que doce periódicos renuncien a su libertad de expresión para, todos a una, plegarse a una sola voz. Para Enric Juliana el problema estuvo en la reacción suscitada. Desproporcionada. Agresiva. Y, atención a este énfasis:
Una de las características del mundo catalán es que es bastante reactivo: basta con que desde allá te señalen para poner todo el mundo en guardia.
Una característica que, por lo visto, los demás españoles imitamos bastante bien: no fue sino esto mismo lo que ocurrió tras la publicación del editorial. Pero para Juliana esto no es así, lo que él quiere decir en realidad es que la reacción española debería haber sido más "cívico-europea". Que, aduce en silencios, es exactamente el tipo de reacción que tienen los catalanistas.

Y aquí me paro a pensar. De acuerdo, imaginemos que, efectivamente, los catalanistas tienen ese prurito europeo más desarrollado que el resto. Y hagámonos eco, con toda la literalidad de las letras, de la reacción cívico-europea que deberíamos haber tenido. “no nos gusta que ustedes se expresen de este modo, esto lo vemos discutible, esto de los editoriales conjuntos no sabemos si es la praxis adecuada, pero de todas maneras nos hemos leído lo que ustedes dicen y nos parece que…”. ¿Qué hemos leído? ¿De qué iba el editorial? De "La dignidad de Catalunya". No de los catalanes que votaron a favor del nuevo Estatuto. No de los catalanistas. De Catalunya. En mi suponer, imagino que es tanta la costumbre de tomar el todo por la parte que ya no saben cuándo parar. Y me pregunto si eso es civismo, y si eso es europeo. Si lo es, tal vez sea cierto que Europa empieza en los Pirineos.
Pero me he quedado en el titular, y el editorial fue algo más que eso. Fue una verdadera llamada de atención sobre, a grandes rasgos, la legitimidad de Cataluña (iba a escribir "de los catalanes") de cambiar no sólo su relación con España, sino España misma y sin preguntar al resto si les parece bien cómo lo plantean. Decían "España es una nación de naciones", "Estado plurinacional" y cosas así, sin esperar a ver si alguien más le secundaba o no. ¿Es esa la praxis adecuada? Trataron de imponer su visión de España para encontrar el encaje, lo que no me parece mal en absoluto por intentarlo, pero sí por no esperar a ver qué opinábamos los demás sobre redefinirnos como "nación de naciones". A mí me hubiera parecido más práctico y adecuado haber tratado de consensuarlo primero y encontrar adhesiones o fórmulas que contentaran a todos. Pero como soy impositor y de tonos africanos, quizá lo vea desde un prisma antieuropeo y poco cívico.
A los catalanistas no les gustaba el modo en que nos expresábamos con la palabra España y su definición y lo veían discutible. Con todo el derecho. Consideraban que la Constitución no estaba lo bastante solidificada en algunos aspectos (praxis adecuada), se la leyeron y les pareció que... debían decirles al resto cómo tendrían que ser y llamarse a partir de entonces, con el permiso de Cataluña.
Para entendernos: sobrepasaron todos los máximos que se imaginaron alguna vez y los convirtieron en los nuevos mínimos. ¿Civismo europeo? Pues tal vez, porque lo ocurrido entonces adquirió "tonalidades africanas". Ahí es nada, damas y caballeros.

Las tonalidades africanas fueron, para entendernos, las catilinarias que en Madrid se redactaron por cómo se estaba manejando el asunto de la reforma estatutaria. Puro cabreo exasperado con el que, por supuesto, "la opinión pública catalana no se sintió identificada". Como para estarlo. Especialmente Enric Juliana.
Es decir, estamos de acuerdo en que no podían reformar la Constitución aunque muchos creyeran verlo así. Pero también deberíamos estarlo en que aspiraban a tanto como encajar inconstitucionalidades o, al menos, que éstas fueran pasadas por alto para que los catalanistas no se sintieran defraudados y decepcionados. Ellos y sólo ellos, porque el resto de españoles no tenemos por qué defraudarnos o decepcionarnos con lo que hagan o digan. Porque están en todo su derecho. Y nosotros, no tanto. Sí, sé cómo suena eso. Pero es lo que parecen decirnos siempre.
Sea por tonalidades africanas, por escaso civismo europeo, o por no tener el españoleo incrustado en el alma, el caso es que nosotros no podemos defraudarnos o decepcionarnos con los catalanistas y, además, debemos hacer todo lo posible para que ellos no se defrauden ni se decepcionen.

Y claro, uno se pregunta cuánto de español tiene cuando se ha decepcionado con los mismos catalanistas que en otros tiempos miraba con sana envidia y respeto. Debe ser mi mitad franco-alemana.

¿La consulta resolvería todo esto?
(...) Ahora te haré un paréntesis, si me lo permites. Yo ahora estoy en Barcelona, he venido un par de días. Y hacía tiempo que no lo hacía, pero estuve mirando TV3: en Cataluña todo es con objeto de bien, incluso los anuncios del agua mineral. Estaba viendo los informativos, las series… todo tiene una finalidad moral, pero es que incluso los anuncios: había un anuncio de agua mineral que decía que si bebes esta agua mineral haces una contribución a… Toda la sociedad catalana está impregnada de esto, es una de sus particularidades. Evidentemente esto forma parte de sus atributos nacionales, pero a veces a mí esto me provoca un cierto sufrimiento. (...)
¿La consulta conllevaría aún más riesgo de riscaldamento?
No. Pienso que la consulta sería una salida. En estos momentos es la solución. Si hoy me preguntaran “Usted qué haría para poder encontrarle una solución a la situación”, sería esto.
¿Qué votarías?
Ah, esta es una buena pregunta. Pues te respondería con lo que te he dicho antes: un poco a la italiana. (...)
Además se han apropiado de eso que decía Ortega y Gasset de “España como problema, Europa como solución”.
Sí, pero bien es verdad que empiezo a escuchar voces en Cataluña que dicen “y si en Europa nos ponen alguna pega, a tomar por…”. ¡Hombre! ¿Y entonces qué haremos? ¿Una especie de Montenegro? (...) Y otro factor relacionado con esto que tenemos que tener en cuenta es que esto de Cataluña es mucho más importante que lo de Escocia. Solo hay que mirar un mapa. (...) Pero si tú te echas al mar en Escocia y vas nadando arriba solo hay mar. Lo primero que te encontrarás son bacalaos, y después las costas de Islandia. (...) Y una de las ciudades más importantes de esta área, junto con Roma y Atenas, es Barcelona. (...) La situación catalana, si miras el mapa, ves en seguida que es más complicada.

¿Se lo han leído entero? ¿Han llegado a una conclusión palpable? Si no lo han hecho, no se preocupen. No le ocurre nada a su comprensión lectora, es que Enric Juliana no quiere responder a la pregunta con respuestas directas y concisas. No quiere, porque no puede hacerlo. Porque ni él mismo conoce la respuesta. Por momentos parece incluso como si quisiera enterrar bajo losas de mármol todo este feo asunto del independentismo.
Y esta parte para mí es crucial:
en Cataluña todo es con objeto de bien, incluso los anuncios del agua mineral. Estaba viendo los informativos, las series… todo tiene una finalidad moral, pero es que incluso los anuncios: había un anuncio de agua mineral que decía que si bebes esta agua mineral haces una contribución a… Toda la sociedad catalana está impregnada de esto, es una de sus particularidades. Evidentemente esto forma parte de sus atributos nacionales
Etnocentrismo a raudales, oigo decir al fondo. "Todo tiene una finalidad moral" es un arma de doble filo peligrosa. Aún estoy buscándole el "objeto de bien" y la "finalidad moral" que tiene el simposio "España contra Cataluña" o doblar al catalán las películas españolas. Enfádense si quieren, damas y caballeros adalides del catalanismo, no voy a arrebatarles ese derecho. Pero alguien como yo (que, siendo de fuera, conoce bien el dentro) lee estas frases un par de veces y palabras gruesas se escapan sin querer de mi boca.
Es decir, no es sólo que todo esto (que "todo tiene una finalidad moral") forme parte de los atributos nacionales de Cataluña y toda la sociedad catalana está impregnada de esto y es una de sus particularidades. Es que además es evidente. Jo-der.
Tanta murga con la solidaridad. Tantas horas de texto y discursos sobre el expolio. España ens roba. Y resulta que no, que hasta las marcas de agua mineral hacen contribuciones a whatever y toda la sociedad catalana está impregnada de esto, y es precioso y maravilloso y somos especiales.
Y comprendo, porque lo comprendo, que no es lo mismo contribuir a algo que lo merece que contribuir a algo que lo merece, pero algo menos. Que del mismo modo que uno puede estar inclinado a compartir porque tiene más para dar, tampoco tiene por qué haber alguien que lo reclame y además se empecine en seguir sin conseguir más por su cuenta. Que tanto se da si se llama Andalucía o Extremadura como Lleida. En serio. Pero jo-der.
¿Dinamarca? ¿Massachussets? No, la Casa de la Pradera. Con razón se quieren independizar, si es que estamos privando al mundo del país más increíble que se haya podido concebir. Porque se quieren independizar, ¿verdad?
Bueno. Según. Depende.
Porque Europa ahora mismo no está en su mejor momento. Y a lo mejor de aquí a unos años la Unión Europea ya no es un buen invento ni interesa estar bajo su paraguas. Aunque a lo mejor sí.
Y lo que yo creo es que en estos momentos el planteamiento soberanista o independentista catalán tiene un problema, que es que no sé si responde bien a esta pregunta de fondo. Responde de una manera como reactiva e inmediata: “lo que está pasando no me gusta y tengo algunos datos que me permiten suponer que si nosotros fuéramos por nuestra cuenta algunas cosas nos irían mejor”.
Ya hemos acordado que el catalanismo (perdón, todos los catalanes) son reactivos. Pero como también se puede "graduar en función de sus intereses" y "todo es con objeto de bien y tiene una finalidad moral", la conclusión es que el Barça jugaría la Liga de la Península Ibérica. Y el ejército se podría reclutar del español o pedirle protección a Francia. Y que la Flota china se encargue de los asuntos del mar. Y que Cercanías pase a manos de SNCF. Son ejemplos reales que Enric Juliana no ha sacado a colación, pero eso no quiere decir que otros de igual o mayor calado no lo hayan dicho. Lo que Enric Juliana sí ha dicho es esto:
Es decir, que del África austral hacia arriba todo es una cadena de problemas. Y una de las ciudades más importantes de esta área, junto con Roma y Atenas, es Barcelona.
Con dos cojones.
Atenas, Roma, Barcelona. Aunque lo parezca, no son ciudades al azar. Atenas es la cuna de la civilización europea. Roma, la vieja Urbe Condita. Y Barcelona... bueno, es Ciudad Condal. Se parece a Condita.
Olvidémonos de los puertos. De Génova. De Valencia. De Marsella. De Algeciras. Olvidémonos del peso económico e industrial o el cultural. De Milán o Turín o de Lyon que, como Roma, tampoco tienen salida al mar. Por descontado, olvidemos Madrid. El eje es Atenas-Roma-Barcelona. Vale que Barcelona no es precisamente un poblacho y que su peso económico, industrial y cultural es inmenso. Nadie se atrevería a negar tal cosa, pero... ¿Atenas-Roma-Barcelona? ¿En serio?

Y, por supuesto, lo de Escocia y su particular búsqueda de independencia es una cosa menor, un asuntillo de familia entre britanos. ¿Qué tienen, los escoceses? ¿Peces? ¿Whisky? ¿Rocas? ¿Algo de petróleo? Por favor. Cataluña sí que es importante. Palabra de Enric Juliana.
La situación catalana, si miras el mapa, ves en seguida que es más complicada.
Que no le negaré la mayor y le restaré importancia a la región mediterránea, por supuesto. Pero da la sensación de que necesita concederle a Cataluña y su situación más crédito a costa de quitárselo a Escocia y el mar del Norte. Por si hiciera falta.

Con todo, lo que más me llama la atención es toda esa incerteza a la hora de deshojar la margarita de la secesión. Del dudo, quizá me atreva o tal vez no. Es indiscutible que este pensamiento es del todo razonable, pero no parece tener en cuenta la opinión de quien se pudiera sentir afectado por ella. Usando un símil parejil, vendría a ser el que no sabe muy bien si seguir con su pareja o separarse, en función de cuánto frío hace fuera o si tiene a alguien esperándole. Desde el punto de vista del que se plantea separarse tiene sentido y es moneda corriente. Desde el punto de vista del otro, es profundamente egoísta además de peligroso: al final suele ser éste quien acaba forzando la separación. No es una amenaza. Por no ser, ni siquiera es honorable. Pero sucede.

Una pregunta sobre el efecto de la crisis en la política de los diferentes países del sur de Europa: en Grecia ha aparecido Syriza (bueno, y Amanecer Dorado), en Italia el Movimento 5 Stelle. ¿Por qué en España no acaba de aparecer una alternativa política frente a la crisis del bipolarismo?
Tampoco ha salido en Portugal, por ejemplo, y Portugal está muy mal… (...) Aquí todavía hay mucha gente que cree que esto se puede arreglar. Y atención, el soberanismo catalán y el independentismo catalán participan de esto. A veces explico en Madrid que el soberanismo catalán es la rama más excéntrica del reformismo español. (...) Y esto hay gente en España que lo ha entendido. Pero claro, hay una parte importante que si les mencionas la cuestión catalana se ponen como una moto inmediatamente, eso está claro. Otros lo viven con dolor, y desde Cataluña también se tendría que reflexionar un poco sobre esto. Hay una parte de la sociedad española excitada por los medios de comunicación, por las facciones más irresponsables de la política, y cuando sale el tema de Cataluña, ya la hemos liado. Otra parte lo vive con dolor, porque le sabe mal, mal de verdad. No el solo hecho de que el país se pudiera fragmentar, sino porque el hecho de que haya una parte consistente de la sociedad catalana que quiere esto, que ha llegado a esta conclusión, los entristece. Porque en el fondo les hace entender que algo se ha hecho mal. Y a la vez porque supongo que también entienden que esto no es fácil de reparar, si es que no es directamente imposible repararlo. (...)

Para mí, esta es una de las partes más brillantes de Enric Juliana. Y en contra de mi habitual cinismo, lo escribo completamente en serio.
A veces explico en Madrid que el soberanismo catalán es la rama más excéntrica del reformismo español.
Brillante. Y cierto, lo es. Lo veo cuando es el independentismo el que se encarga de arreglar el país (España en este caso) diciéndonos cómo deberíamos organizarnos o qué tipo de gastos podríamos compartir. Con su prisma, claro. Y su etnocentrismo. Y todo el egoísmo del que puedan hacer gala, que a fin de cuentas se trata de arreglar el mundo, no de hacerlo realidad. Pero de aquellas perlas se sacan lecciones valiosas que pueden servir para llegar a un modelo de convivencia más convincente. Al menos, hasta que los habituales consideren que la etapa está consumida y escalen un peldaño más. Pero ya les conocemos. O deberíamos. O deberían ellos mismos. Porque, si de la independencia final se trata, quizá sería más honrado salir y decirlo sin ambages y sin complejo, tipo ERC, en lugar de amagando sin dar como (hasta ahora) hacía CiU o sigue sin hacer ICV o el PSC. Sí, he escrito PSC y lo he puesto en la categoría "partidos que podrían ser soberanistas... si saben cómo". Ya lo hablaremos otro día. Con un programa netamente independentista desde el principio, todos sabemos a qué atenernos.
Pero claro, hay una parte importante que si les mencionas la cuestión catalana se ponen como una moto inmediatamente, eso está claro. Otros lo viven con dolor, y desde Cataluña también se tendría que reflexionar un poco sobre esto. Hay una parte de la sociedad española excitada por los medios de comunicación, por las facciones más irresponsables de la política, y cuando sale el tema de Cataluña, ya la hemos liado. Otra parte lo vive con dolor, porque le sabe mal, mal de verdad. No el solo hecho de que el país se pudiera fragmentar, sino porque el hecho de que haya una parte consistente de la sociedad catalana que quiere esto, que ha llegado a esta conclusión, los entristece. Porque en el fondo les hace entender que algo se ha hecho mal. Y a la vez porque supongo que también entienden que esto no es fácil de reparar, si es que no es directamente imposible repararlo.
Algo se ha hecho mal, sí. Y podríamos pasarnos la noche haciendo listas de errores, malentendidos, desafecciones y deslealtades. Pero no puede culpar demasiado a los españoles de su torpeza, señor Juliana. Ustedes mismos han estado años regateando sus propias aspiraciones y ocultándolas del escrutinio público. Hasta anteayer, CiU jugaba el papel de pactista y Durán i Lleida quería ser ministro a toda costa. Y entonces llegó el Estatuto y el choque con la realidad: no fue sólo cosa de ustedes, no.
De pronto nos dimos cuenta, demasiado tarde, que nunca se darían por satisfechos. Que el problema catalán no era un problema de encaje, sino de plazos: cuándo se irían, cómo y en qué estado nos dejarían. Con la redacción del Estatuto quedó patente y nos asustamos.
Se hizo mal, pero ¿se pudo hacer mejor? Desde el punto de vista español, ¿se podía hacer otra cosa que lo que se hizo? Entiendo que puede ser difícil desprenderse del sentimiento macerado durante décadas y ponerse en la piel del otro en un momento dado, pero creo que llegado cierto punto de no retorno como parece que es el ahora, estará de acuerdo conmigo en que era bastante difícil haber hecho mejor las cosas dentro de lo peor que estaban.

Pero, don Enric, deberían ahondar más y mejor en algunas de las soluciones. Porque leo y escucho a algunos independentistas describir su próximo Estado de Europa y no termino de comprender en qué mundo creen que viven.
¿Es normal ese optimismo lindante con soberbia mal entendida?
No me malinterprete, no es que dijera nada en esa entrevista que me resultara extravagante. Pero debería conocer lo que furibundos independentistas de racó (o federalistas, según toque) intentan disponer, quizá como burla o incluso me atrevería a sugerir un punto de provocación, propio del que se siente con la sartén por el mango.
Le presento, con trazos gruesos, el caso del Fútbol Club Barcelona.
Como ya sabrá, Sandro Rosell dijo hace unos meses en plena resaca post-Diada, que el Barça jugaría la "Liga de la LFP" aún si Cataluña fuera independiente. No lo dijo un aficionado ansioso por no perderse los Clásicos, ni lo sugirió un empleado de la Federación Española de Fútbol. Lo dijo el mismísimo presidente del Barcelona. Y añadió, como ejemplo que sirviera de guía, el caso del Mónaco en Francia.
Como quiera que la reacción suscitada a cuenta de aquellas declaraciones restaban cualquier credibilidad al ansia independentista (y con razón, tendrá que admitirlo), el propio alcalde de Barcelona, Xavier Trías, despejó balones añadiendo Francia a la lista de entusiastas candidatos a acoger al Barcelona. Incluso hubo quienes barajaron otras ligas como la inglesa o la italiana. Puestos a soñar, por qué no a lo grande.
Y las preguntas se me acumulan. Si jugaran en Francia el AS Mónaco, el ejemplo al que se aferran, es un recién ascendido a la Ligue 1 que tendría que volver a Segunda para hacerle sitio al Barcelona. No creo que a los monegascos les apetezca quedarse en Segunda después de haber fichado a Falcao, ni que les utilicen como ejemplo si les van a perjudicar.
Podría ser que en Francia hicieran como en aquel año que la Liga tuvo 22 equipos, pero entonces el SM Caen, el cuarto clasificado en la Ligue 2, reclamaría no sin cierta razón que, puestos a ampliar el número de equipos, mejor los de casa primero. Ya conoce a los franceses.
Es que, claro, me imagino que el Barça no aceptaría jugar en otra liga si no es en Primera División, con los mejores, pero en todos los casos habría un equipo local que vería injusto ese privilegio.
Porque no van a hacer como el refundado Glasgow Rangers y empezar desde las divisiones más bajas. Que, por cierto, parece que han tenido una idea parecida a la del Barça. Y puestos a elegir entre Escocia y Cataluña, creo que a la Premier League no le quedarían muchas dudas. Claro que nunca se sabe.
Dan la sensación, tan típica de la euforia desmedida, de que cuando les inviten a jugar con ellos (porque algunos creen que lo harán, vaya si lo harán) ya casi les darán el título de campeón sin bajarse del autobús. Porque el Barça es un club histórico que, qué duda cabe, no merece jugar en una liga menor y poco competitiva como la que resultaría en una Cataluña independiente. Y yo me pregunto, ¿por qué no? ¿No es un poco paradójico? ¿No parece algo despectivo rechazar la liga propia como poco competitiva?


Lo sé, comparado con otros temas el del fútbol son minucias, momentos puntuales de pasión mal entendida. Pero si tengo que obedecer sus palabras, si todo tiene "un objeto de bien y una finalidad moral", entonces no he entendido el mensaje.
Quizá es que soy muy castellano.

Edición 12/06/2013: He recortado algunos fragmentos de la entrevista para aligerar el texto.

25 marzo 2013

Escraches

Una tal Plataforma por Afectados por la Hipoteca (la_PAH) decide que es buena idea ir a ver a los políticos a sus casas. Y la idea es buena en origen si tenemos en cuenta que un ciudadano normal y corriente, ustedes y yo mismo, no tenemos mucho más que hacer cuando queremos hablar con ellos.

En los días que vivimos la distancia entre clase política (casta, buena forma de definirla) y la clase villana es sideral. Están en horas bajas, su credibilidad es prácticamente nula. Yo soy el primero que no daría un duro de madera por ellos. No me gustan.
Comprendo que tras una sucesión de cantamañanas e incapaces al frente nos han colocado como un país en el que lo mejor que puede aportar al mundo político son cretinos. Cualquiera que me haya leído con un poco de interés sabrá, pues, que no son mis aliados. Pero los escraches no me gustan.

Porque el problema no es el qué, sino el quiénes y el cómo.

Utilizo un seudónimo para escribir estos artículos con mayor libertad que si firmara con mi nombre auténtico, pero tampoco sería más reconocido si lo hiciera. Yo soy un don nadie. Por eso, si quisiera que los que toman las decisiones en mi nombre escucharan lo que tengo que decirles, habría pocas formas de conseguirlo realmente. Realmente, damas y caballeros.

Supongamos que yo quisiera hablar con la alcaldesa de mi villorrio. Digamos que tengo algunas ideas (o simplemente me apetece quejarme ante la que manda) y que me gustaría conocer su opinión. Idealmente podríamos mandarnos mails, cartas certificadas, organizar reuniones o encuentros, incluso conseguir que una cosa llamada ILP (Iniciativa Legislativa Popular, LOGSE: queremos que esto sea asín y no asán y somos medio millón de tíos diciéndolo) medio obligue al menos a un debate parlamentario. Vale, pero yo sigo en casa sin noticias de la alcaldesa.Porque ella no responde mails si no son personales. Las cartas certificadas se las queda su secretaria y no llegan jamás a su despacho. Las reuniones o encuentros sólo valen para los que tienen dinero que ofrecer a cambio. Las ILP necesitan medio millón de firmas y la mía no vale tanto, si total, yo sólo quiero saber por qué diablos hay tanto socavón en las calles o por qué cuesta tanto encontrar sitio en mi calle, que es zona verde pero parece zona de guerra.
El escrache es la respuesta, sí. Si me presentara en casa de los Aznar y llamara al timbre tendría más opciones de hablar con ella que de otro modo. La cosa es, ¿llamo sólo al timbre?

¿Y por qué no aporreo la puerta y grito cosas así como enfadado y como si quisiera hacer daño a alguien? Seguro que funciona. ¿Por qué no dejo el dedo puesto en el timbre y dejo que eso moleste y cabree a los de dentro? Porque se supone que quiero hablar con la alcaldesa, no putearla. A menos que, en realidad, lo único que quiera es salir en las noticias.
La_PAH puede decir lo que quiera en sus eslóganes, pero lo que salió en las noticias no eran unas personas (afectadas e indignadas) que iban a casa de políticos para hablar con ellos. A lo mejor soy un tipo quisquilloso, pero si aporrearan mi puerta y escuchara gritos furiosos al otro lado, iba a abrirles la madre del topo. No ocurriría la conversación que, se supone, iban a buscar.

Pero yo no me llamo Esteban González Pons. Ni tengo hijos tras los que indignarme por el miedo que pudieran meterles en el cuerpo. Un hijo mío, tal vez, les habría abierto la puerta y muy probablemente no habría pasado nada. Digo muy probablemente porque la gente puede estar cabreada, pero no será tan gilipollas como para pagar su cabreo con un niño aunque sea el hijo de un diputado del PPSOE. Aunque claro, la demagogia es útil y eficaz cuando no te ves en esas tesituras ni tienes un hijo al que jugarle la integridad o el pescuezo. Porque siempre hay una manzana podrida que se cree con derecho a todo con tal de que llegue su mensaje. Admitámoslo sin avergonzarnos mucho.

A todo esto, damas y caballeros, ¿cuál es el mensaje que querían transmitir? ¿Cuántos de ustedes lo saben? ¿Salió en las noticias junto a la cara de Pons?
Porque, oigan, lo del drama de los desahucios es sinceramente eso, un drama. Pero no podemos quitarle la razón a los que dicen que nadie puso una pistola en la cabeza a todos aquellos que se hipotecaron para comprarse un piso. No podemos aunque quisiéramos, aunque moleste pensar que esas hipotecas eran (y aún son, las pocas que se firman) abusivas e infladas e incluía cosas muy feas como más dinero para un coche o un viaje o cláusulas suelo o intereses usurarios. Pero así y todo la gente firmaba. Todos, toditos los de la_PAH firmaron encantados de haberse conocido, y habría que ver cuántos lo hicieron con genuina voluntad de tener un lugar donde caerse muertos, cuántos lo hacían porque "alquilar es tirar el dinero" y cuántos lo hacían para vivir del negocio de ir vendiendo cada vez más caro. Porque la_PAH es una y no cincuentayuna y no distingue a unos de otros. Y estaría bien saber cuántos de los que estuvieron en la puerta del lloroso Esteban habían perdido el hogar que querían fundar para sí y su estirpe y cuántos, sencillamente, habían perdido más de lo que pudieron permitirse en una apuesta que salió rana.
Porque tampoco podemos quitarle la razón al que dice que no son pocos los que querrían vender su pisito a precio de burbuja y no simplemente quedársela porque no tiene nada más. Porque los hechos, damas y caballeros, van un poco más lejos que el drama de los desahucios que han costado vidas y han logrado que los políticos sean también asesinos. Porque muchas de las viviendas desahuciadas son segundas o terceras, las de la playa o la sierra, y alguno habrá en la_PAH que no quiera perderlas sin que el banco malo y especulador le devuelva las cuotas o quisiera volver a 2007 para no meterse en un charco. Ese es el problema de los hechos, que no siempre se ponen de acuerdo con lo que a mí me gustaría.
Que la dación en pago es exactamente el tipo de compensación ideal si no pagas la hipoteca, pero eso no arregla los desahucios porque dar el piso en pago implica que deja de ser tuyo y el nuevo dueño puede echarte igual si no pagas su alquiler (que entonces ya no es "tirar el dinero" sino "lo más humano"). Que me llama la atención cómo algunos se metieron en camisas de once varas como si las cosas nunca pudieran salir mal. Como si los pisos nunca fueran a bajar. Como si firmar algo no implicara tener que cumplirlo. Como si eso de leer la letra pequeña se lo dejo a los que tienen estudios. Como si "es que el director de la sucursal me dijo otra cosa" o "no me contó eso" fuera realmente una excusa que valiera. Pero no, escrache y a por ellos.

Y el problema del escrache no es que sea una mala idea, porque no lo es. El problema es este escrache, que sólo sirve si vas buscando un tipo al que culpar de problemas que te has creado tú solito. Porque sí, es fácil decir que toda la culpa es de los demás, de otros, de terceros, de ese que pasa por ahí, de los judíos, de los inmigrantes, de los catalanes o de Madrit. O de los bancos. O de la casta política. Porque ni por asomo voy a decir que puedo ser tan culpable como ellos. Porque es más fácil ir a casa del politicucho que a la del director de la sucursal que te puso la hipoteca en la cara, que es amigo y me saluda por la calle. Porque a toro pasado es muy fácil arrimarse al que de verdad le han hecho una faena que merece su propia vida y decir que eres otra víctima. Porque a riesgo de mi independencia y de tirar el dinero yo no me he hipotecado. Porque no me gusta que por una mierda de minipiso me pidan 120.000 leuros y cuarenta años esclavizado por un banco. Porque el precio de la vivienda es un problema que la_PAH no está buscando resolver, y ese asunto merece otra entrada. Porque ahora el kilo de político está barato.

Y su cara partida, un pequeño consuelo.

17 diciembre 2012

Com ho fem? Carta abierta a Jordi Pujol

Querido Jordi

No nos conocemos. Tal vez esta sea una de esas raras ocasiones en que el paso generacional deslavaza la antigua costumbre de escuchar al anciano sabio y aprender de sus consejos. Porque lo cierto es que no consigo comprenderle.
Debo, ante todo, presentar mis credenciales que determinen mi idoneidad para escribirle estas líneas. Lo cierto es, discúlpeme de antemano, que no son tan extensas y anchas como las suyas. Pertenezco a esa llamada juventud mejor preparada de la historia, que será la que tenga que lidiar con el problema que unos y otros han ido construyendo a lo largo de los años.Quizá sólo eso me justifique, aunque desearía ahondar sólo un poco más y añadirle algo más de empaque a mi modesta pluma.
Fui catalán durante cinco años de mi vida, entendiendo y asumiendo su propia acepción de quién es y cómo es un ciudadano de Cataluña. Durante esos años y los posteriores, desarrollé un profundo afecto a esa tierra y especialmente a sus gentes. Nada en mí, ni entonces ni ahora, podrían sugerir o cuestionar mi conocimiento en primera persona de las realidades que se viven y se sienten, ni que mis propios sentimientos y opiniones se basen en otros datos que los que conocí. Permítame, pues, que una vez dichas estas escuetas descripciones me dirija al asunto por el que le escribo.

Leí con verdadero interés su intervención en el Encuentro Cataluña-España  Què Fem? organizado por el diario El País. Debo precisar, de entrada, que le entiendo. Es difícil retomar posturas propias de otros tiempos.
Se lo dice un independentista catalán a ratos.
Estoy entristecido, sobrepasado por los acontecimientos, impresionado por la inasumible lista de errores cometidos. Usted expuso los que siente más afectos, pero no pude encontrar, pese a mis esfuerzos, una pareja de los que provocaron. Los que a mí me han afectado. No hablaré por otros, se lo aseguro. Dejo esa responsabilidad a los que deseen hacerlo.

He leído listas de agravios.Algunas viscerales que simplemente buscan un culpable, otras pragmáticas que tratan de poner luz sobre un problema y su solución. Pero, don Jordi, ¿quién escribe los agravios que ustedes cometen? ¿Ante quién pedimos cuentas y responsabilidades? ¿Están libres de pecado y pueden tirar piedras?

Dijo usted "hay una cosa que no se puede tocar, ni atacar: la lengua. La identidad catalana no es la pela. Es la lengua, que no se equivoque nadie." "Deben hacerse las cosas bien y con la voluntad de crear cohesión. Por eso es tan importante que no vengan a hurgar con la lengua". "La viabilidad de Cataluña de la independencia de Cataluña es muy difícil. Pero hay una cosa más difícil que esa: que es la viabilidad de Cataluña como país, cultura, lengua, como sociedad cohesionada en las condiciones que nos ponen en España".
Como entiendo que usted viene, y le cito, "de 60 años de actuar en la línea de una fuerte afirmación catalana y nacionalista y, al mismo tiempo, de participación en el proyecto español" es difícil saber qué quiere decirnos. Y le estoy escuchando, don Jordi. ¿Me escucha usted a mí?
La lengua. Algo que siempre me ha llamado la atención es el grado de alarma que suscita cualquier comentario que sugiera un cambio, aunque sólo fuera una leve modificación, apenas un oscilamiento, de las circunstancias que rodean a la lengua. Se lo digo porque yo estuve escolarizado en un colegio de Barcelona con dos horas de catalán a la semana, y no era privado. Claro que eran los ochenta, ¿se acuerda? Usted era el que gobernaba. Ahora es justo al contrario. Se tocó la lengua, don Jordi. Se hurgó en ella. Se consideró viable hacerlo. Ningún partido, entidad cultural o asociación puso en cuestión la dignidad de España o su viabilidad entonces pero, ¿se lo planteó usted alguna vez?
Verá, entiendo que para usted el catalán sea la piedra angular de su teoría de pensamiento, el origen de su hecho diferencial y el germen de la cultura catalana. Pero debo mencionar que existen catalanes que tienen otra lengua, diferente al catalán, que sienten como propia. Dicho esto, a mí no me resulta ningún axioma que ustedes deban hablar uno u otro idioma. Se trata de poder entendernos, a fin de cuentas, y si no es en castellano o en catalán sería en francés o en inglés. O de ningún modo. Pero llama la atención que reclame para sí lo que niega a otros como usted, que viven en el mismo lugar que usted. La dignidad de su lengua. Que no se finja su inexistencia. Yo era uno de esos catalanes que sentían indignada su cultura y realidad en las señales de tráfico, en los carteles institucionales, en las comunicaciones con la administración. Usted debía velar por ellas en tanto era el máximo representante de todos nosotros. ¿Por qué no quiso hacerlo?

Si su identidad y su cultura son sólo en catalán y se siente agraviado si alguien intenta modificarlo, ¿por qué hace lo propio con los que sienten y piensan en la otra lengua? ¿Y cómo puede luego pedir respeto o dignidades que no respeta ni dignifica usted mismo?
Le suplico que no me quite la razón cuando le digo que no nos sirven las falsas premisas. No puedo aceptar que me diga que el catalán está en peligro después de siglos de coexistencia. No me permito consentirle a nadie que justifique este peligro en la masiva llegada de inmigrantes de otras regiones que les enriquecieron y les hicieron prosperar en su momento.
Pero le entiendo. Usted propugna un cambio en el paradigma. Quieren ser lo que desean ser y que los demás les acepten. Le entiendo precisamente porque los que quieren cambiar las cosas son quienes más sufren los rechazos de quienes no quieren cambiar nada.
Usted asegura que fue la sentencia del TC contra el Estatuto de 2006 la que espoleó la desafección y el camino hacia la independencia. No se lo discuto. Si me pongo en su lugar puedo comprender eso y mucho más. Pero yo, en cambio, no puedo pedirle que se ponga usted en el mío. No podría comprenderme. Porque, con todo el tiempo transcurrido, se puede acordar sin sonrojos que aquella reforma del Estatuto era una reforma de la Constitución por la puerta de atrás. Y después de leerle diciendo que no vengan a hurgar en la lengua, ¿por qué sí la Constitución y no la lengua? ¿Quién espoleó la desafección?

Por favor, no me considere inmovilista. Yo le acepto el catalán como premisa argumental. Después de haberle dicho lo que he dicho, creo que se dará cuenta en que doy pasos hacia usted y no en contra. Continúe oficializando la única existencia de una lengua sobre la otra. Lo respetaré. ¿Qué respetará usted de mis sentimientos, de mi identidad, de mi cultura? ¿Y con qué garantías?

Usted dijo "la iniciativa debe venir de ustedes". Bienvenida sea y se la presento. Pero se equivocaría si pensara que es una iniciativa que no espera una contrapartida. Si yo tuviera la influencia que usted posee trataría de cambiar muchas cosas a favor de Cataluña, pero también les exigiría muestras de que todas esas medidas no son meras compras de tiempo o etapas de un final anunciado.
Porque entonces les pediría que se fueran ya y dejaran de hacernos perder el tiempo a unos y a otros.

Quiero pensar que quien sí tiene esa influencia tiene una manera de pensar pareja a la que tengo yo.
Usted dice no fiarse de ellos. Puedo entenderlo. Pero no me negará que usted, y los suyos, tampoco han dado demasiadas muestras de confianza o lealtad.
Eso podemos cambiarlo todavía.

Ahora bien, com ho fem?

26 septiembre 2012

Pecados Nacionales VII

Solemos creernos con la mejor verdad de las posibles. No sé con exactitud si es un rasgo típicamente español o si ocurre en algún otro lugar, pero aquí lo hacemos a conciencia.
Nos gusta tener una opinión sobre cualquier cosa, incluso aunque no tengamos ni idea de en qué consiste esa cosa. Especialmente si no tenemos ni idea.
Pongo un ejemplo extremo: el CERN. ¿Saben qué es? Yo tampoco. Pero seguro que opinan que es bueno para el avance de la física cuántica, u opinan que es peligroso que un lugar que puede generar un miniagujero negro exista tan cerca de casa. En su momento ya trajo la debida atención y difusión de esta tendencia tan nuestra de parlotear como si lo supiéramos todo.
Otro ejemplo extremo: Mourinho sienta a Sergio Ramos en un partido de Champions. ¿Saben por qué? Yo tampoco. Pero no tardamos ni un minuto en tener una explicación, según el color de la camiseta que me gusta. Ni siquiera esperamos a que los protagonistas se expliquen, si es que llegan a hacerlo, ¿para qué? Si dicen lo que pensaba, "yo tenía razón". Si dicen lo contrario, "mienten para no admitir que yo tenía razón". Si no dicen nada porque piensan que no tienen por qué decir nada, "se esconde mi verdad".
Mi verdad.
Me asombra esta empecinación por tener siempre la razón (o que el de enfrente piense que quiero tener siempre la razón). Se me ha ocurrido llamarle el Fanatismo De Lo Mío porque es muy temprano todavía, pero debería de valerles.
El Fanatismo De Lo Mío se reduce al axioma "esta es mi verdad y la defenderé aunque tenga que hacerlo solo, fané y hecho caldo. Aunque no tenga razón. Especialmente si no tengo razón." Jackson Brown debió nacer en Talamanca del Jarama.
Este mismo erial lleno de letras es la prueba palpable, tangible y desmostrable de lo que afirmo: no soy menos fanático, me guste o no.

Soy consciente que podría utilizar cualquier ejemplo cotidiano para ilustrar este nefas nuestro. Pero qué quieren que les diga. Es mi blog y con él hago lo que quiero. Y una vez más quiero redundar en lo sobado. Seh, una nueva perla anticatalana fabricaindependentistas.
No es que a mí me guste el tema especialmente. Sé lo que parece y por eso lo advierto. Ya que estamos tratando de hablar de verdades sí o verdades no, a mí no me da de comer hablar de los nacionalistas catalanes. Ni pienso que tuviera especial talento para tratar el asunto de manera oficial o profesional. Porque a mí también se me va la fuerza por la boca al expresar mis verdades como puños.
Las verdades polarizadas tienen el inconveniente de tener las patas más cortas, incluso, que las mentiras.Y en los últimos tiempos quizá no haya dinero, pero hay polarización a cascoporro. O conmigo o contra mí.
Lo lamentable es que muchas veces sabemos demasiado bien que no puede ser cierto lo que estamos defendiendo con tanto ahínco, pero no queremos admitirlo delante del de enfrente. Antes llamarle 'fascista' o sus múltiples equivalencias.

La crida catalanista
1. El expolio fiscal.
El "España ens roba" hizo fama y fortuna nada más llegar, lo que sólo pueden decir Patrick Rothfuss (best-seller a la primera, ahí es nada), Leo Messi o Justin Bieber.
Tendrá visos de tener su parte de verdad, pero a la gran mayoría no les importa hasta qué punto es cierto: basta con que encaje en mi ideario para darlo por bueno y gritarlo a los cuatro vientos. Debe de haber decenas y decenas de estudios, de toda clase de organismos dependientes e independientes, que demuestren ese expolio y ese robo, ¿no? Pues no. Ni falta que hace. Oímos la cifra de 16.000 millones de leuros anuales y nos escandalizamos. Con razón. Si nos dicen que con la independencia pagaremos menos impuestos y seremos iguales que Dinamarca o Suecia nos hacemos independentistas. Con razón.
El Fanatismo De Lo Mío está ahí para darnos cuenta de lo mucho que cuesta admitir que si gano mil pago más impuestos que el becario que gana diez. Pero al FDLM le da igual cómo suene o cómo parezca. Al FDLM no le gusta contrastar lo que se afirma con la realidad. El FDLM se alimenta de lo que se ha oído o se ha leído o le han contado. Tanto hablar de falta de transparencia con las cosas de la política y resulta que todo el mundo se sabe al dedilllo las cifras y las cuentas oficiales: como poco el (dicen) millón y medio que se manifestó en Barcelona el otro día. Como poco. No sólo eso. También saben cuánto se gastan los catalanes en las inversiones de infraestructuras de Madrid. Proclaman a los cuatro vientos que ellos han pagado el metro, las autovías, las 'rondas', el AVE, la Terminal 4. Si me apuran, también levantaron ellos el Bernabéu. Como si los madrileños no tuviéramos un pavo. Como si fuéramos pobres de pedir.
Se publicaron las balanzas fiscales y el FDLM no se molestó en averiguar si hay más índices que corrijan la tendencia, como ciertas balanzas comerciales que nadie ha visto ni calculado, de tal modo que aparenta no existir más que en el imaginario españolista. Como nadie las ha visto ni calculado, los catalanistas pueden mantener el sentimiento de agravio todo lo que les plazca.
16.000 millones son muchísimos millones. Pero si suponemos que tantérrimos millones se deben a los impuestos que pagan los catalanes que se fugan de Cataluña para ir al Estado, que no son todos los que se pagan porque una parte no desdeñable son impuestos autonómicos y locales, ¿cuántos millones tienen los catalanes? ¿De verdad es una cantidad tan estratosférica para ellos?
Alguien quiso comprobarlo, o al menos el rumor arrojó un porcentaje: el 8% del PIB. La cifra recorrió bocas y teclados y es vox populi, pero no lo es de dónde proviene esa verdad. Ni falta que hace. Un ocho por ciento suena muy alto en comparación con el 0.7 que se da a ONG. Y Cataluña no es una gran ONG, como ha quedado acreditado. Así que el FDLM no duda en abrazar la tesis y culpar de su quiebra al déficit fiscal. Sin haberse parado a pensar, siquiera por un momento, que si esa y sólo esa fuera la causa de la ruina catalana, peor deben de estar Madrid y Baleares. Y no lo están.

 2. El hecho diferencial
Cataluña es diferente. Hasta qué punto lo es nadie lo sabe con certeza porque cada cual usa sus propios baremos en función de lo que quieren que sea y no de lo que realmente es. En el Fanatismo De Lo Mío abunda una paradoja que, vista desde fuera, tiene mucho más sentido: ahondar en las mínimas diferencias y exagerarlas, establecer un sentido en ellas y dotarlas de calibre, desechando las posibles semejanzas exteriores (o suprimiéndolas) y de ese modo convertir un localismo débil en una auténtica diferencia abismal. Ejemplo práctico: determínese qué diferencia hay entre maltratar a un toro en una plaza y maltratarlo en una calle, localización geográfica aparte.
La explicación, no por sencilla, deja de tener sus complicaciones: necesitamos sentirnos diferentes.
Se utiliza la lengua como punto de partida y válgale a nadie decir que esa lengua no es diferente. Aunque lo sea por milímetros como lo son el portugués o el gallego. O el italiano. O el valenciano y el balear. O el castellano respecto a aquellas, que tanto monta. Se trata de cualificar la diferencia, no de cuantificarla.
Y como de cualificaciones va la cosa, cualquier atisbo de diferencia, aunque sea lateral o cogida muy por los pelos, se exagera o se crea de la nada. Tan ricamente. Ejemplos hay unos cuántos.
Como la Historia, así, con mayúscula. Por cada Pío Moa hay un Armand de Fluviá que, bien pertrechados con sus argumentos retorcidos, consiguen transformar su deseo en certeza.
Como no pretenderé dármelas de historiador, existen centenares de artículos, tesis y libros que hablan del asunto para todos los gustos del fanatismo que toque. Es decir, los hechos son siempre los mismos pero las interpretaciones que quieran darse de ellos pueden dar lugar a posiciones opuestas, según interese. Y ahí está la base del problema, que el Fanatismo De Lo Mío no consiente razonar con lo que hay, sino recrearse con lo que debería haber sido.
¿Y las consecuencias? Bien, gracias. Ahí están para el que le apetezca verlas. Todos sabemos llamar gilipollas al de enfrente y menospreciar su criterio cuando no coincide con el nuestro, pero es mucho más difícil tratar de ponerse en su lugar y reflexionar por qué diablos no opina como yo. Pero así funciona este chiringo y por eso llevamos décadas tirándonos trastos a la cabeza.
Al hecho diferencial y su fanatismo les gusta cobijarse en la parte por el todo y basarse en complicados juegos aritméticos que aglutinen una mayoría social cualificada. Ellos son Catalunya y, por ello, su palabra es leyenda (aún más que ley) y sus actos, meras expresiones del genuino sentir del catalán medio. Aunque no lo sea. ¿Necesitan detalles? Imagínense cierta Ley del Cine que obligara a las productoras a doblar el 50% de las películas al catalán. Como expresión de hecho diferencial es remarcable y aparentemente refleja una necesidad satisfecha, un sentir refrendado por ley. Que luego el 70% de los catalanes prefieran ver las películas en castellano es residual y anecdótico.
Marcar distancias es la consigna, y ello crea más problemas de los que resuelve. Eso no gusta, claro que no. Escuece y pica y lo primero que buscamos es cualquier resquicio de argumento que pueda servirnos. De ahí que si alguien se pregunta por qué ese empeño en descolgar banderas estatales de los balcones oficiales, reciba aproximadamente el mismo tipo de respuesta prefabricada: "porque no la sentimos como propia". Si alguien protesta porque se silba el himno en finales de competiciones estatales, es porque "no es el nuestro". Si alguien intenta entender por qué se elaboran políticas lingüísticas discriminatorias, siempre recibe la misma mistérica respuesta: "porque debemos proteger nuestra lengua para que no desaparezca" (ni en éstas es posible desprendernos del victimismo). Si se renombran topónimos al gusto y decimos Saragossa u Osca "es porque hay costumbre de llamarlo así", pero no es ni remotamente comprensible escribir o decir Lérida y Gerona "porque son Lleida y Girona y punto". Y así con el resto de puñado de acciones diferenciadoras (promover compras selectivas, las embajadas, subvencionar instituciones separadoras...).
Es evidente que todo esto hiere las sensibilidades no afines. Debería ser lógico entender que la pretensión de marcar tanta distancia supone un coste. Pero el FDLM no lo percibe así. Ni puede, ni quiere ni debe. Aún mejor, rechazan que alguien pueda sentirse ofendido si queman una bandera o pitan un himno. "¡Sólo son símbolos, por favor!". Trapos y melodías. Ejercen una libertad de expresión consistente en demostrar su rechazo. Porque se sienten diferentes.
El hecho diferencial interpreta y promueve remarcar esa diferencia, ese 'somos otros' que excluya el 'nosotros' del 'vosotros' y llevarla a cabo hasta las últimas consecuencias. Pero con cabeza. Que seremos distintos, pero no idiotas: la práctica, habitualmente de hechos consumados, se basa en la premisa cómoda de exigir que el Estado cargue con buena parte de aquello que resulte indecentemente caro y dejarnos a nosotros gastar otro buen pedazo en 'hacer país', que básicamente consiste en fomentar el inciso del hecho diferencial. Los fanáticos no terminan de ver por qué desde cualquier otro lugar esta práctica se concibe como cínica o hipócrita, ni entiende de artificialidades. Se queda con la respuesta recibida por los opositores y reacciona en consecuencia.

3. El anticatalanismo
El odio a Cataluña existe. Alguien, en alguna parte, debe odiarla a ella. No a sus gentes. No a algunas de sus gentes. No a algunas de las cosas que dicen o hacen, no. A Cataluña.
Tiene que ser así porque buena parte del hecho diferencial se basa en criminalizar la oposición al hecho diferencial. Es básico para fomentarlo y expandirlo. Aprovechamos los ataques para reforzar nuestra identidad diferente arguyendo que no nos comprenden ni nos quieren como somos.
Quien ejerza su libertad de expresión consistente en demostrar su rechazo se expone a ser tachado de anticatalán y de odiar a Cataluña. Porque, damas y caballeros, quien antes expresó su rechazo y se jactó de su libertad para hacerlo no quiere recibir lo mismo y con el mismo derecho. Espera que su voz sea única y que la única respuesta sea un apoyo contrito.
Así de simple. Se ha comprobado que funciona.
Pero para ello fue necesario mucho esfuerzo. Sacrificamos la libertad de prensa para disponer de unos medios que siempre remarán a favor de nuestra causa y educamos a los nuestros bajo unas claras premisas que sienten las bases necesarias para desconfiar de cualquier mensaje que provenga del exterior. Con la burbuja aislante ya formada, interpretamos un fabuloso papel dramático cuando esos mensajes sean críticos con nuestras capacidades y no dudamos en envolvernos con banderas, tachando de 'anticatalán' a todo el que no esté de acuerdo con mi planteamiento. Lo que extiende la teoría de que todo el que no es catalanista es, por definición, 'catalanófobo'.
La creación del anticatalanismo fue básica para generar el mecanismo de defensa propio de quien se siente atacado. Si nos sentimos atacados queremos defendernos. Si queremos defendernos buscamos argumentos que nos apoyen. Si no los encontramos, cosa poco inhabitual, nos frustramos y entendemos que hay desafección. Si sentimos que hay desafección, es porque nos odian. Si pensamos que nos odian, dejamos de creer que formamos parte de lo mismo y buscamos la separación.
Bajo todas estas premisas, fue relativamente sencillo construir un oasis en el que toda la presión se volcaba hacia fuera. ¿Para qué rebatir un argumento pudiendo reducirlo a la amenaza? A nadie le gusta que le tachen de anticatalán, y por ello si nos esforzamos en llamar así a todo el que no comulgue conmigo, acabará por dejar de criticarme e incluso intentará ganarse mi favor.

4. El maximalismo
Contra eso es difícil luchar. Habría sido necesario una labor dialéctica demasiado extensa para revertir lo que lograba una sola palabra. Y cuando eres catalán o vives en Cataluña, eso significa la diferencia entre sentirte aceptado o no. En lo que llaman integración.
Piensen en los andaluces, extremeños y murcianos que emigraron allá en los sesenta. Piensen en sus hijos y sus nietos. Imagínenselos intentando encajar con las premisas impuestas: un lugar donde se les repite que son diferentes, que sienten diferente y que todo el que no lo haga igual podría ser acusado de odiar a los catalanes. ¿Les extraña que hoy sean los más furiosos independentistas? Nada sugiere otra causa para explicar semejante conversión, no dentro de un mismo estado y bajo las mismas condiciones socioculturales que en otros lugares donde también hubo inmigración masiva. Sonará ofensivo para algunos, pero no es la primera vez que ocurre este fenómeno. La fe del converso se inventó hace mucho.
Pero no podemos ni queremos culpar a nadie por ello. Se trata de supervivencia. De vivir en paz dentro de lo posible. De no hacer un ruido más alto que otro, que dejamos para quienes siempre lo hacen. Y así, hoy en día parece que todos los catalanes son independentistas: porque los que no lo son no lo dicen con tanto ruido. O no lo dicen, sin más.
Este fenómeno tiene, además, otra ventaja. Todo lo que los nuestros digan es válido de cara a la galería (aunque en petit comité lo neguemos y lo censuremos) porque forma parte de nuestra realidad de país, del hecho diferencial. Podemos expresar cualquier idea por excesiva que parezca. Genuinamente. Nadie nos lo va a discutir.
Podemos decir que España no es un estado democrático porque no acepta mis reglas. Que somos una colonia castellana sojuzgada y oprimida. Que Cervantes y Colón eran catalanes. Que el recorte del Estatut vino impuesto por el uniformismo españolista. Que ETA no debería atentar en Cataluña.
Nadie se va a alarmar si todos los periódicos catalanes publican el mismo editorial. Nadie debería ofenderse si TV3 utiliza el castellano sólo si es para mostrar mensajes ridículos, torpes o paletos, o si el Canal 33 emite un vídeo en el que un tipo le pega tiros al rey y a algunos catalanes que no le gustan. A pocos les preocupa que la deriva secesionista no termine en la Ítaca soñada que cada día parece más lejana y distorsionada.
Nadie ha dicho lo que ha pensado que pasará a partir del día después a que consigamos la libertad. ¿Seguirá siendo así? ¿Seguiremos permitiendo sólo un pensamiento oficial? ¿Contra quién se levantarán nuestros rebeldes? ¿A quién mirarán cuando busquen a aquellos a los que no quieren parecerse los inconformistas? ¿Hasta cuándo podremos culpar a los mismos de nuestros problemas?
¿Y si el catalanismo puede morir?

No puedo ni quiero escribir un mamotreto como este sin dejar a un lado las críticas que merece la otra facción fanática, la de enfrente. No sería justo otorgarle la máxima visibilidad a sólo una de las partes del todo. Y el todo es el problema con mayúsculas, otro pecado nacional más del que no somos inocentes
Quizá ese sea mi problema: que no puedo abstraerme a un lado y quedarme en él.

El quejío españolista
1. El chantaje soberanista
España tiene unos 47 millones de habitantes, de los que 7 viven en Cataluña. De éstos, aproximadamente la mitad se declaran o han votado a partidos nacionalistas. Nunca 3.5 millones de personas dominaron con tanto ardor a los otros 43.5. La actual legislación electoral les otorga un peso desproporcionado por el número de personas que representan, especialmente en aras de la gobernabilidad del país: siempre piden más de lo que merecen y los distintos gobiernos están obligados a dárselo a cambio de votos desleales.
Esa es la visión primordial del fanático: unos pocos condicionan la vida del resto. Lo que a estos FDLM les molesta en realidad es que esos pocos sean catalanes o vascos, porque eso de que una oligarquía domine a la masa plebeya existe desde que abandonamos las cuevas.
Y aún suponiendo que fuera cierto que la legislación electoral está trampeada para sobrerrepresentar a algunos partidos, no son precisamente los nacionalistas los más inflados. Se suponía que la ley d'Hont tenía como propósito garantizar estabilidad entre partidos mayoritarios, pero no que éstos tenían que ser hegemónicos y marginar a los nuevos (o a los menos mayoritarios) a eternos papeles secundarios e ínfimos. Una cosa es cierta: la suma de votos de CiU y PNV apenas supera el 5% de los votos globales, y el conjunto de todos los partidos nacionalistas no llega al 10%. Pero a los fanáticos no les gusta que exista gente nacionalista. Para ellos, el Congreso debería ser la cámara española por excelencia en la que las únicas voces autorizadas fueran leales patriotas dispuestas a buscar el bien común de todos los españoles y no sólo de los suyos, aunque al mismo tiempo hacen claros distingos entre los 'suyos' y los 'nuestros'.
Los nacionalistas tienen derecho a ser nacionalistas. Y tienen derecho a expresarlo y a sacar rédito político por ello. Si decidimos organizarnos de esta manera tenemos que respetar que funcionamos así hasta que no tengamos otro sistema. Pero en lugar de buscarlo, preferimos patalear sobre la suerte que tienen algunos de necesitar tan pocos votos para influir tanto. Es más fácil.
De hecho, el fanático españolista es, por definición, pasivo. Si los partidos mayoritarios representan poco más del 70% de los votos, es perfectamente posible reformar la ley electoral. Pero no lo hacen ni lo harán.
Si 'la insolidaria Cataluña' protesta por tener que contribuir a la armonización de las comunidades menos favorecidas y tal insolidaridad genera respuestas airadas, esas comunidades podrían apretar los dientes y ponerse a generar más o producir mejor. Pero no lo hacen ni lo harán. Para qué. Con lo cómodo que es que te den de comer a cocinarte tus propios platos. ¿Demagogia? Puede ser. Pero no nos duelen prendas en llamar insolidarios a todos los catalanes ni pensar que ellos también pueden tener sus propios vagos.
Es un hecho lógico que quien se ha visto favorecido por políticas de subvención se sienta cómodo recibiendo extras a cambio de nada, siendo una conducta muy propia del carácter español.Con todo lo que se reparte entre todos es difícil comprender por qué está costando tanto desarrollar comunidades españolas y de qué manera se está distribuyendo esa contribución. Que el mensaje de insolidaridad provenga, en mayor medida, de las otras comunidades que contribuyen más (y salen incluso peor paradas) sólo se explica desde la postura cínicamente estoica de quien no le gusta lo que hace, preferiría no tener que hacerlo y acusa a quien sí da un golpe en la mesa, pues tal insolidaridad se ha demostrado falsa: Cataluña sigue pagando esos 16.000 millones. Que lo haga a regañadientes no le quita ni un ápice de solidaridad.
Los españolistas critican la continua pronunciación de los términos 'robo' y 'expolio', pero aparte de ladridos no hacen nada más. Ni aportan datos que maticen o contradigan tales adjetivos ni tampoco parecen muy dispuestos a cambiar el orden de las cosas para que no se den más muestras de voluntades insolidarias. En realidad, los Fanáticos De Lo Mío viven cómodos en esa protesta de 'eres un insolidario' al mismo tiempo que ponen el cazo.

2. Treinta años de manipulación nacionalista
Los niños catalanes son idiotas, sus padres les aleccionan (o pasan de ellos) y los profesores son malignos manipuladores dispuestos a todo por su patria propia. Esa es la conclusión fácil a la que llegar para acusar a la educación como el principal motivo por el que hay tanto nacionalista y separatista.
Desgranemos esa opinión tan generalizada.
a. Los niños catalanes son idiotas. Tienen que serlo por fuerza si los mensajes que les llegan de que el Ebro es un río pequeño que nace en tierras extrañas es fácilmente asimilable y convertido en dogma. Si lo pone el libro de texto, entonces será verdad. Como además les dan todas las clases en catalán, apenas aprenden castellano y su capacidad para expresarse y escribir en la lengua común es más limitada. Porque son idiotas.
b. Los padres les aleccionan (o pasan de ellos). Los padres ya tienen su opinión formada y la transmiten a sus hijos. Si son nacionalistas, los hijos tenderán a serlo a menos que se rebelen, cosa menos habitual de lo que se cree. Si no lo son, pasan de sus hijos y permiten que éstos crean una versión falsa y deformada, con España como enemigo principal, de modo que casi todos los niños catalanes acaban siendo nacionalistas y por eso hay tantos ahora.
c. Los profesores son malignos manipuladores dispuestos a todo por su propia patria. De hecho, para ser profesor en Cataluña tienes que tener el carnet del partido soberanista que mejor te caiga, estar dispuesto a cerrar los ojos ante aberraciones de algunos libros de texto y, en las clases, limitarte a repetir lo que pone en ellos sin ponerlo en discusión.
Todos los anticatalanes sabemos y comprendemos que la inmersión lingüística es discriminatoria, pero tenemos más cara que espalda al utilizar a los pobres niños indefensos catalanes como arma arrojadiza. Les tomamos por idiotas incapaces de aprender el castellano fuera de las clases y clamamos al cielo por una horita más de español como si fuera a resolver el problema de una vez por todas.
Cualquiera de nosotros (y de ellos, no se crean) entiende a la perfección que dejar la educación en manos del cacique de turno es una olorosa gran cagada. Pero dice muy poco en nuestro favor menospreciar la capacidad crítica de los que no piensan como el fanático.
Los idiotas serán idiotas, hablen en la lengua que hablen. Los poco interesados en saber más seguirán sin querer saber más. Los que sólo hablen en catalán seguirán hablando sólo en catalán, y los que hablan castellano en casa seguirán haciéndolo. Y habrá listos catalanistas y listos españolistas. De hecho, en Madrid deberíamos intentar comprender por qué hay tanto catalán despuntando en tantas áreas mientras nosotros sólo valemos para funcionarios, y si no tendrá algo que ver la educación que reciben. Sea o no nacionalista.
Pero preferimos que sean tan inútiles como lo somos nosotros o que, al menos, lo sean en las mismas condiciones en las que acabamos nosotros. Sí, desde luego, es problemático este tira y afloja en un área sensible. Pero el FDLM se despreocupa de dar ejemplo. Prefiere imponer su mediocridad.

3. El uniformismo
España es un país europeo con fronteras bien definidas y delimitadas que implican que todo lo que hay dentro de ellas es España. Llevamos mucho tiempo siendo así, tanto que es impensable imaginar España sin alguna de sus partes. Pero existen varias Españas. Cuántas de esas españas son o pudieron ser, cada uno se queda con la suya, pero del mismo modo que un oscense no es igual en todos sus aspectos a un zaragozano, ni un gipuchi diría jamás que es igual a un vizcaíno, tampoco se puede afirmar tan alegremente que todos los españoles son uniformes (que no iguales). Los Fanáticos De Lo Mío insisten en utilizar la palabra igualdad sin saber muy bien cómo la están usando. Porque no hay más españoles desiguales que vascos y navarros, pero por sus fueros y nada más.
No existe uniformismo ni se puede pretender imponerlo como sucedió en otras épocas censurables. Los FDLM quieren pensar que, por ser españoles, debemos pensar todos en las mismas circunstancias y condiciones y mostrarnos fieles y leales a unos valores concretos, como si de una religión se tratara. Los peores de todos ellos desprecian la mera existencia de lenguas que no sean la estatal y confieren un valor más alto del real a toda manifestación que no se ajuste a su ideal de españolidad. Tan es así que no dudan en utilizar definiciones inexactas de las comunidades más conflictivas. Un ejemplo: cualquier persona que para referirse al País Vasco utilice la expresión 'Vascongadas' es un fanático de lo suyo. Y lo hace así porque o se ha dejado llevar por la cadencia de otros fanáticos, más aventajados en tamañas lides; o porque la mera idea de que exista una comunidad que se llame 'País' le rechina en la mente uniforme.
Los FDLM hablan mucho de patria, de Nación con mayúsculas, del pasado milenario y las hazañas del Imperio, pero no se avienen a admitir que todo aquello dejó de tener sentido cuando entramos en Europa y ésta dejó de acabar en los Pirineos. Y aunque tenga sentido saber de dónde vinimos y hasta dónde llegamos una vez para saber a dónde vamos, no lo tiene si no va acompañado de una coherencia que no se da en los días que vivimos. No hay rastro alguno de patrias o Nación mayuscular, ni parece que España dure otros mil años ni que vuelva el Imperio. Aventar todo aquello sólo puede ser interpretado como la pose de quien no tiene nada mejor de lo que enorgullecerse y considera que nadie más puede hacerlo si no es bajo su ideal.
El uniformismo pretende refrenar toda iniciativa que se salga de un guión preestablecido. Insiste en manejar unas premisas estrechas que no pueden ser sobrepasadas. Un FDLM espera sentir que, vaya donde vaya, nada resulta cambiante o diferente. Entiende que un país es uno y no diecisiete y que por tanto si va a Barcelona le hablarán en castellano porque allí casi todo el mundo se expresa así, pero si va a Mollerussa también espera que todo el mundo a su alrededor hable en un idioma que él entienda a la primera. En su mentalidad no cabe otra fidelidad que la unidad, sin matices. Los más y los menos asumen la existencia de diversidad pero a unos niveles que no siempre es posible aceptar sin remilgos, y de todas las opciones sólo cabe quedarse con la suya, una Constitución intocable e insustituible. La Biblia hispana, ni más ni menos.
En cada ocasión que los catalanistas sacan los pies del tiesto, apenas tienen tiempo para morder el anzuelo y atacar con saña.

4. La hispanofobia
Porque también necesitan del victimismo para consolidar su pertenencia a una identidad atacada. No intentan convencer, dejando tal misión a un ser inexistente cuya ausencia es palpable. La expresión del fanático es uniformista e inclusiva porque sí, porque lo dice él y punto. "Mira tu DNI a ver de qué país eres". Exige a otros que piensen como él o al menos disimulen sus opiniones para quienes no estén interesados especialmente en conocerlas, por sabidas o compartidas, de tal manera que a ojos de cualquiera en España no haya más problemas que los que ellos quieran que se muestren. Tan es así que, al empezar el debate secesionista, su primera idea es que se busquen una isla y allá se vayan porque Cataluña "es suya".
Pero la hispanofobia como tal no existe en proporciones importantes. Ni interesa que se vea así. La intención es magnificar la presencia de ese fanático y multiplicarlo por cientos de miles de fanáticos, convertirlo en una generalización que englobe injustamente a todos los catalanes. En esa labor muchos medios hacen una contribución impagable, dando difusión a hechos que, por muy ofensivos que pudieran resultar, no dejan de ser hechos producidos en lugares concretos y movidos por un interés concreto. Si Vic se declara municipio libre y soberano es insultante para un FDLM españolista, el cual no se para a pensar que tal declaración tiene el mismo valor que quemar una bandera o declarar el amor por los animales de granja: aparte del simbolismo del acto, poco más. Si Berga declara al rey 'persona non grata', teniendo en cuenta lo complicado que resulta de imaginar al rey visitando el pueblo alguna vez, es fácil entender que la declaración no es sino una mera y soberana tontería. Pero el fanático, a raíz del falso agravio hispanófobo, aspira a boicotear a toda empresa de Vic o Berga que conozca o averigüe, y no será para devolver al redil a los desnortados, sino una frustración mal contenida que aspira a imponer un castigo. Y pocos hombres libres, leales y orgullosos lo son por haber sido castigados.
Los fanáticos miran alrededor y envidian otros países por meros clichés o prejuicios interesados. De Francia rabian su centralismo rampante como si allí no hubieran sufrido el terrorismo corso, el bretón o como si el bilingüismo no existiera en ninguna parte. De USA suspiran por la admiración que una ínfima porción de yankees sienten por su ejército, pero callan como meretrices del ambiente opresivo que se vive cuando se intenta hablar del 11-S, de Jesucristo o del Dios bendiga a América. De UK su monarquismo, discutido varias veces por los pocos que aún se preocupan por el destino de los Windsor. Y así con cualquier país que tenga o parezca tener algo que nosotros querríamos. Claman por la vuelta a un remedo de estado absoluto donde un solo poder fagocite otros menores, ineficientes y desfasados. Como si eso mismo no fuera esperable en la Unión Europea a la que nos encaminamos a paso de tortuga, si es que llega a consumarse alguna vez.
Otros fanáticos, en cambio, ven la situación imparable y abocada a un final conocible y esperable, y no tienen ganas de esperar. "Pues que se vayan de una vez" es la consigna, y que lo hagan en las condiciones más duras y extremas posibles.

Porque así es la España fanática. Orgullo y prez. De los suyos.