16 julio 2008

iPhone

Llevaba yo unos cuantos meses (que abarcan un par de años, poco más o menos) soñando con que este aparatejo llegara a España. ¿Un móvil-MP3-cámara-GPS? ¿Dónde había que firmar?
Por aquél entonces se rumoreaba que Apple, al hilo del exitazo que rompió las listas de éxitos de una manera tan impredecible que hasta a Steve Jobs (el jefe del cotarro, para entendernos) le pilló por sorpresa -no, jamás creyeron que el iPod se vendería tanto ni que crearía escuela, aunque parezca mentira-, estaba pensando en expandir negocio sacando un móvil al "estilo Mac".
Uséase, el delirio de cualquier geek. El tótem de los gafapasta.
El icono de los sufridos freaks que reaccionamos como embobados con cualquier trasto que lleve lucecitas, resistencias y silicio.

Me compré el móvil más barato de la gama media pensando que no sería más que algo transitorio hasta el aterrizaje de aquél objeto que profetizaría el advenimiento de una nueva religión, el manzanismo, de la cual yo sería un adepto más.

La espera para algunos fue tortuosa. Y más cuando en USA lanzaron la primera versión, una especie de patata revestida de monerías y pijaditas que, además, costaba un cojón y parte del otro. Varios incautos llegaron a cruzar el charco para, ya que estaban ahí, traerse consigo un teléfono que en Uropa no era otra cosa que el "summum delirium" de la vanguardia telefónica.
Como si Nokia fuera, no sé, de Oceanía. Como si sus productos fueran, repentinamente, una mierda pinchada en un palo. Así parecían, sí.

De cuando en cuando en internet nos llegaban reseñas de los problemas que acarreaba aquella primera versión y de los avances que traería una segunda que, esta vez sí, se exportaría a este lado del Atlántico.
No diré gran cosa de aquél iPhone 1.0. Y menos ahora que ya es poco más que historia. Pero tenía sus fallos. "Liberarlo" (sacarlo del contrato de exclusividad en manos de AT&T, condición indispensable para poder usarlo en España) no era tan sencillo ni tan exitoso como algunos quisieron hacernos creer. La cámara era testimonial. Su conexión a internet, ridícula...

El paso siguiente, que ha resonado aquí hasta el punto de vender un millón de teléfonos sólo en su primera semana de ventas, es la comidilla de moda. Y no siempre para bien.
Como todo elemento deformado y exagerado hasta el paroxismo hasta elevarlo a los altares de la perfección, en cuanto aparece un fallo, por nimio que sea, provoca un derrumbamiento general que provoca el llamado "proceso de desmitificación", que en este caso consiste en hacer todo lo contrario de lo que llevabas ya años pensando hacer: precisamente, comprarte un iPhone.
Ahora no mola tener uno. De hecho, no es para tanto. El contrato de exclusividad con Movistar es un timo. La cámara sigue siendo una cagada. No se puede cortar y pegar (!). Ninguna empresa sustituirá las Blackberries por iPhones. No se puede grabar vídeo. No puedes mandar MMS (¿alguien manda MMS's? ¿En serio?). La batería es un Full de Estambul que no dura ni cinco horas. No reproduce vídeos en formato flash (salvo Youtube). Las aplicaciones del App Store son de pago, aunque algunas no lo son... pero de esas pocas sobrevivirán, por no pagar derechos de royalties a Apple. No puedes borrar una llamada sin borrarlas todas. El teclado es una jodienda.
Y así hasta el infinito y más allá.
Tengo la impresión de que Apple ha puesto el listón imaginario demasiado alto. Pretendía hacer creer al mundo que tenían el concepto "refinitivo" de teléfono móvil y, pese a que sin duda este modelo creará escuela y supondrá un antes y un después en el sector, no es probable que se convierta en artículo de coleccionista.
Lo cual, por otra parte, tampoco es que les importe a los tipos de la manzana.
Después de todo, se trata de hacer pasta, ¿no?

De eso, sin duda, tendrán para rato. Pero no del mío.

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