16 agosto 2008

Miami Vice

Llevo casi una semana al otro lado del Atlántico y, haciendo balance, me sabe a poco.
Cuando ves en las películas cómo se lo montan en sitios como Los Ángeles o, mismamente, Miami, terminas por imaginar que la vida en esos lugares es simplemente una sucesión de eventos inimaginables donde las únicas premisas son el hedonismo, el poderío, la belleza y el lujo.
He decir que, en este sentido, Miami no defrauda.

Estando en Miami Beach -centro neurálgico de toda la juerga- y tras cinco noches de farra absoluta y loca, no puedo sino decir que esperaba mucho más. En momentos así comprendes que la fiesta, tal y como verdaderamente adquiere todo su sentido, sólo la comprendemos en toda su esencia en España. No lo digo por una cuestión patriótica. Ni siquiera sentimentaloide. Es, sencillamente, que nosotros sabemos mejor que nadie cómo liarla parda.

La cosa no va sólo de alcohol, música y gente. De hecho, hay un motivo más importante para que me haya decidido a hacer un alto en mis vacaciones en-todos-los-sentidos y dejar algo escrito hoy aquí.
Estando apuntado en un curso de escritura creativa (en inglés, encima) se nos propuso el típico ejercicio introspectivo según el cual debíamos escribir una pieza que respondiera a cuatro [aparentemente] sencillas preguntas:

La palabra que mejor me define es...
Nunca renunciaría a...
Nadie sabe que yo...
Una cosa que querría cambiar de mí mismo es...
Ahí es nada.

El caso es que, pensando, pensando, me salió esto. Y creo que se merece su sitio entre estas otras pajas mentales. Lo disfruten.

Solemos concebir la introspección como un camino que nos conduce a ciertos lugares de la mente en los que nunca hemos estado anteriormente. No es el único modo, por supuesto, pero si escoges esta opción para conocerte mejor a ti mismo, necesitas recordar una premisa importante: no estás caminando a solas entre cientos, miles de conexiones, pensamientos, recuerdos y todo aquello que guardas a salvo en tu interior. No. Siempre estarás condicionado por el modo en el que transitas por esos lugares, por la manera en que observas todo cuanto hay allí. Tu estado de ánimo viaja contigo y colorea, distorsiona todo aquello. Pero, sobre todo, hace que sólo veas aquello que le interesa que veas.
Para que todo esto tenga un sentido más ilustrativo, pongamos un ejemplo.
Ayer estaba triste, cabreado conmigo mismo. Me sentía atrapado en una espiral que me zarandeaba de malos pensamientos a peores. Durante una semana fui la sombra de mí mismo, mi más absoluto némesis: un tipo huraño y malencarado consumido por la inseguridad y la timidez que apenas se relaciona con nadie que no fuera el colega con el que se vino desde otro continente a pasar unos días que prometían ser de fábula y que, haciendo balance, sólo lo han sido a medias.
Esto suele ocurrir cuando echas algo en falta a tu lado. No siempre es alguien, aunque a veces lo es. Como en este caso.
Por eso, la palabra que mejor me definía ayer era "esclavo". Esclavo de mis miedos. Esclavo de mis obsesiones. Esclavo de mis sueños. Esclavo de todo aquello que rechazo porque me impide sonreír y ser yo mismo.
En esos días pensaba que jamás querría renunciar a mi independencia y creía decirlo convencido. Mirándolo ahora con los ojos abiertos me doy cuenta de que nunca como entonces creí menos en mi libertad. Precisamente por eso quería gritar que soy libre: porque no lo era.
De tal modo dejé de creer en mí mismo, tan fuerte era aquella sensación que ahogaba mi mejor versión que lo único que podía decir acerca de lo que nadie sabía de mí... trataba sobre la timidez. Buscaba una excusa con la que justificar y redimir mis malas caras, mis reacciones fuera de tono y lugar. Mi renuncia a formar parte de la raza humana que gusta de relacionarse con sus congéneres. Mi completa desubicación.
Así, tan descolocado estaba que no fui capaz de responder a la última pregunta. No podía decir qué era lo que quería cambiar de mí mismo porque eran demasiadas cosas, de principio a fin. Soñaba con poder resetearme y despertar siendo el tipo que salió de Madrid despidiéndose de su chica con una sonrisa porque tenía por delante un viaje soñado durante mucho tiempo con su amigo del alma.

Éste, justamente, resultó ser de lo más indispensable en el momento crítico. Ya tenía pensado tirar la toalla y pasarme la semana que me queda encerrado entre cuatro paredes sin más leit-motiv que contar las horas que faltaban para volver. Él supo verlo a tiempo y voltear la situación, de tal modo que la noche cambió por completo: no dejé de sonreír, de verle la cara cómica a cuanto veía a mi alrededor, dispuesto a participar como el que más en que aquella noche fuera única. Lo conseguí.
De entre todas las cosas que se dijeron esa noche, la única que realmente tuvo efecto, la que definitivamente logró el punto de inflexión que cambió el curso de lo que prometía ser una buena caída fueron cuatro simples palabras:
_Estamos en Miami, hermano.

2 comentarios:

  1. A veces nos abordan los mas insospechados miedos en el momento y el lugar mas inesperados, incluso menos apropiados.Aunque no sé si hay un momento y un lugar para nuestros miedos que no seamos nosotros mismos.En cualquier rincon de este peculiar planeta que nos escondamos..nuestros miedos nos encuentran.Porque efectivamente van en nuestra "maleta" a todas partes con nosotros.

    Lo único que hay que saber en realidad, es que ellos siempre están.Somos nosotros quienes a veces no los vemos.. o tal vez oimos.

    Pero, precisamente por ser nuestros miedos, nos pertenecen, y no nosostros a ellos.Así que amigo, ya sabes quién tiene las riendas de la situación!

    una vez..escribí:" nunca se dieron juntos en un mismo cuerpo fruto y semilla"

    Un abrazo

    PD* me habría gustado asomarme contigo a tus acantilados,y sujetarte

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  2. Los miedos forman parte de la esencia misma del hombre. Son los que han moldeado su carácter, han cuarteado su espíritu y ha generado toda clase de reacciones. Por miedo surgieron las armas y de ellas las mayores atrocidades que la mano del hombre pudo cometer. Por miedo, también, desarrollamos la inteligencia que nos permitía esquivar los peligros... aunque las piedras sigan estando ahí, siempre, para que tropecemos cuantas veces haga falta.

    Por el miedo a la soledad somos capaces de "querer" a alguien a quien no amamos. Por el miedo a la frustración, al sabor de la derrota, muchos dejan pasar la vida sin arriesgarse en nada ni ante nada.
    Por el miedo al miedo, nos decimos valientes.

    Me gusta la frase que escribiste, encierra en sí misma muchos puntos de vista que inspiran e invitan a reflexionar...

    Sobre los miedos, mis miedos, sólo puedo hacer una cosa: tirarme de ese acantilado y hacerlos frente. Sin miedo.

    Un abrazo

    PD: Espero seguir leyendo tus comentarios por aquí, adoro sin remisión a todo aquél que sepa enriquecer este antro!

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