13 febrero 2007

Principio del capítulo 5 (exclusiva mundial!)

Al abrir los ojos y parpadear con fuerza, sintiendo escozor en ellos, un pensamiento fugaz, una premonición que tal y como vino se fue hace que Silvia se incorporara de un respingo. Tengo el presentimiento de que hoy no será mi día.
Se deja caer, abatida, sobre la almohada, deseando que esa extraña sensación que le oprime el pecho y oscurece sus ideas no sea más que un susto al que no hay que darle importancia alguna.
Siguiendo a rajatabla el rito habitual que realiza al levantarse, en primer lugar se mira en el espejo para comprobar que, una vez más, no ha ocurrido ningún milagro durante la noche. Sigue viéndose gorda en las mismas zonas del cuerpo que siempre. Echa un rápido vistazo al móvil, esperando los acostumbrados mensajes de Javi y, en ocasiones, de Borja. Exhibe una mueca de fastidio al comprobar que la pantalla no muestra lo que pretendía ver. Esto no me gusta, y menos hoy. Procura alejar sus pensamientos de cualquier aspecto negativo al tiempo que se pone los pantalones del pijama para salir a prepararse el desayuno. Se enciende un cigarrillo en la cocina mientras manipula la cafetera con aire ausente y movimientos mecánicos. Exhala con fuerza el humo de sus pulmones cuando saca el tazón y la caja de cereales, que devora como a ella le gusta, sin leche ni cuchara.
Mira el reloj colgado sobre la pared. Siete y cinco. No tiene mucho tiempo, teniendo en cuenta que aún debe beberse el café, decidir qué se va a poner y ducharse.
Sumida en un intenso debate interno en el que, de momento, ganan por goleada los vaqueros de Samblancat frente a los pantalones de pinzas de Zara, no repara en que su móvil lleva ya un tiempo sonando.
Extrañada por recibir una llamada a horas tan tempranas, corre a su habitación pensando que, probablemente, será Javi que quiere acompañarla a clase.
Al comprobar que es Lucía la que quiere hablar con ella, un gran nudo se forma en su garganta. La conoce lo bastante como para saber que ella no suele llamar, y menos a tales horas, salvo por un buen motivo que lo justifique… que no le gustará.
Descuelga el teléfono lo bastante preocupada como para no andarse con rodeos:
_¿Estáis todos bien?
_Sí, al menos de momento – escucha la voz de Lucía, ronca, temblorosa y con un tono de voz que no deja lugar a dudas: está realmente furiosa.
_Entonces, ¿qué pasa? – pregunta frunciendo el ceño. Acaba de levantarse y, pese a que el café la ha despejado bastante, no entiende nada. Su estupor crece aún más cuando, al otro lado de la línea, Lucía rompe a llorar a grandes sollozos.
_¡Cariño! – exclama, angustiada - ¿Seguro que estás bien?
Chasquea la lengua, furiosa consigo misma por la estupidez de la pregunta. Es evidente que no lo está. Es más, para que Lucía llore desconsoladamente como lo está haciendo no será por una tontería. No hace falta estrujarse demasiado la cabeza para adivinar la razón:
_¿Es Borja?
Algo parecido a una respuesta afirmativa resuena entre hipidos.
_Venga cielo, cálmate… - arrulla queriendo tranquilizarla.
Lucía se toma su tiempo antes de suspirar trémulamente.
_¿Dónde estás? – pregunta Silvia al ver que ya puede responder con más de una palabra consecutiva.
_En… hic… en Diagonal, cerca del McDonald’s… ¡joder, Silvia! – exclama antes de prorrumpir de nuevo en llanto.
_Vale, cariño, no te muevas de ahí, ¿de acuerdo? – replica mientras saca del armario lo primero que tiene a la vista sin importarle el resultado – Estoy ahí en diez minutos. Au.
Cuando cuelga, mira fijamente la pantalla del móvil. Preocupada y furiosa, pregunta con aire encendido al aire:
_¿Qué has hecho, tío? ¿Qué coño has hecho?

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