18 marzo 2009

Los reencuentros

Quien más quien menos conoce a mucha gente. Amigos, antiguos amigos, viejos compañeros, amigos de amigos, conocidos de vista. Te pones a hacer una lista de conocidos y raro es el que no alcanza la centena, pero de esa lista sólo cinco o seis mantienen contigo un contacto continuado.

El otro día saliendo con J me crucé con un grupo de gente a la que hacía años que no veía. Tipos de mi edad con los que antaño salía de juerga y algo más. Viejos camaradas ante los que poner primero cara de sorpresa, luego una sonrisa de alegría y finalmente gritos plagaditos de insultos.
_¡Pero qué hijo de puta! ¡Qué alegría verte, cabronazo!
_¡Serás maricón, dame un abrazo!
_¿Cómo estás, putita?
Abrazos y besos y caras sonrientes. Palmaditas amistosas y guiños cómplices recordando la última vez, ¿tanto hace ya de aquello? Qué viejos nos hacemos. Ya te digo, ¿sabes que A se casa? Me tomas el pelo. Quién le ha visto y quién le ve. ¿Una caña? Invito. Ni de coña, pago yo.
Todo muy varonil, muy macho.
Cuando la misma circunstancia ocurre entre mujeres, la cosa cambia radicalmente. En realidad, es donde se demuestra con mayor énfasis el universo que separa ambos sexos. Prefieren atiborrarse de piropos tan falsos como los insultos entre tíos.
_[Gritito indefinible]
_[Otro gritito indefinible, pero a mayor volumen]
Cariño! No me lo puedo creer, ¡cuánto tiempo sin verte, gordita!
_¡Pero mira qué guapa estás! ¡Me encanta lo que te has hecho en el pelo, cielo!
_Qué solete que eres, pues tú tienes un tipazo que me mata de la envidia, mona.
En un monólogo de esos que se hicieron famosos por circular en cadenas interminables de mails se decía lo que, en realidad, pensaban esas mujeres. Justo lo contrario a lo que decían. Los tíos seguimos pensando que el otro es un pedazo de cabrón, pero con una sonrisa que no se nos despega de la cara. Vivir para ver.

En aquella ocasión no fue diferente. Cuando me encontré con esta gente les llamé de todo menos guapos, ellos a mí me dedicaron lindezas del estilo. Todo muy entrañable hasta que pasamos de los abrazos a ponernos al día.
Y ahí, me temo, comprendes que no siempre basta con insultarse para mantener las viejas amistades.
Yo comprendo que el tiempo es un factor muy a tener en cuenta cuando hablamos de relaciones personales. Que no puedes pretender tener la misma confianza con el que hablas a menudo que con el que te encuentras casualmente un par de veces al año y conversas durante los diez minutos que dura una cerveza. Inlcuso puede ocurrir que al que creías conocer bien acaba siendo un perfecto desconocido:
_De ése no te fíes, que es un falso de cojones - me dice J en un aparte.
Coño. Con lo bien que me cae. Y la de cosas que vivimos juntos. Pues yo le contaba mi vida en verso.
_Hazlo y mañana todo Madrid sabe lo tuyo.
Pues qué bien. Mis cinco minutos de fama por largar demasiado con una cerveza en la mano. Nunca lo hubiera imaginado.
Quizá no sean más que habladurías. Pero pasado el saludo con la ceremonia de rigor llega el momento de ponerse al día, de averiguar detalles sobre la vida del otro que actualicen tus últimas noticias. Y ahí uno se da cuenta de cuándo se intenta ser meramente cortés o cuándo hay verdadero interés por saber del otro. Y entonces te das cuenta. Ya no es lo mismo.
_¿En qué estás trabajando?
_¿A qué te dedicas?
_¿Sigues viviendo en Barcelona?
Sí. Superficial. Plano. Sin complicaciones ni compromisos de ningún tipo. Puedes mentir o ser franco que dará lo mismo, es información que caerá en el olvido. La prueba: el mismo tipo me ha preguntado ya en tres o cuatro reencuentros lo de Barcelona. Y no fuma marihuana.

No sé muy bien a cuento de qué vienen este tipo de preguntas-tipo. Me gustaría saber quién las puso de moda y quiénes decidieron que con inquirir sobre el trabajo ya se queda de puta madre con viejos conocidos. No es mi caso.
Creo que a nadie le sorprende que la confianza se pierde conforme pasa el tiempo y el contacto se diluye. Y que tampoco es como para echarse las manos a la cabeza si te encuentras con un tipo al que una vez consideraste íntimo y te viene con preguntas superficiales y una conversación del todo prescindible.

Y entonces llega el que confirma la regla -en mi caso, dos- y saltándose todos los cánones del protocolo van y te espetan exactamente lo que quieren saber:
_¿Estás bien? ¿Eres feliz?
Leche. Menuda pregunta.
El resto de tipos y tipas que te caen bien seguirán cayéndote bien. Les verás más o menos y seguirás sonriéndoles y dedicándoles tus peores insultos en plan afectuoso. Hasta es posible que les invites de vez en cuando a alguna fiesta. Pero a esos dos les invitas a una caña. Y a un café. Y a lo que se tercie. No sólo porque te crees capaz de explayarte a gusto sobre tus problemas -o tu falta de ellos- sino porque aprecias en ellos la intención verdaderamente desinteresada de saber si estás contento. Y viceversa.

Probad un día. Haced esa pregunta aparentemente inocua a alguien a quien hace tiempo que no ves. Hazla poniendo cara de que realmente quieres saberlo y te da igual todo lo demás.
Presta atención al gesto que te devuelven. Y decidme si no merece la pena.

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